«Soy un consumidor de imágenes»

Ricardo Cohen, El ilustrador de los discos de Los Redonditos de Ricota, define su estética entre la plástica y el comic.

Diario La Capital / Rosario – Suplemento Cultural. 09/07/2000. Entrevista: Marcelo Crespo y Germán Gómez

El Bar de las Artes, en la ciudad de La Plata, no dice nada, es chiquito y su frente de vidrio que da a Plaza Rocha se confunde con los de otros boliches. Pero ese detalle lo distingue: queda a metros de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, y al final de cada cursada alumnos y profesores se congregan en él. Y Ricardo Cohen, docente de esa facultad, también: «Siempre vengo acá a tomar el desayuno del mediodía», dice Rocambole a los cronistas.

A fines de los 60 cursó en esa facultad. Y todavía le quedan resabios del espíritu de la época: no es amante del arte de galería, ni de las exposiciones; aprecia los medios de reproducción masiva, todos. «Prácticamente mi vida está signada por la reproducción gráfica. Es lo que consumo, lo que vivo, lo que más me gusta», dice Rocambole. «Entonces para mí, no sé si llamarla obra de arte o qué, pero para mí una imagen tiene que ser reproducida. La veo consolidada cuando está reproducida; incluso, yo no valoro mucho mis propios bocetos o los originales, por ahí los guardo como recuerdo y eso, pero me parece que la cosa se termina cuando está impresa».

Rocambole es un plástico particular: goza de cierta presencia entre los jóvenes, y su obra, o mejor dicho, sus dibujos circulan por miles: remeras, posters, banderas, calcomanías y otros productos. Sucede que este cincuentón, de aire tranquilo, calvo y de una entrecana y estudiada barba, es el responsable del diseño de arte de las tapas de los discos de la banda de culto más masiva de la historia del rock argentino: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Pero no sólo es ilustrador, también ha probado con el celuloide. Rocambole guarda un tesoro que miles de pibes desearían ver: una película en la que actúan los Redondos. «Hice un mediometraje con ellos, que no se ve pero que está, lo tengo», dice Cohen. Y la pregunta se dispara sola: ¿Por qué no lo muestran? «Lo que pasa es que ellos no quieren, pero todo el material que se guarda es porque algún día vamos a hacer, a lo mejor, una cosa más vasta. Además hice uno que se llama «Olor a tigre», en el ‘89: son dos recitales de los Redondos y todo lo que pasa adentro, en los vestuarios, con el público. El Indio todavía tenía bigote».

El sueño del pibe
Para definirse, el Mono Cohen parafrasea a Borges: «Más que un realizador de imagen, soy más bien un buen consumidor de imagen: en todos los lugares que he vivido los tapo de revistas de imágenes, de diseño, fotografía, reproducciones de arte…». En algunos de sus trabajos más reproducidos, se nota; inclusive en sus murales deja ver donde abreva estéticamente. «Yo fui formado desde chico por las historietas. Amé las historietas, amé las imágenes, las revistas. Desde chico leía historieta, coleccionaba revistas».

Rocambole nunca perdió su interés por ese género. «Para más o menos el año ‘79, ‘80, empecé a ver que en Francia había una publicación que era Los humanoides asociados, un grupo de artistas donde estaba Moebius y otros que le estaban dando un color nuevo a la historieta. Entonces me fasciné con eso y fui a buscar a Quique Peñas, el que hizo los dibujos de los videoclips de los Redondos, y le dije: vamos a hacer una revista. Empezamos a planificarla, le pusimos un nombre: se iba a llamar Garage, en homenaje a una historieta de Moebius, El garage de Jerry Cornelius, y empezamos a hacer algunas cosas pero no llegamos a terminarla. Es un sueño de pibe tener una revista de historieta».

Lo que algunos llaman dictadura de mercado se interpone entre el sueño y el artista: «Hace rato que perdí esa fantasía de ganar plata con algo», se resigna. «Vislumbrarlo como negocio es imposible. La historieta acá, en la Argentina, desapareció; murió con la revista Fierro». Como en casi en todos los ámbitos de la actividad humana, hay un elemento que siempre escasea para llevar adelante proyectos. A Rocambole no le sobra. Dice: «Fundamentalmente tiempo. Y otra cosa, tampoco puedo dejar de hacer cosas de trabajo porque yo no soy una persona rica, si bien por ejemplo trabajar con los Redondos es relativamente lucrativo, trabajás una vez por año o quizá una vez cada dos años».

