Acerca del show de Los Redondos en River. Por Marcelo Figueras.
Diario Clarín, 17 de abril de 2000. Por Marcelo Figueras

Los jóvenes del 83 no creían en las fuerzas armadas ni en la Policía, y tenían motivos poderosos para ello. Muchos jóvenes de hoy tienen motivos para no creer tampoco en los partidos políticos ni en la democracia formal ni en la televisión ni en el resto de los medios ni, por supuesto, en una economía de mercado que siempre los expulsa de sus banquetes.
De los 80 a esta parte, mientras muchas instituciones argentinas caían en el descrédito, el prestigio de los Redonditos de Ricota se elevaba a las nubes. Es cierto que se trata, apenas, de una banda de rock and roll. Por cierto: una muy sabrosa. El Indio Solari es un poeta en el nivel de un Discépolo: capaz de convertir versos en banderas, como cuando canta todo preso es político. O de pintar una generación con una frase, como cuando dice: Me acaban el cerebro a mordiscos, bebiendo el jugo de mi corazón, y me cuentan cuentos al ir a dormir.
Los Redondos hacen lo que aman, aman lo que hacen y no se sientan a comer -ni se fotografían, ni negocian- con gente a la que desprecian. En una sociedad afecta a las virtualidades, se mueven con un romanticismo cierto. La mezcla de su arte y de su independencia es combustible; por eso a veces, como ocurre con las buenas ideas, producen incendios en campos que otros dejaron secos. Quizás porque dicen lo que piensan y actúan en consecuencia: a diferencia de los representantes de tantas instituciones, nunca defraudan. He ahí la raiz del fenómeno. En una época miserable, encarnan un valor todavía más escaso que el dinero: son alguien en quien creer.