Entrevista al Indio.
Revista Inrockuptibles, Enero 2005. Por Nicolás Miguelez y Oscar Jalil. Fotos de Eduardo Martí

Finalmente el misterio tomó forma de cadena nacional. Después de una larga temporada de silencio, habló el Indio Solari y prácticamente no quedó medio local sin registrar el regreso de la voz de los Redondos a bordo de su primer disco solista, El tesoro de los inocentes (Bingo Fuel). Por momentos, el acontecimiento alcanzó la trascendencia de un asunto de Estado con tintes de un sainete revelador, para jugar en esa categoría a la que sólo acceden los mitos nacionales. Segunda parte.
Como aquellas ingeniosas y desafiantes frases del General desde el exilio, las declaraciones del Indio Solari empezaron a repetirse en casi todas las revistas especializadas. «Ya dije esto en otras entrevistas», advertía en varios tramos de la extensa entrevista que le dio a Los Inrockuptibles. Y sí, era cierto: algunas ideas las reiteró hasta el cansancio. Más de un fanático ricotero habrá salido corriendo a comprar la saga de El cuarteto de Alejandría, y sabrá con lujo de detalles cómo se conforma la guardia pretoriana que vigila la intimidad familiar del Indio y, seguro, no querrá volver a oír hablar por un buen rato de «cultura rock». Más allá del cuadro de situación que describió Solari respecto al mundo Redondo -un planeta que tiene en vela a la mitad más uno del público rockero argentino- y del inteligente plan de difusión que diseñó para presentar su primer disco solista -nunca nadie gastó tan poco en publicidad para promocionar un disco que ya superó las ochenta mil copias vendidas en menos de un mes- , los diferentes encuentros con el padre de El tesoro de los inocentes (Bingo Fuel) agitaron el sistema de pensamiento de una escena musical tan carente de sorpresas como de voceros seductores. Solari puede hablar durante horas de genética, boleros rápidos, fobias, poderes adivinatorios y otros primores virtuales, mientras mantiene un juego dialéctico con un disco dinamita como telón de fondo que se conjuga como una eficaz y prepotente respuesta hacia todos aquellos que dudaban de su capacidad solista. Pero la histeria por retener la oratoria del cantante ya pasó: ahora es mejor detenerse en sus opiniones atemporales. Los colores futboleros, el artista plástico oculto, el menemismo, el rock nacional, los 70, La Plata y esas percepciones que pintan a un rocker envalentonado en plena campaña expansionista.
Oscar Jalil
En los últimos años, en La Plata se generó una polémica entre las hinchadas de Estudiantes y de Gimnasia: cada una se adjudica que sos hincha de su club…
Bueno…, en realidad no soy de ninguno de los dos. No me gusta exponerme con esos detalles que para los demás tienen un significado muy importante. Para mi, ser de River o de Boca no quiere decir nada… Podría ser demagogo y ser de algún equipo de La Plata y además tener, como tantos otros, un cuadro grande en Capital y otro en Rosario para quedar bien con más gente. Igual, nunca voy a la cancha: soy fóbico y la única manera en la que tolero a las multitudes es si estoy arriba del escenario; las masas me dan pánico… Me aterrorizan las situaciones en las que no puedo cambiar el rumbo de las cosas cuando yo quiera. No le tengo miedo a la altura, por ejemplo, pero cuando me subo a un avión me horroriza pensar que voy a tener que estar tres horas ahí arriba sin poder bajarme. Porque si estoy en un bondi y me agarra la locura, puedo decir «señor, pare acá que me bajo» . Me ha pasado en el cine, cuando hay mucha gente: empiezo a sentir una opresión que me da ganas de salir rajando cuanto antes…
¿Ese miedo a perder el control puede ser entendido como una metáfora de haberte bajado de la locura de los Redondos para «arreglártelas» solo?
Puede ser. Los Redondos nos movimos de una manera que hizo que siempre estuviéramos bastante ajenos a la locura que nos rodeaba. Y, posiblemente, ésa haya sido la verdadera razón por la que el éxito nos ha pasado cerca. Nunca creímos mucho en lo que se dijo sobre nosotros, los rumores casi nunca coincidían con la intimidad del grupo. Pero así y todo, hay un montón de libros escritos sobre los Redondos. Ahora va a salir una biografía mía…
¿Y eso te incomoda?
