Los informes de la revista Gente sobre los shows de Patricio Rey en River
Revista Gente nro 1813. Martes 18 de abril de 2000. Por Sergio Oviedo

Las 60 mil voces conforman un gran coro, desafinado y conmovedor. Más que un concierto, es un ritual en el que se reúnen los devotos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. La multitud tiene conductas dispares: la mayoría extiende los brazos hacia el líder, que detrás de unos lentes oscuros, canta sobre el escenario. Unos cuantos parecen estar en otra cosa, ensayando un baile violento, como si no escucharan a la banda. El líder –Carlos Indio Solari– no puede disimular una mueca de fastidio entre tema y tema.
Afuera del estadio de River, también hay confusión: un montón de chicos y chicas corren sin rumbo, atropellándose y lastimándose. La seguridad privada está nerviosa. Los policías también y no lo ocultan. Al mismo tiempo que en las plateas se disfruta de la fiesta con cientos de remeras revoleadas sobre las cabezas, en la calle todo huele a miedo. Hay muchachos que se golpean con los organizadores, porque quieren ingresar sin su entrada. Algunos le hacen frente a la policía. Otros que dicen ser ricoteros se pelean entre ellos, y es casi imposible descifrar las causas. La imagen puede pertenecer al sábado o al domingo pasados; en ambas jornadas se repitieron escenas parecidas, cumpliéndose la profecía de muchos: un show fabuloso, pero también un espectáculo lamentable. Una historia repetida cada vez que tocan los Redondos.
A LA CANCHA. Respetando la tradición, los fieles seguidores acamparon un par de días antes en los alrededores de River. Llegaron micros desde todo el país, y volvió a repetirse la fiesta previa a cada recital, con cantos, baile y decenas de banderas desplegadas. Circulan también las cervezas, los cánticos contra la policía y los envases de tetra brik. Desde muy temprano 1200 policías, 700 custodios privados, cientos de patrulleros, dos helicópteros y unos 50 camiones hidrantes rodean la zona. Son las horas previas al recital: todo el barrio permanece con las ventanas bajas y la mayoría de los negocios están cerrados. A 700 metros del estadio, el primer control le pide al público que muestre su entrada. Hasta las dos de la tarde, hora en que el estadio abre sus puertas, todo está tranquilo. El ingreso es normal hasta que un grupo, conocido en el ambiente ricotero como los sin entrada –alrededor de 400 personas–, quiere ingresar a la fuerza y por la fuerza. Y choca con la seguridad privada y la policía. Vuelan piedras y botellas, hasta que el grupo se dispersa. Algunos son detenidos, otros desisten y unos cuantos saltan las vallas. A las 20.10 estalla la fiesta en el Monumental, porque la banda liderada por el Indio Solari sale a escena. Empieza la fiesta redonda. Cientos de bengalas le ponen color a la noche.
LA LOCURA. Media hora de normalidad para los Redondos parecía ser demasiado. Un grupo de energúmenos se lanzó contra la gente que bailaba en el campo, armados con cuchillos. “Entraron seis o siete tipos totalmente descontrolados y empezaron a cortar a la gente”, comenta Mariano, un chico de veinte años que llegó desde Ciudadela con su hermana, a quien perdió en una de las corridas. “Es la primera vez que Yamila viene a un recital; si la pierdo mi vieja me mata”, grita el muchacho. La banda suspende el show durante 25 minutos. En ese rato, el espectáculo es bochornoso: para escapar al peligro, muchos corren desde el césped hacia la zona de plateas. Hay gritos de desesperación en muchos hombres y llanto en muchas mujeres. Al rato, el grupo vuelve a escena. La gente empieza a cantar de nuevo. A Solari le cuesta volver a concentrar la atención del público. El Indio, enojado, es claro: “Esta noche pasaron cosas muy graves. Hay gente cortada y lastimada. Un grupo entró y lastimó a los chicos. Se c… en todo el esfuerzo que hizo la banda y le están dando la razón a toda la prensa, que durante la semana nos trató como animales”. Al final, sentenció: “Por disposición del juez vamos a tocar con las luces prendidas. Véanlo bien, como una de las últimas veces que tocamos”. Después de los incidentes, nada vuelve a ser igual. Cambia el ánimo de la gente y el de los músicos.
