Más allá de cierta violencia, el sábado y el domingo hubo música, mucha música en River. Aquí, dos miradas sobre el arte de una banda que supo llamarse Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
Diario Clarín, 18 de abril de 2000. POR JAVIER ROMBOUTS

Es probable que, con el tiempo, estos shows que los Redonditos de Ricota dieron el sábado y el domingo en River sean revisitados en crónicas, estigmatizados como referencia de algún tipo. Es probable también que esos recuerdos convoquen adjetivos alejados de los títulos catástrofe y se queden con la música.
Entonces será más fácil decir que entre la frase inaugural del sábado, «Bienvenidos al circo», y el cierre del domingo (antes del clásico final con Ji, ji, ji), «Vamos a provocar el pogo más grande del mundo», pasaron por River, sencillamente, dos de los mejores shows de estadio de una banda de rock argentina.
Pero este resultado no parece una casualidad. Hubo, claro, prepotencia de trabajo: desde el poderoso sistema de sonido sostenido por grúas (similar al que usó U2 en su gira Pop Mart) hasta los nuevos arreglos que presentaron muchos de los temas (tanto los del último disco como algunos históricos como Preso en mi ciudad, donde ralentaron el ritmo original hasta convertirlo en una suerte de shuffle), los Redondos no se guardaron nada.
Lo que bajó desde el escenario fue una contundente demostración de rock que se escapó siempre que pudo de los estereotipos del género. No faltaron, por supuesto, los temas que parecen hechos a medida para una cancha (Mi perro dinamita, Queso Ruso, El pibe de los astilleros) pero también se vieron otras intenciones: Motorpsico, Las aventuras del Capitán Buscapina, el mencionado Preso en mi ciudad. Bajo el comando de la guitarra de Skay Beilinson, con el seguro aporte de Semilla Bucciarelli en bajo y Walter Sidotti en batería, con un preciso e indispensable, a es ta altura, Hernán Aramberri en máquinas, el Indio Solari tuvo el marco adecuado para llevar al límite esa marca registrada que es su voz. En esta ocasión, sin embargo, el destacado se lo llevó Sergio Dawi: los nuevos arreglos, este escapar de los estereotipos, colocaron el saxo en el centro de la escena y Dawi respondió en todo momento con una firmeza que lo llevó, por tramos, a cargar la mochila que siempre suele llevar Beilinson sobre sus espaldas.
Parece difícil explicar el incondicional afecto de ese público por esta banda de cincuentones que no esconden su edad tras los liftings de los cirujanos plásticos o tras los liftings de la música. Es tan arduo como poner en palabras eso que las novelas policiales inglesas llamaban escalofrío. Pero, en verdad, ese afecto y esa fórmula literaria convivieron en River. Porque cuando más de 70.000 personas saltan al mismo tiempo coreando las herméticas palabras de Solari, es exactamente un escalofrío lo que corre por la espalda.
Otra opinión | Por FEDERICO MONJEAU.
Esta música que suscita adhesiones tan masivas y espontáneas no parece, sin embargo, producto de una espontaneidad como la que puede advertirse, por ejemplo, en músicos como Andrés Calamaro o Charly García. La música de los Redonditos seguramente tiene su origen en un laboratorio poético y musical muy sofisticado, y el nivel técnico de estos recitales podría confirmarlo una vez más.
La oscuridad o la dificultad de las letras no parece caprichosa o producto de una subjetividad desenfrenada; esa oscuridad no tiene, por decirlo así, una forma «lisérgica» sino la forma de un enigma. Bien mirados, no debería sorprender que unos textos tan elaborados y tan oscuros tengan tamaña resonancia: su poder proviene, efectivamente, de que son textos potenciales; textos que no entregan su contenido de inmediato y que producen una fricción intensa en la imaginación de los oyentes, aparte de proveerlos de algunos versos que son, por sí solos, de un brillo o de una sugestión incomparables. Es evidente que los Redonditos rompieron desde el inicio con la principal tradición lírica de la música argentina, con una forma narrativa y un tipo de apelación sentimental que el rock probablemente debe al tango; tal vez no sean los únicos, pero seguramente son los más consecuentes.
Esos textos deben ser considerados en su soporte musical, que no es menos contundente y que tiene un anclaje fuerte pero no exclusivo en la tradición del rock and roll; o mejor, que toma el rock como una cita o un disparador de formas melódicas originales. Este soporte no sólo contiene los textos sino que también los determina, en una sostenida tensión entre el sonido y el sentido («íWalter invade la Tierra! íDandy border! Dandy dominó! oh-oh»: ese estribillo es una manifestación extremadamente feliz de esa tensión).
Tal vez la revolución naturalista del nuevo cine argentino, que antes que nada cambió la manera de hablar, ya había sido realizada en el rock por los Redonditos de Ricota. Los Redondos modificaron la prosodia del rock, modificaron la manera de decir. Pero no se trata de una naturalización por una vía populista o demagógica, o por la vía de un mero acercamiento a lo real. Los Redonditos no buscan parecerse a sus admiradores; el estilo de canto del Indio Solari podría confirmarlo, un estilo más bien cool y reservado, que guarda ciertas precipitaciones como un recurso expresivo, como hacen los buenos cantantes clásicos cuando administran el uso del vibrato. Se trata de una emoción no declamada, más bien sustraída, que subsiste como un fondo de gran profundidad.