Es que no creo en ese tipo de libros. Me parece odioso que haya un montón de gente opinando sólo para poder decir «estoy en el libro». Por ahí son tipos a los que vos una vez les dijiste «che, córrete» y ésa fue toda tu relación con él (risas). Por otro lado, es imposible no medir la fidelidad de lo que se escribe con respecto a lo que fue mi vida. Las biografías que me interesan son las de los exiliados rusos que huyen con tapices y joyas a un mundo desconocido, que pasan peripecias en el barco al cruzar el océano…
Vos a veces tuviste que disfrazarte para entrar en los recitales…
(risas) Sí, es cierto, pero es diferente. Tuve una infancia feliz, mis padres no se separaron, ni siquiera creo que haya pequeños detalles de donde agarrarse para justificar una historia de mi vida. Además, hay relatos que prefiero reservármelos para mí, sobre todo aquellos que pretenden describir los «años de locura» . Para hablar sobre cierto tipo de experiencias hay que apartarse de esa costumbre pública de explicarlas. Hay cosas, como el contacto con las drogas, por ejemplo, que nunca se relataron bien. En muchos casos, el consumo era algo serio, pero acá siempre se lo vio como una fiesta jodona en la que todo el mundo pelotudeaba… Ampliar el campo de la conciencia fue una premisa básica de la cultura rock. El hecho de poder saltar del neocórtex al sistema límbico, o de padecer tormentas eléctricas que generan parámetros fuera del ordenamiento consciente reviste cierta gravedad.
¿Pero no es un poco utópico seguir vinculando la «experiencia» del rock con las drogas, ahora que su consumo está tan integrado a la vida cotidiana? ¿Qué es lo que habría que esperar del rock a esta altura?
Personalmente, estoy esperando alguna puta novedad: quiero que aparezca algo que me pase por encima… No me interesa que la cultura me apañe ni me dé privilegios porque viví aquellos años de cambio. En general, los chicos más jóvenes parecen no entender cómo es todo el paquete. Sinceramente, creo que el rock es una cultura en decadencia. Si querés podes hablarme de la electrónica, pero en todo caso el tecno es la última manifestación de la misma cultura: puedo darme cuenta de que el dance no es otra cosa más que música new age con bombo en negra.
La sensación es que antes era una experiencia más colectiva, mientras que el dance tiene un consumo más individualista.
Por eso. La nueva espiritualidad de la que hablan no difiere mucho de la new age. El que tenga mi edad, ahora está viendo y soportando el revival de algo que existe desde hace rato. Que la new age, que la nueva música de garage…, cosas que hypea el New Musical Express y que todas las redacciones del mundo compran porque creen que son la «vanguardia». Acá pasa lo mismo: ¿quién carajo puede ser la vanguardia si somos una republiqueta periférica? En todo caso, podes estar embarcado en una tendencia, y esas tendencias sabemos quiénes las marcan. En un país como éste, el mejor ejemplo es lo que pasa con los suplementos juveniles, que como tienen problemas económicos y un staff muy reducido, mandan a un tipo que es militante de Leo García a hacer una crítica de O’Connor. Y entonces, como ese tipo difícilmente pueda tener una opinión acertada de algo, termina pintando un fenómeno inexistente. Con las revistas es distinto porque en general cuentan con más gente, pero los suplementos siempre terminan destacando sólo lo que pasa en la élite a la que pertenecen sus periodistas y desprecian un fenómeno que está llenando estadios. Con la crítica me pasa lo mismo. Salvo algunas excepciones, me doy cuenta de que nadie tiene mejores ideas que las mías para juzgar lo que hago. Si tuviera quince años sería diferente, pero estoy en esto desde hace mucho y encima me la paso escuchando todo tipo de música para ver si aparece esa novedad que uno está esperando. Entonces ¿qué saben más que yo los críticos para marcar qué está bien y que está mal?
¿Escuchabas rock argentino cuando empezaste?
En aquella época, en La Plata, los que curtían rock eran tipos acomodados, de clase media alta, hijos de jueces, personas que viajaban muy seguido y que por eso tenían acceso a los discos que salían en los Estados Unidos o en Europa. Nunca fuimos muy fanáticos del rock nacional, más allá de que participábamos de algunas cosas. Recuerdo que me gustaron el primer disco de Almendra y el primero de Manal, pero siempre que tenía un billete me compraba el último de cualquier grupo de afuera… Me parecía que estaba mejor resuelto. En realidad, estaba mejor resuelto desde todo punto de vista. Ahora sigue pasando lo mismo con los discos grabados afuera en comparación con los que se hacen acá. Pero bueno, La Plata siempre fue un ghetto, incluso lo sigue siendo hoy, a tal punto que mucha gente talentosa no puede abandonar la ciudad por esa razón. El verdadero éxito de los Redondos fue habernos atrevido a salir de la avenida 32 para irnos a vivir a la Capital Federal. Ya habíamos salido en el diario El Día y todo muy lindo, pero había que ir probarse en Primera.