El domingo, el día del segundo recital, se repetirían los hechos violentos. No tanto dentro del estadio –donde mejoró la iluminación y se intensificó la vigilancia mediante un sistema de circuito cerrado de televisión– pero sí en las calles, a pesar de que se reforzaron los cacheos. Otra vez gente sin entrada pugnando por ingresar como sea. Piedrazos, botellazos y una batalla con los controles y los efectivos de Infantería de la Policía Federal que, en el caos, golpearon a todo el que pasaba cerca. El fotógrafo de GENTE Fernando Arias fue atacado salvajemente por un custodio de seguridad privada identificado con el chaleco 338. El saldo del fin de semana arrojó, por un lado, dos de los conciertos más brillantes que haya protagonizado una banda de rock: más de 130 mil personas entre sábado y domingo. Por otro, unos 50 detenidos, más de 80 heridos (diez acuchillados, dos de ellos muy graves, cuatro por balas de goma, y uno por arma de fuego) y muchísima gente aterrorizada. La gloria y el horror otra vez juntos. ¿Hasta cuándo?
ASÍ SON LOS REDONDOS
Pablo Perantuono y Guido Bilbao Fotos: Federico Guastavino. Informes: Nicolás Wiñazki.
En la patria de los corderos, el misterio lastima. Como un monstruo en la oscuridad, mientras no se lo ilumina más crece su poder. Durante veinte años Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota crearon los anticuerpos para no ser parte del negocio del rock. Y eso fue casi revolucionario. Desde el comienzo hicieron de sus convicciones el continente en el que hizo pie la banda. Sin obedecer a nadie. Hoy es el grupo con más convocatoria del rock nacional y factura millones de dólares. ¿Cómo hicieron estos músicos de cincuenta años, oriundos de una clase media intelectualizada, para convertirse en la religión con la que comulgan decenas de miles de argentinos?
En el camino. La aventura nace en La Plata, recorre más de dos décadas, pero su decorado no varía demasiado. Una cofradía de imaginación volátil cercada por el sonido de los sables. Es que a fines de los 70 ser músico no era fácil. Sus presentaciones eran vedaderos happenings: en el escenario, junto a Carlos Indio Solari (51), el cantante, pasaba de todo. Se improvisaban escenas de teatro, monologaban escritores y hasta se desnudaban chicas. Solari sorprendía con su voz de chirrido de gomas. También por sus letras -algunos todavía preguntan de qué hablan-, producto de la lectura afiebrada de Truman Capote, y en especial de los beatniks de los 50. Como hoy, la trinidad de la banda se completaba con el guitarrista Skay Beilinson y su mujer, la manager Carmen Castro, conocida como La Negra Poly, una suerte de caudillo. Solari dice de ella: «Una banda de rock es como una banda de chorros. De la única manera en que este afano puede salir bien es que el tipo que está de campana tenga los mismos intereses que vos. La Negra hoy arma shows en estadios, pero antes lo que tenía para dar era el hecho de que tanto Skay como yo durmiéramos con los ojos cerrados».
Su público era una turba abigarrada de amigos, artistas, periodistas y estudiantes. Todavía no había bandas, como ellos mismos llamarían a sus seguidores. Pero sí método: no querían intermediarios entre su obra y la gente. No había distribuidoras, ni productores. Solari comenzaba a trazar la liturgia: «No toleraría pasarme dos horas de antesala esperando que un gordo de una productora me dijera cuándo me va a dar mis cheques», le decía a Clarín en 1984. De ese año es su primer disco,Gulp, rock llano que sentó las bases del sonido de la banda y que le daba la espalda al mandato pop que sonaba en las radios. El trabajo de goteo estaba en marcha. El grupo distribuía su propaganda, cobraba las entradas, repartía buñuelos de ricota mientras tocaba y luego ellos mismos cargaban sus equipos. Costaba, pero se mantenían siempre al borde del mercado. Por convicción, capricho o romanticismo. O porque vieron el rédito de la pose alternativa. Para el periodista Sergio Marchi (37), el grupo es independiente porque se dio cuenta temprano de que el negocio alimenta a otros eslabones de la cadena, menos a los músicos;.
¿Quién es Patricio Rey? La vida personal de los integrantes de la banda es el secreto mejor guardado. Dicen que la pareja Beilinson-Poly vive en Palermo Viejo y que Solari habita una casa en Castelar. También se sabe del Indio: que es profesor de Educación Física, dio clases en el Liceo Militar, es un lector voraz -de literatura y actualidad-, tiene 1.800 CD´s y viaja seguido al exterior para recuperar el anonimato. Me llevo mal con la popularidad. Es como un purgatorio, repite. Es una suerte de Greta Garbo del rock. Curioso, se nutrió de la nueva tecnología. Y se nota en sus nuevas producciones. A mediados de los 80, los pubs de San Telmo o Constitución ya quedaban chicos. Como en una fábula medieval, el rito empezaba a contagiarse de boca en boca. La banda se deslizaba en silencio, sumaba fieles. Ya no repartía ricota, pero mostraba una poética compleja. Solari ya hablaba de que el infierno es embriagador. Fernando Noy, poeta y ex vecino de Solari, cree que ellos son una de las muestras de que el rock no tiene fronteras poéticas. Todos tratan de destruir su libertad, pero eso no hace más que resucitarla. Solari no hablaba demasiado en escena. Agigantaba el misterio.
