Entrevista con Willy Crook. Fue saxofonista de los Redondos. Vivió en España. Lo internaron en el Borda. Hace soul y funk. Y está volviendo.
Diario Clarín, 9 de enero de 2005. Entrevista de Mariano del Mazo

El escenario es de policial negro: una botella de JB por la mitad, varias navajas, una máquina de escribir portátil con una hoja recién empezada, una perra de mirada triste y unos nubarrones por el ventanal. Caballito, viernes 3 PM: Willy Crook tiene una mano ocupada por un vaso; con la otra acaricia a la perra, que se llama Chaca. El anfitrión recibe con una efusividad apenas impostada: «¡Bienvenido!»
Willy Crook está de vuelta. No al país ni a la música: simplemente está de vuelta. A los 39 años puede exhibir una trayectoria que se funde con la palabra prontuario: supo ser integrante de los mejores años de los Redondos de Ricota, agitó como pocos la movida madrileña de los primeros 90, hizo funk y soul, fue disc jockey en Ibiza y músico callejero en Marbella, se boxeó con policías porteños, enamoró a varias actrices televisivas, estuvo internado ocho días en el Borda y ahora —tanta agua bajo el puente— disfruta de un «whisquicito» en la cocina destemplada de su casa del pasaje Amberes reciclada a los tumbos. Está sentado al lado de un retrato con su hijo Nilo, de 6, y bajo una repisa con una colección de municiones de guerra.
Crook es un hombre de estupendo humor. Su estilo es el sarcasmo, el guiño, la cita. «Compañero: ahora estoy en pleno reposo de guerrero. He dejado los excesos… Bueno, una copita cada tanto, sí. Un vino en la Feria de Mataderos, los domingos, no es exceso. He detenido mi trashumancia gitana. Estoy retirado. Me quedo en casa. Escribo mucho: estoy escribiendo una novela con pequeños capítulos que titulé La leyenda del incogible. La óptica de un perdedor.»
Que no sos vos…
El hombre, amigo, siempre pierde.
Willy Crook tiene guardados un Torino y una moto XR 650 l («me la estoy armando») en un garage ubicado a una cuadra de la casa. Su pasión por el «Toro» argentino lo llevó en su momento a bautizar a su banda Los Funky Torinos. «Ahora nada queda de eso —su voz se vuelve sombría—. Una pena. Tuve que reducirme. No tuve argumentos para pedirle a la banda que siguiera conmigo. Mi trombonista favorito se fue con Natalia Oreiro, mi saxo preferido se fue a tocar en cruceros por el Caribe, Patán Vidal y Valentino tuvieron sus buenas razones para irse. En fin, así quedé. Tengo un pequeño circuito donde tocar para mantener mi delicado —y no te voy a decir sofisticado— estilo de vida. «
Acaba de sacar Fuego amigo, un CD que lo recuperó del ostracismo y que presentó en noviembre en el N/D Ateneo. «Fuego amigo tiene vetas extrañas. Hay soul, que para mí es una especie de blues más urbano; hay un spirituals, un bolero, temas de neto corte rockero. Lo saqué como pude. Ingratamente, no había buenas perspectivas económicas, ni artísticas, ni nada. Lo ofrecí en un montón de lugares y llamó una atención mínima».
¿Por qué?
Estimo que el tema pasa por vender discos. No soy como la gran Mona Jiménez, que en vez de discos saca números. Yo lamentablemente no ocupo un lugar en la música muy específico. Mi público es gente de 30 y largos, no sale mucho. Igual el disco está muy bien. Algunas canciones son antiguas, como Savora T. Están de invitados La Mona, Déborah Dixon, Bam Bam Miranda.
¿Cómo estás ahora?
Vivo en una tensa calma. Siento el dolor posparto de disco.
A los 18 años Willy Crook sintió, dice, que estaba siendo iluminado. Conoció a Poli y a Skay y fue invitado a participar de «esa experiencia de vida que fueron los Redonditos». «Fue alucinante. Estuve cinco años. Toqué en los discos Gulp! y Oktubre. Al principio el Indio tenía poca onda conmigo. Decía, medio ofuscado: ¡Este mocoso que no sabe ni tocar el arroz con leche…! ¿De dónde salió? ¡Y encima se toma hasta el agua de los floreros! Tenía razón. Apenas tocaba el saxofón y me tomaba la vida. Después con el Indio estuvo todo bien. Eran los tiempos de Enrique Symns, el falso impostor».
De su paso por España le quedaron algunas grabaciones con Los Toreros Muertos y con Pachuco Cadáver (banda que lideraba Roberto Pettinato) y recuerdos y anécdotas alrededor de un desempeño que él mismo se encarga de subrayar: «¡Saxofonista suplente de Azúcar Moreno!». «Cuando no tenía dinero también hacía cosas como camarero, arreglaba casas, pintaba paredes. Después encontré un trabajo que fue la cima de mi carrera delictiva: disc jockey».
De regreso a Buenos Aires trato de rescatarse del exceso europeo. Fracasó. Pasó a integrar cierta bohemia porteña y se fue poniendo lentamente al servicio del soul y el funk. Daniel Melingo lo instigó para que se largara como solista. Su primer disco fue Big Bombo Mamma y es de 1994. Le fue relativamente bien y llegó a ser telonero de James Brown. Paralelamente resbalaba por las noches y se enredaba en «asuntos», dice, «en los cuales no me quiero explayar». Comenta, sí, que se equivocó demasiado: «Dije algunas groserías a gente inadecuada, fruto del exceso con el alcohol».
Por esa época ocurrió el episodio del Borda. «Golpeé sin querer a un miembro de la Policía Federal, me resistí… En fin. Me metieron en el manicomio, pero yo no estaba loco. Era un tarado. Para estar loco hace falta talento. Y yo era, apenas, un boludo. Estuve ocho días.»
¿Qué recuerdos tenés del Borda?
Los recuerdos más mórbidos. Semilla Bucciarelli me había llevado un cuaderno y yo escribía sin parar. Todo de corrido, una onda Céline, sin puntos ni comas. La saqué barata: fue un logro grande que no me mataran.
Chaca duerme, ahora llueve, el teléfono suena cada tanto y Crook tiene la delicadeza de no atender. Invita a una habitación sombría. Más recuerdos, una foto de James Brown y unas cajas repletas de Big Bombo Mamma. En su dormitorio, desorden y una tele. «Como un señor que ya tiene su edad, me duermo viendo History Channel. O me tomo unos tragos acá. Me cuesta dormir. El tema es la noche».
La noche.
La noche. Es el momento, ¿no? El momento de la verdad. Cuesta soportar la noche.