Mural-man
Pasó desapercibido. Pero ese gran hombre que con un lápiz rompía unas gruesas cadenas en el afiche que promocionaba en diarios y revistas los conciertos de los Redondos en River, continúa estoico a metros de la estación de Gonnet, cerca de La Plata. «A ese personaje le decía mural-man. Es un dibujo nuevo del mismo personaje que está rompiendo una cadena. Era lo que se me había ocurrido como alegoría sobre la libertad de escribir, o la libertad de prensa», dice el ilustrador.

La libre expresión: esa había sido la consigna de la municipalidad de La Plata, que conjuntamente con la facultad de Bellas Artes, decidió encarar la realización de una serie de murales y así recuperar algunas paredes de la ciudad. «Era una pared que estaba toda pintada con carteles políticos, la mayoría eran del intendente. Así que, digamos que para saldar una deuda con el barrio, (el intendente Julio) Alak dijo que sería bueno que hubiera un mural. Yo andaba cerca de la municipalidad por un proyecto que estaba haciendo de restauración y me dijeron si quería hacerlo».

Pasaron esos históricos conciertos, y los músicos ya tienen el próximo disco cocinado. Como siempre, Rocambole está preparando la tapa: «Tengo varias ideas. Las ideas ahora giran muy presionadas porque al principio yo hacía las tapas tipo un divertimento», dice el dibujante. «Empecé a colaborar como colaboraban todos los amigos de acá de La Plata, cada cual con su talento para hacer de ese circo algo atractivo. Entonces, me divertía muchísimo diseñando o haciendo cosas lo más loco posible y cuando llegó el momento de grabar también, porque dijeron ahora tenés que hacer la tapa para un disco. Bueno, fantástico. Para Oktubre todavía era bastante divertido, después se transformó en una especie de trabajo, y en la obligación de hacer otra que sea mejor. Tiene que ser mejor es la orden».

Y es esa tapa, «Oktubre», la que más le gusta. «Sí, es la que más me gusta por el resultado», dice él. «Para mí es la mejor, por el hecho que ahí se reunían elementos que hacen a la pieza de diseño: una estética adecuada que representaba perfectamente la cosa y además se adecuaba a los medios técnicos con que iba a ser reproducida. Era justo la pieza clásica de diseño. Encima el público adoptó mucho esa estética, la amaron los pibes. Es como que está resuelta, es una cosa redonda».

La docencia
La historia es conocida: cuando el Onganiato hizo sentir sus bastonazos en la Universidad, el aire se volvió irrespirable. Rocambole se fue de Bellas Artes, y junto a otros compañeros fundó la mítica comunidad «La cofradía de la Flor Solar», en cuyo disco el dibujante debutó como ilustrador.

Ya recibido, en 1984 volvió a la Universidad. Y se metió de lleno. «Antes cuando era chico me interesaba por los docentes», dice Cohen. «Aquel tipo que pudiera decirme algo que me interesaba, yo lo amaba y corría detrás de él a hincharle las bolas, y nunca me olvidé de eso, así cuando pude dar algún detalle que pudiera servir a alguien me pareció fantástico».

Ahora él está frente a una cátedra. Y por más que lo esquive, para muchos de sus alumnos no es un profesor más. Es casi un rito y se repite días antes de cada recital de los Redondos. Una frase suena constantemente: «Profesor… me firma la entrada». Y es lógico: dado el hermetismo que rodea al grupo, Rocambole es el más expuesto del entorno ricotero.

Aparte de la aureola heredada del mítico grupo, el profesor Rocambole tiene destellos propios, rompe con algunos escrúpulos inmovilizantes. Dice: «Cuando veo algo que me fascina quiero ver cómo se hace. Y la única manera de aprender cómo se hace es agarrar y copiarlo. Tratar de hacerlo igual…»; y aconseja: «Yo creo que una de las mejores formas de aprender es esa: agarrar y practicar cosas que han hecho otros y uno quiere hacer».


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