Se conocieron hace más de 30 años en plena época hippie. En esta entrevista hablan de su vida juntos, del fin de Los Redondos y del disco de Skay:”Seguro que al Indio le va a gustar”.
Autor: Suplemento Sí – Diario Clarín. Viernes 25 de Octubre de 2002. Texto de Ernesto Martelli

Año 1969, La Plata. Eduardo Beilinson era un adolescente “popular”: había vuelto de un iniciático a viaje por Europa. Allá, había coqueteado con la vanguardia político-musical de la época (entre el Mayo Francés y Jimi Hendrix). Carmen Castro era una chica “popular”: actriz, coqueteaba en los alrededores de La Cofradía de la Flor Solar con su amigo Ricardo “Mono” Cohen. Por esos días se conocieron: una noche (5 de noviembre de 1969) donde Eduardo tocaba junto a su banda en un teatro platense. A él todavía nadie le decía Skay: lo bautizaría poco después, cuenta la leyenda, Marta Minujín en el Instituto Di Tella. Ella no era “La Negra Poli”. Y la banda de él (compartida con su hermano mayor, Guillermo) se llamaba Diplodocum Red & Brown, un dinosaurio enorme, pesado, un mastodonte.
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Año 2002, Palermo Soho. La Negra ya terminó de levantar los platos (preparó una tarta de zapallitos; ella es vegetariana, naturista) y Skay está cambiando el disco. Recien terminamos de escuchar un simple de principios de 1970: una grabación de los Diplodocum Red & Brown que sonaba a rock pesado (cerca de Manal) y que es el único antecendente sonoro de Skay como cantante. Relajado (va por su tercer Fernet con soda) dice: “Los Redondos se habían convertido en un mastodonte, cada paso costaba mucha energía…La situación del país era tan difícil que teníamos que estar muy unidos para seguir igual. Se había tornado algo demasiado previsible…
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La historia de estas dos personas y el intervalo de treinta y pico de años es una fascinante leyenda oral: atraviesa toda la historia de los Redonditos de Ricota, la banda musical más popular de nuestro rock y espectáculo record del show business nacional (nadie llenó dos River ni vendió 160.000 tickets). Y amontona anécdotas de la historia cultural del país de las últimas cuatro décadas: la vida en comunidad, la llegada del rock, la persecución política, la militancia independiente, la psicodelia, el amor, la ruptura con la familia…
Skay: —A los pocos meses de conocernos nos fuimos a vivir a un baldío. Ahí se formó una comunidad de unos 30 tipos que fue decantando. Quedamos siete y nos fuimos al desiero, a Pigüé: ahí vivimos tres años, en un ranchito. Salíamos a cazar con arco y flecha. Bah, tratábamos: nunca conseguimos nada.
Poli: —Era otra idea de la vida. Estabas obligado a organizarte: horarios para comer, a la tarde tocar, a la nochecita lectura… Nada de alcohol ni drogas, por ejemplo.
Skay:— Pero cuando lo hacíamos eran como ceremonias.
—¿Hasta cuánto los cambió ese tipo de vida, aislados del mundo? Tres años es mucho…
Skay: —Es un grado de aprendizaje muy grande. Las decisiones de grupo deben estar basadas en la confianza y llegás a un grado muy alto de conociemiento del otro.
Poli: —Con el Indio pasa algo parecido. Tenemos una distancia que nos hace tener esa clase de amistad que no es de cliché.
Skay: —Con los Redondos hubo una gran confusión. Cuando se contaba la historia parecía que era el Indio el que participó de las experiencias comunitarias. Pero éramos nosotros. Toda esa autogestión venía de antes. Poli fue la que un día dijo: “Vamos a hacerlo nosotros”. O ni lo dijo: fue y lo hizo. Ella tiene una capacidad de organización, enorme, admirable.
Es un punto clave. En el ejericio de memoria la charla se fija en la prehistoria (¡otra vez los dinosaurios!) ricotera:
Skay: —Hay algo importante. Con Los Redondos vivimos etapas muy distintas. Hay que entender que la banda se bautizó casi por obligación para un show clandestino en Salta en el 78.
Poli: —Tocamos en el Lozano y teníamos un micro alquilado para irnos para alla. ¡El viaje fue una experiencia alucinante! Nos fuimos al campo de un amigo porque en La Plata estaba muy pesado: nos estaban buscando, al Indio también, a Rocambole ya lo habían detenido…
Skay: Era una banda sin forma, llegó a haber tres cantantes, cinco guitarristas. El otro día conté la lista de gente que participó en el escenario y son más de cien.
—Vos fuiste el único que estuvo siempre, ¿no? Porque el Indio faltó un par de veces…
Skay: —Sí. Es que hubo una época en que la banda se juntaba cuando yo empezaba a llamar músicos. En el 82, hubo un festival en el que el Indio no quería tocar y cantaron Luca y Fontova. La banda tuvo muchas etapas. Después de que salió Oktubre, por ejemplo, estuvimos ocho meses separados. Habíamos vendido unos 6 mil discos y ninguno vivía de la música. Nosotros nos fuimos a vivir a España unos meses y el Indio seguía trabajando en el Hogar de Niños, una tarea que hacía con mucha responsabilidad.
—¿Y cuando se establecen como grupo?
Skay: —En el 87. Recién ahí nos juntamos los tres a darle otra forma a la cosa y el Indio se vino a Buenos Aires. Recién ahí tomó un protagonismo que tiene que ver con nuestra relación con los medios. Su discurso es muy convincente, además de su talento como letrista y cantante.
Poli: —Entonces el Indio empieza a tener una dimensión distinta, como de líder.
Skay: —Si hay un líder, es Patricio Rey. El Indio trató de explicarlo muchas veces. Pero, más allá de que es un tipo muy casero su vida se empezó a limitar: no podía salir a la calle. Cada uno es líder en lo suyo: Poli, organizando; el Indio como portavoz y yo en la dirección musical.
—A ustedes la gente los ve en los bares, en recitales. Ahora, con estas apariciones y este disco solista, todo el misterio vuelve a caer en el Indio…
Skay: —Eso, en buena medida, es producto de los medios. Además, nosotros nos sentimos muy bien representados por lo que el Indio decía…
El viaje se interrumpe. En noviembre de 2001, El Indio, Skay y Poli deciden entrar en un “impasse”: cancelan un show en Santa Fe y en enero levantan la sala de Almagro donde ensayaba la banda (Semilla Bucciarelli, Walter Sidotti y Sergio Dawi).
—¿Qué fue lo que se perdió?
Skay: —Básicamente, la sorpresa. Los Redondos son una carga muy pesada.
—¿En algún momento de este proceso, pensaste en llamarlo al Indio para mostrarle el material?
Skay: —No. Se lo voy a hacer llegar. Tomamos una decisión, el famoso año sabático, y somos muy respetuosos de esos tiempos. El Indio, por su paternidad, hace mucho venía dicendo: “Paremos por un tiempo”. La mejor manera de reencontrarnos es enriquecer nuestras vidas. Ya lo va escuchar y, seguro, le va a gustar. Hay universos musicales afines.
¿Será en noviembre, en medio de una reunión ya concertada, que el Indio pueda escuchar el disco de su socio? “¿Se entendió que no es una separación definitiva?” es lo último que dice Skay antes de que el dedo se apoye en el “stop” del grabador. Como sea, esta historia continuará…