Entonces nunca fuiste fan de nadie ni llegaste a hacer los sacrificios que hacían tantos chicos para ir a ver a los Redondos…
No, y posiblemente ésa sea una de las cosas que suman en la confusión. De chico sentia admiración por los Beatles, los Stones, Hendrix, Frank Zappa… Eso no me pasó jamás con Spinetta o con Aquelarre, con nadie. Quizás haya sido porque los medía automáticamente con esas cosas de afuera que tanto escuchaba. Sí participaba de las maratones de shows de rock: íbamos a los festivales con túnicas y consumíamos productos, pero era una cosa más tribal: estaba el grupo tocando y nosotros en el buffet, conversando. No existía el «aguante» a una banda, porque era más bien una música de fondo para gente que estaba haciendo una experiencia novedosa en sincronía con lo que pasaba en otros lugares del mundo. Debe ser por eso que me sorprende cuando un pibe me para por la calle para sacarse una foto y veo que está temblando. A mí nunca me sucedió eso de «me saqué una foto con tal y estaba re nervioso» . Es más, ni siquiera recuerdo que mis amigos idolatraran a nadie. Me resulta difícil comprender a los chicos que hacen cientos de kilómetros y se cagan de frío sólo para verte tocar… Tengo anécdotas de los primeros años que ya eran increíbles en aquel momento. Me acuerdo de una que es medio pavota, pero que habla un poco de cómo te ve la gente. En una época tocábamos en Stud Free Pub, un lugar de moda medio banana, y cuando terminó el show bajé del camerino para ir a la barra a tomar algo. Una vez ahí se me acercan dos rugbiers bien rubios y uno me dice: «Uh, Indio, loco, qué bueno, qué grande, que pin que pan…». Entonces, el amigo le dice: «Che, no, no lo toques por que el Indio te mete una mano que te mata». Yo me los quedé mirando y pensaba: «Yo te meto una mano y ni te enteras, si medís dos metros» (risas). Te ven ahí arriba, con las luces y el humo, y se creen cualquier cosa. Con mi supuesta «honestidad» pasa lo mismo: ¿cómo mierda saben si soy honesto si no tienen acceso a mi intimidad?
El disco tiene un arte de tapa muy elaborado. ¿En todos estos años con los Redondos nunca te habían dado ganas de poner una tapa tuya?
Algunos de estos dibujos fueron avisos o afiches de nuestro primer disco. El eslogan decía: «Blindados teatrales e ingeniosos» y aparecían las diez casas en las que se vendía el disco. Otro de los dibujos fue el afiche de la famosa gira a Salta de 1978 en el «bondi de los presidiarios». Desde que apareció el Mono Rocambole yo siempre insistí para que, además de él , Semilla (Bucciarelli) aportara algo de lo que hace: es un artista plástico muy bueno. Por mi lado, intervenía mucho en el brain storming. Las ideas de Oktubre, por ejemplo, salieron de una tapa que había hecho con banderas rojas, a la que después el Mono le puso esa muchedumbre medio peronista, pero bueno… (risas). En Último bondi a Finisterre me inspiré en la botella de Chivas Regal y él después le agregó esa cupulita que está buena. Ahora trabajo las imágenes en la computadora y ya tengo la gráfica de un nuevo álbum que está todo compuesto y que sólo tengo que materializarlo.
En los 90, la década en la que los Redondos llegaron a la masividad, la coyuntura política era distinta. ¿Cómo cambiaron las cosas para vos después de la crisis de 2001?
El menemismo generó en el país un montón de gente itinerante que llegó a ver cómo es el «buen mundo», algo que tuvo como resultado que ahora haya muchos que coinciden en data para sentirse ajenos a la sociedad en la que viven. Esa gente –entre la que me incluyo- sabe muy bien lo que es pasear por Manhattan y tener todo al alcance de la mano. Por eso hay una especie de sintonía y mucho más ahora con Internet- con cosas que pasan en otro lugar y que son difíciles de encontrar acá. En los 90 nadie supo aprovechar esa coyuntura en la que un billete nuestro era igual a la moneda imperial. Si en vez de habernos ido alegremente a comprar chucherías o a Florianópolis hubiéramos comprado hornos de cerámica y tornos de última generación, probablemente hoy tendríamos una situación diferente. En los 90, cualquiera iba a Nueva York, sacaba cien dólares y te decían: «Hey, you’re a rich man!». ¡Y éramos argentinos! Los pueblos inteligentes saben aprovechar las coyunturas hasta en una guerra, pero lo que no tiene remedio es la ignorancia supina.