Para fines de los 80, la prensa les rendía pleitesía. Buscaron nuevos escondites. Los bares cambiaron por miniestadios para más de 1.500 personas, como Palladium, Cemento o Satisfaction. No hacían publicidad, era difícil conseguir entradas pero los lugares estallaban igual. Sin tickets, los fans se agolpaban en las puertas de los recitales y rogaban por más ricota. Entonces Poly autorizaba el ingreso de todos. Entre 1986 y 1987 editaron dos discos que se vendieron como agua,Oktubre y Un baión para el ojo idiota. El éxito les cayó encima y los enfrentó a un dilema: seguir transpirando sótanos o treparse al escenario del sistema: el estadio Obras, donde tocaban Soda Stereo y Charly García. Y mordieron la manzana.
Revival. Durante la primavera alfonsinista, Solari dejó entrever algunas de sus ideas. «Soy optimista. Esta vuelta a los 60 es como retomar las cosas que estuvieron congeladas. Quién te dice que no pueda haber otro Mayo Francés en algún lugar del planeta», afirmaba al diario La Razón;, en 1987. Los Redondos conocían de cerca las revueltas de Francia. Skay, guitarrista de la banda y hombre de pocas palabras, estuvo en París en ese momento, y con 18 años quedó encantado. Llegó el cuarto disco. Continuaban en su postura de no compartir escenario, ni tocar gratis en festivales, aparecer en tevé o sacarse fotos posando. El desembarco en Obras, aseguran, enervó a los primeros fans que señalaban un desvío. Pero los seguidores ya eran tantos que ni Obras les calzaba. El perfil de su público se fue ampliando. Se sumaron jóvenes que llegaron tarde a todas las revoluciones, que se quedaban afuera de la fiesta menemista y no encontraban en qué creer. La banda les ofrecía algo más que rock, mientras sentían que el país les daba vuelta la cara. El público comenzaba a tejer su propia historia. Más que en fans, se iban convirtiendo en militantes de la fe ricotera. Desde las zonas más oscuras del conurbano llegaban a Núñez. La cantidad de gente sin entrada en las puertas de Obras crecía. Poli ya no podía hacer entrar a todos. Entonces la confrontación salió a la superficie: fuera del estadio, las normas no las dictaba la banda. Y se sabe: a la policía no le gusta la gente en la calle. Los fans que no entraban al show le cambiaban la cara al barrio -y el aroma- y la represión no tardó en llegar. En abril de 1991, Wálter Bulacio, de 19 años, fue detenido en la puerta de Obras, con entrada y todo. Le pegaron en la calle, en el celular y en la comisaría. Sufría de aneurisma, necesitaba remedios. Los policías se reían. Después de cinco días en coma, murió, el 26 de abril. La confrontación se agudizó. Los fans empezaron a prometer venganza mientras la banda mantuvo la boca cerrada. Siguieron tocando y siguieron los enfrentamientos. En el 94, la violencia explotó también puertas adentro. Hubo peleas entre los propios fans, heridos de arma blanca en el césped de Huracán, choques con la policía. Después de meditarlo, abandonaron la Capital. «Tengo 46 años y no soy un tipo optimista. Estoy decepcionado de las ideologías. A esta altura casi no se puede creer en nada.». El Indio Solari también sangraba.
Viaje con los Redondos. La banda comenzó a girar por el interior, aunque fuera de las grandes ciudades. Organizaron fechas en Olavarría, San Carlos y Villa María. Los fans llegaban a todos lados y copaban cada ciudad. Al principio eran bien recibidos -dinero fresco-, pero con el tiempo la alegría se secó. Fuera de Capital, la violencia también mostraba sus colmillos. Después de feroces choques entre los seguidores y la policía de Mar del Plata -choques televisados-, los Redondos volvieron a casa. Editaron un disco que por primera vez proponía un cambió de estilo, un sonido más electrónico, que no cayó tan bien entre sus fans. Después de años de mantenerse al margen del mercado se sentaron a negociar a la mesa de Daniel Grinbank. El empresario les habilitó el estadio de River. A cambio, los Redondos hablaron por la Rock & Pop -durante años, allí fueron mala palabra-. Era la apuesta más fuerte. Nunca en la Argentina una banda había anunciado dos River Plate seguidos -Serú Giran, después de completar uno, repitió, pero no fue tanta gente-. Fueron a verlos 130 mil personas. Ni con los Rolling Stones se vio un Monumental con tanta gente. Hubo heridos -policías y público-, gente detenida y un barrio en estado de sitio. Pero también un show contundente. Hoy, la cúpula de la banda está en Nueva York trabajando en el próximo disco. Musicalizando la leyenda. Alimentando el misterio.