Por la defensa del estado de ánimo

Hubo varias críticas de los grandes recitales de Los Redondos en 1986. Uno de los comentarios más famosos fue escrito por Gloria Guerrero en la Revista Humor. Aquí va.

Revista La Mano #28, julio de 2006. «20 años de Oktubre». Por Gloria Guerrero

«Suele decirse que quienes seguimos a Patricio Rey desde sus comienzos (demos, bares, tugurios, «misas»), nunca pudimos prever que tan enorme sería. Que tan lejos iba a llegar. Que iría a producir todo aquello en ellos y en nosotros. Pero esa teoría no es cierta. Esas noches en Paladium, sí que lo presentimos.

Esas noches (16 y17 de mayo de 1986, pre-presentación de Oktubre) y las que le siguieron el 18 y 25 de octubre sin «k» (la presentación formal) fueron una pintura clarísima de lo que llegaría a suceder. Gran disco, enorme lugar, infinita dicha.

En este nuevo milenio, la costumbre es hacer retrospectiva en perspectiva: cómo fue, qué pasó, qué nos recuerda ahora. Lo que sigue, sin embargo, es la crónica de los hechos tal cual sucedió, sin retoques, sin maquillaje, publicado en la revista Humor sólo unos días después de la fiesta, hace veinte años. Así se vió, con el corazón en el escenario y abrigados en un futuro que, se supo después, ya había llegado.

No fue fiesta de serpentinas, matracas ni globos al aire. Tampoco un bailongo pop de finesse, saludos cordiales y superchería. El llamado de Patricio convocó -después de cinco meses de silencio- a un mundo subterráneo (el suyo) entendedor de que «no es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida«.

Sugestivamente el universo underground que invadió sin asepsia previa las relucientes y legales instalaciones de Paladium batió el récord de asistencia que no habían podido alcanzar los oficializados y menos riesgosos conciertos de Tango o Riff.

«¿Usted también vino a misa?», pregunta con complicidad un viejo zorro, habitué de la ceremonia ricotera. «¿Usted también vino a comulgar?» Cumpliendo el rito, gente extrañamente conocida fue acomodándose casi en silencio, sin griteríos ni imprecaciones mientras sonaba la obertura 1812 de Tchaikovsky; gente joven de sobretodos oscuros y largos, gente treintañera sospechosamente calificable de normal, y personajes mucho más maduros camuflados entre las columnas del fondo. Todo el espectáculo que pocos minutos después se desplegó con ferocidad hacia y desde las huestes de los Redondos no sólo demostró -nuevamente- que Patricio Rey es (por lejos) el grupo capaz de percibir como ningún otro los sutiles hilos entre el compromiso ideológico y el profesionalismo sin fallas, sino que además una convocatoria de semejantes dimensiones puede lograrse -y de heho se produjo- sin promotores, compañías discográficas ni mánager o representante alguno que los dirija.

Todo, absolutamente, a pulmón. Fiel a su irreductible tradición independiente, Patricio Rey alquiló Paladium a porcentaje (veinte para el local) cumpliendo idéntica transa que con un pub o un boliche cualquiera. Mientras los dueños del local se comprometieron a aportar las instalaciones, la gente de los Redondos debió pagar (como es usual) todo lo demás: sonido, luces, seguridad y otras necesidades. Y durante dos días, el artista Rocambole y su troupe de platenses (Viviana Bragoni, Maite Destrez, Liliana Straini y Ulises Ramos y Ramos, todos ellos de la Escuela de Bellas Arte de La Plata),  pintaron el enorme telón de fondo con una suerte de Guernica moderna donde convivieron ejércitos de rostros y actitudes distribuyéndose en la historia de la humanidad.

