El lado B de las entrevistas

Con motivo del festejo y la revisión de los 5 años de Rolling Stone en las calles, en este número la revista se permitió mostrar y contar a sus lectores detalles de sus entrevistas y de sus producciones de fotos que no salen publicados normalmente. A continuación, los relatos referidos a las notas con los Redondos.

Revista Rolling Stone. Año 5. Número 61 – Abril de 2003

RS 57
Nota: Skay. Fecha: 12/02. Autor: Humphrey Inzillo. Fotógrafo: David Sisso.
POR DAVID SISSO:

Llegué a la casa que Poli y Skay comparten en Palermo Viejo unos diez minutos después de lo acordado. En el encuentro previo para fijar las condiciones de la sesión de fotos de tapa me habían parecido amables y discretos, aunque básicamente celosos de sus tiempos y formas.

Fue muy extraño. Aquel día, con torpeza, le confesé a Skay dos cosas: que me fascinaba la posibilidad de retratarlo, algo que ningún fotógrafo en muchos años había logrado, y que Los Redondos no eran el tipo de banda que prefiero. Nada dije del pánico que sentía. Allí estaba yo, un fotógrafo de Rolling Stone, frente a una superestrella del rock que a lo largo de toda su carrera había renunciado con perseverancia militante al poder ambiguo y encantador de las imágenes (de sus imágenes, para ser preciso). Su presencia, es justo insistir, amable y por demás respetuosa, era, sin vueltas, la negación de mi existencia profesional. Diez tipos más como Skay y mi trabajo no tendría ningún sentido.

Conozco muchos artistas controladores de su imagen hasta la exasperación, preocupados tal vez por el peligro de la ambigüedad: como ningún otro lenguaje, la fotografía dispara las lecturas más contradictorias. Hay casos de músicos que diseñaron su comunicación a partir del ocultamiento de su identidad visual: desde Kiss hasta Slipknot, pasando por Kraftwerk, Daft Punk o Buckethead. Ellos, sin embargo, con las máscaras puestas, se entregan al juego de las cámaras sin reparos. Al fin y al cabo, quién-artista o fotógrafo- resiste el impulso vanidoso de ver su rostro o trabajo devenido en icono potencial, del calibre del retrato del Che en manos de Alberto Korda, o de Lennon y Yoko a través de la mirada de Annie Leibovitz. No es este el caso de Beilinson. El simplemente parece haber decidido que las fotografías no tienen ninguna importancia.

Ese mismo día, del encuentro previo a la sesión, pensé en lo obvio: preguntarle por qué no. ¿Algún miedo ancestral? ¿Una idea largamente meditada sobre la supuesta flaccidez semántica de las imágenes contra la riqueza calórica de las palabras? ¿Simple estrategia? ¿Declaración de principios contra el humo contaminante de las industrial culturales? ¿Timidez? Todas preguntas muy pero muy interesantes que nunca formulé. Tal vez por el ya mencionado pánico, o simplemente por pura estrategia: no me imaginaba en la redacción, frente a mi director, explicándole que Skay lo había pensado mejor y ya no teníamos la exclusiva, histórica, única sesión de fotos con la por muchos considerada mejor guitarra del rock local, aunque sí tenía un buen comienzo para mi postergada tesis de licenciatura en ciencias de la comunicación.

El día acordado para las tomas-y a pesar de mi demora-, Poli y Skay me recibieron con un ejemplar de A través del mar de los Zargazos de regalo. Fue una sesión relajada. De hecho, la más relajada que haya tenido en años. Y por cierto, el CD no fue lo único que los dueños de casa ofrecieron con generosidad. Además de unos mates con medialunas y conversaciones deliciosas sobre la vida, tuve más de una hora de larguísimos solos de guitarra, sobre bases de guitarra en sucesivas capas, que un pedal repetía en loops de (debo admitir) uno de mis guitarristas preferidos.


RS 33 BEAU GESTE
Nota: Los Redondos. Fecha: 12/00. Autor: Marcelo Figueras. Fotógrafo: Alejandro Kaminetzky.
POR MARCELO FIGUERAS:

Mi primera entrevista con Los Redonditos de Ricota terminó en mi primera borrachera padre. Fue un accidente. Mediaban los 80; éramos tan jóvenes. Me dejé llevar por la calidez de Skay y la labia del Indio, y cada vez que la Negra Poli se ofrecía a llenar nuevamente el alto vaso con ginebra, yo agradecía su atención y aceptaba con una sonrisa. Todavía recuerdo mi desconcierto, horas más tarde, de pie en una esquina de Palermo mientras trataba de recordar cómo había que hacer para parar un taxi.

Durante aquellas jornadas de Octubre de 2000 en que hablé nuevamente con Poli, Skay y el Indio para un reportaje de la Rolling Stone, estaba lejos de imaginar que ésa podía ser mi última entrevista con Los Redondos. Recuerdo la emoción que sentí al sentarme en el living de la Negra y Skay, para escuchar Momo Sampler de principio a fin, en presencia de sus creadores. (A esta altura ya había aprendido a controlar mi ingesta de alcohol). Recuerdo la animada charla de Poli, describiéndome los complejos procesos artesanales necesarios para producir la tapa de goma y la medalla de Momo, otra inspirada obra de Rocambole. Y recuerdo, por supuesto, la conversación con el Indio en su casa de Parque Leloir. Cualquiera que sepa cuánto valoran Los Redondos su privacidad entenderá lo que sentí al ser invitado a ese sancta sanctorum; una suerte de reconocimiento al cabo de tantos años de encontrarnos, en nuestros roles de periodistas y artistas, sin habernos perdido el respeto. Como de costumbre, la charla fue apasionante. La novedad fue el amable estupor del Indio ante la inminente llegada de su primer hijo. Lo veo como si fuese ahora, de pie en el parque, rodeado de una jauría de enormes perros que comen de su mano.

No registré nada que preanunciase el silencio por el que pronto optarían.

Por el contrario, me parecieron Los Redondos de siempre: vitales, lúcidos, apasionados, redoblando la apuesta de crear una música perdurable sin perder la forma humana. Al tiempo encontré un mensaje del Indio en mi contestador, felicitándome por la novela que yo acababa de publicar; un beau geste, el pequeño gesto que define a los humanamente grandes. Volví a ver a Poli y Skay en la presentación de un disco de la Saga de Sayweke; el encuentro fue delicioso, como siempre. Todavía hablaban de los temas que estaban escribiendo, para el disco que sería el sucesor de Momo.

Y sin embargo, la noticia del silencio no me sorprendió. En los últimos años, a medida que la Argentina se tornaba más y más salvaje, los vi cuestionarse su rol de artistas populares de enorme ascendiente sobre sus fans. En un país cada vez más huérfano de líderes, creo que intuyeron el rol que la historia los presionaba a tomar y, como siempre, quisieron ser libres y dueños de su destino. Imagino que el silencio de hoy también debe ser entendido como una obra suya, la música (por ahora) póstuma de la banda más grande. Los extraño, como todos, pero no puedo dejar de entender su decisión: en un músico, el silencio es el supremo beau geste. Alguien debería pintar ahora los muros con el símbolo de Patricio Rey, y escribir debajo la leyenda que el ingenio popular puso en boca del Che, más oportuna que nunca: No me lloren, crezcan.


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