¿Y cómo manejas esta situación en tu cotidianeidad?
Trato de ser pudoroso. En este momento estoy manteniendo una conversación con ustedes; ustedes me preguntan sobre algunas cosas, pero esas cosas trato de no hablarlas públicamente. ¿Y saben por qué? Porque tranquilamente me pueden decir: «Loco, estás hablando desde una especie de nube de pedos sobre cómo te gustan las cosas a vos, que vivís muy bien y no tenes que salirla a remar…» Pero me duele lo que pasa. No le estoy echando la culpa a la gente por no informarse más y tampoco estoy hablando de un puto sueldo de miseria: hablo de un taxista. Entre un tipo que se pasa doce horas al día con el culo arriba de un coche y un galeote no hay ninguna diferencia. Es un esclavo, un pobre boludo que llega a la noche a su casa muerto y no puede ni ver a su hijo porque ya está durmiendo… Y eso que el tipo ese todavía está dentro del sistema, porque también está la miseria verdadera, que es un horror, todos esos chicos revolviendo la basura, intoxicándose… ¿Cómo podemos vivir así? No sé…
El título del disco es un poco eso, ¿no?: la inocencia lanzada al capricho del azar…
Exacto, el juego es ése. La gente ya no habla de sus intimidades sino de lo que pasó anoche en lo de Tinelli. Hay una parodia de la vida que aceptamos todos, pero aquellos que circunstancialmente tenemos una vida diferente deberíamos estar más preocupados, aunque más no fuera en defensa propia. Ni siquiera estoy hablando de ser generosos con los demás … (silencio largo).
Vas a tener un problema a la hora de armar la lista de temas para los shows…
Voy a tener que mezclar cosas nuevas con algunos temas de los Redondos. Un concierto es un espectáculo. Por más que me gustaría tocar algunas canciones muy puntuales que no son precisamente los hits, voy a tener que hacer algunos clásicos sí o sí. Hay que saber ofrendar… Un show no puede depender sólo de tus caprichos, siempre hay que hacer algún sacrificio. Uno tiene Sólo le pido a Dios, el otro Muchacha, ojos de papel, yo tengo Ji, ji, ji. Todo el mundo tiene esos temas a los que les gustaría darles un respiro, pero en el fondo nadie tiene derecho a hacerlo. La gente está esperando esas canciones… Y, gracias a Dios, los Redondos tenemos muchas!
LA PLATA PERDIDA
Aquella mirada speed, la misma que cruzó los 80 como un rayo de cambio, volvió del sueño largo y por varios meses atormentó a un puñado de músicos platenes. Un total de diecinueve nombres, entre ignotos, conocidos e ilustres, no necesitaron invocar a Federico Moura para que el espíritu más elegante del rock argentino presente en Tomo lo que encuentro , el disco de Virus patrocinado por Radio Universidad de La PLata (FM 107.5). A diferencia de los clásicos y aburridos tributos, cada canción de este proyecto independiente trabajó la apropiación como excusa válida para difundir y preservar una identidad artística que intenta los limites de la capital provincial. Con esa idea fija el disco tuvo su presentación oficial a sala llena en dos jornadas maratónicas realizadas en el porteño Teatro General San Martín. De ahí en más, una serie de lanzamientos revelaron la urgencia de una escena con rasgos de estilo propio: Mister América y su sofisticada banda de sonido para películas imaginarias (Rebelde) (Traviatabosnialafortina a caballo de un hard-rock marciano (Grapa Polaca) y las melancólicas celebraciones en piano de Juan Pablo Bochatón (Lejana) son algunas de las variables de futuras proyecciones. Y no termina acá , grupos como Norma, Las Canoplas, NerdKids ya tienen fecha de edición en los próximos meses. También para el póximo año, Radio Universidad proyecta una reversión de Oktubre en manos muy poco ricoteras. ¿ Alguien puede imaginarse como podría sonar Fuegos de Octubre a cargo de Adicta?