«Vamos a llorar, mi amor», ironizó el Indio Solari burlándose de su propio  verso de La Bestia Pop ante las fallas del sistema de monitoreo. Salvo los cortes de luz del viernes -que con todo no alteraron el clima ya de por sí alterado pero como corresponde, y permítaseme la licencia literaria- el resto de los errores de sonido fueron simplemente anécdotas. Ni un edificio cayendo sobre el local hubiera cortado la energía que no «escapaba» (de acuerdo al lugar común) sino «ingresaba» realimentándose constantemente entre una multitud que jerarquizó a Paladium luego de varios recitales sin tanta convocatoria ni en sueños. Patricio, también aquí, repartiendo su «medalla milagrosa». Sin embargo, lo de «jerarquías» no corre para ellos, ni a pesar de los agoreros que previeron, muy apresuradamente, cierta banalización de la idea ricotera o alguna nefasta fagocitación por parte del bruto sistema, teniendo en cuenta que Don Rey abandonaba nuevamente sus barriadas para conquistar las luces del centro. «Es un espacio, nada más. Es un lugar, sólo eso», explicó casi casualmente Poly, la ingeniera psíquica de la banda. «No hubo un planteo. Los chicos ni siquiera se hicieron la pregunta. Si no, sería a ultranza, casi como un plan…».

Los planes -cumplidos más allá de cualquier expectativa- fueron otros. Dar y recibir; el propósito de inventar -paradójicamente- sin planes de por medio. El Piojo en batería, Semilla en bajo, Tito Fargo en guitarra, el apoyo de la batería electrónica de Claudio (de la banda de Don Cornelio), el saxo de Willy Crook y el refulgente dúo dinámico de Skay y el Indio Solari recorrieron la saga del viejo Caryl Chessman; los horrores de aquel que tanto aportó a la caja del rocanrol y lo fajaron «tanto que se arrugó» y lo jodieron «tanto que se murió» y el arte de matar un pájaro con dos tiros, antiguos himnos de una época de Patricio que ni siquiera figura a ciencia cierta en su primer álbum independiente. Sin embargo, el club las vitoreaba, de memoria, de milagro.

Y después de lo conocido, después del mambo criminal, y después de que el infierno volviera a resultar encantador también esa noche, las nuevas canciones anticiparon lo que será el segundo disco luego de más de 12 años de carrera: Semen-Up, Ya nadie va a escuchar tu remera, De estos polvos futuros lodos, Motor Psico y, como un sketch premeditado -que no lo fue- una de las pocas intervenciones del Indio hablándole al público luego de una ovación: «Casi como Badía y compañía», dijo sarcástico, refiriéndose a lo exitoso de la velada. Llovieron desde los rincones, imprecaciones en contra del aparato televisivo. Y en seguida, arrancó otro material nuevo: Divina T.V. Führer, con lo que todo quedó absoluta y didácticamente consumado.

Patricio no ha dejado las vizcacheras suburbanas donde se rifa el último trago de Bols y los ratones colisionan a mil kilómetros por hora debajo de las mesas de madera raída. Ni aún en pleno suceso se desprende de un sótano cabaretero donde todo vale aunque, por tácito acuerdo, no caben recursos caducos como prender fuego a pelucas, señalar con su índice rebelde a los sufridos oficinistas, corear como loros estribillos supuestamente aleccionadores, mostrar las zapatillas nuevas ni agitar los brazos con los dedos en V o con crickets flamígeros.

Horroroso y desdibujado por su propia densidad, Patricio es el grito de una conciencia primitiva, el último resquicio cuerdo de una cabeza todavía no adulterada por peinados, rankings, ropas o chiclets. Un grito con cierto vaho a alcohol; no siempre alcohol del bueno, como no siempre son buenos los brillos de la fama.

Patricio nunca peleó por el poder. Por eso está vivo aún, a pesar del inmenso poder que representa y que no es de él sino nuestro, pasando por su garganta etílica y cortando en dos el mal aire de Buenos Aires.

Otros artículos de esta edición especial de la Revista LA MANO:

De 2006 a 1986. De regreso a Oktubre
Andrés Teocharidis y el final de una época
Por sobre todo: el fenómeno, por Roberto Petinatto
Skay analiza Oktubre: «Es un disco honor a todas las revoluciones»
Atrapado en libertad, por Alfredo Rosso
Noches sin trapos – Recuerdos de Oktubre, por Fernando García
«De murciélagos y máquinas del tiempo», por Martín Pérez
«No tengo palabras para agradecerles», por Marcelo Figueras


2 respuestas a “Por la defensa del estado de ánimo

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