Con incidentes igual hubo fiesta

Detuvieron a 25 personas y 32 espectadores resultaron heridos; en la cancha no hubo disturbios y el show fue muy bueno

Diario La Nación, 17 de abril de 2000

Tras algunos incidentes en las horas previas, que no alcanzaron la magnitud de los registrados el sábado por la noche, Los Redonditos de Ricota y sus seguidores pudieron finalmente disfrutar anoche de un show sin interrupciones ni actos de violencia dentro del estadio. La jornada había comenzado tranquila. Sin embargo, a medida que se acercaba el horario previsto para el inicio del recital la tensión aumentó en la zona de Figueroa Alcorta y Monroe, cerca de donde anteanoche se produjeron los más graves incidentes. El control más estricto que ayer desplegó la Policía Federal -que incluyó 1200 efectivos y un amplísimo operativo- no alcanzó para evitar disturbios. La orden era clara: no tenían que repetirse los hechos de anteanoche, cuando 40 personas lesionadas debieron ser hospitalizadas. Pero, aunque menos que el sábado, otra vez hubo corridas, disparos y gritos fuera del estadio, antes de que comenzara la música.

Entrada en mano, unos 70.000 espectadores debieron atravesar rigurosos vallados, mientras los carros de asalto, camiones hidrantes y la policía montada circulaban nerviosamente. Pero no fue suficiente: en total, hubo 25 detenidos y 32 heridos -entre ellos cuatro de bala de goma- que fueron derivados a los hospitales Fernández, Pirovano y Rivadavia. Para pasar el primer vallado había que tener entrada. Los agentes de seguridad echaban a los que no tenían su ticket mientras la policía los dispersaba. «Si no te vas te tiro», amenazó un policía armado a un periodista de La Nación.

Poco antes de las 14, cuando se abrió el acceso al campo, no había más de cien metros de cola. A dos cuadras de allí, en la plaza de Monroe y Húsares, varios grupos de ricoteros hacían rondas de picnic, y condimentaban la espera con cantitos y banderas. Seis horas más tarde, ya iniciado el espectáculo, en ese mismo lugar fue hallado un joven ensangrentado, tirado sobre la avenida. Las primeras corridas comenzaron a las 17.30 y continuaron hasta las 20, cada vez que el fuerte dispositivo de seguridad intentaba dispersar al público que trataba de acercarse al primer control y así evitar una cola de más de 800 metros.

Para la hora en que debía comenzar el show aún quedaba una larga fila que se extendía por la avenida Udaondo. Porque además de los empujones provocados por aquellos que querían colarse (con o sin entradas) uno de los principales problemas fue la demora en el cacheo de ingreso. La consigna era no dejar pasar a nadie que no llevara su ticket. Por eso el desfile de chicos rebotados en el primer control fue constante. Primero con efectivos de la Guardia de Infantería, luego con camiones de asalto y motocicletas, y finalmente con un camión hidrante, la policía intentó contener las aglomeraciones en el acceso.

Cada veinte minutos los efectivos ganaban terreno y despejaban el área. Durante las corridas varios jóvenes fueron alcanzados por los palos de la policía montada, y también se escucharon disparos de Itaka. Joaquín Amat, un hombre de más de cuarenta años, recibió un balazo cerca del talón, pero antes de ser atendido se acercó a los medios ubicados en la entrada. «A vos te parece que yo tengo pinta para venir a hacer quil…», gritaba con indignación, mientras les mostraba a los periodistas su pantalón sport, sus zapatos acordonados marrones y la herida.

El concierto
Dentro del estadio, el clima tenso que había en un principio fue diluyéndose. El campo de juego, que el sábado estaba atestado en cada uno de sus sectores, mostraba esta vez algunas zonas menos sobrepobladas. Ese sector, donde se iniciaron los incidentes del show anterior, permaneció iluminado durante todo el concierto con reflectores ubicados en los costados. Una medida preventiva para que el público ubicado en esa zona pudiera ver mejor qué ocurría a su alrededor y facilitar la detección de probables disturbios y corridas.

El grupo salió a escena a las 20.35. El Indio Solari, cantante y líder de los Redondos, saludó al público sin hacer alusiones a los acontecimientos de la víspera y la banda arremetió con «Un ángel para tu soledad», un clásico del conjunto. El público bailó, cantó e iluminó la noche con bengalas, mientras se sucedían los clásicos y los temas de su último disco. «Ji ji ji» fue el broche de un recital que tal vez, por el marco y la calidad musical, pese a los disturbios, haya sido el más importante en las más de dos décadas del grupo.

Exodo y miedo, las reacciones de los vecinos de Núñez

Quizá el mayor susto fue el que vivió Matías Colombres, cuando poco después de haber finalizado el recital de los Redondos el auto en el que se encontraba fue zarandeado por un grupo de enardecidos fanáticos, que pretendieron darlo vuelta y después incendiarlo con él adentro, según amenazaron.

Matías, estudiante de medicina, de 21 años, que vive en San Telmo, le contó a La Nación que a las 22.30 de anteanoche se había estacionado con su Fiat Regatta en Libertador y Quesada. «Fui a buscar a mi novia, que vive en la calle Hernández, para ir al cine. Cuando el show terminó, buena parte del malón pasaba por ese lugar. Todo iba bien, hasta que unos 30 de ellos se abalanzaron sobre el coche, gritando que yo había querido atropellarlos», contó.

Lo demás fue como una pesadilla que pudo haber tenido un final muy malo. La patota empezó a mover el auto y a saltar sobre el capot. «Quisieron abrir las puertas, pero al ver que estaban trabadas intentaron dar vuelta el auto gritando que había que incendiarlo.» Desesperado, Matías sólo atinó a tocar la bocina sin interrupción, con las luces altas encendidas. Eso fue lo que lo salvó, porque a los pocos segundos un patrullero se le puso en paralelo y logró alejar a los violentos.

Nuevo síndrome
No debe faltar mucho para que los psicólogos locales incorporen a su léxico una nueva expresión clínica: síndrome ricotero. Podría ser definido como el miedo que la banda que lidera el Indio Solari provoca entre gente que vive cerca del lugar en donde ofrece un recital. Un recorrido que en la mañana de ayer realizó este cronista por Núñez, o más concretamente en el denominado barrio River, desnudó ese temor en no pocos residentes de la zona.

«No pasó nada, por suerte, pero en algún momento creímos que iba a haber un desborde generalizado», dijo Marta Betancourt, que vive en Victorino de la Plaza y Romero. «Sobre todo cuando salieron del estadio. A mí me parece que cuando se junta, este tipo de gente es capaz de cualquier cosa.»

Mientras hacía tareas en su jardín, Roberto Campo, de Pedro Agote al 1300, comentó que se había sentido «avergonzado» por la situación. «Parecíamos delincuentes. No podíamos entrar ni salir sin un permiso. Vivo acá hace años y nunca vi nada igual», señaló. Al parecer, muchos no confiaron en la eficacia del control policial y optaron por irse a otra parte. Un desbande que uno sólo puede imaginar vinculado con la inminencia de una peste o una catástrofe por el estilo. Marcos Sajón, de Sáenz Valiente y Alcorta, casi frente al estadio, metía unos bolsos en el baúl de su auto. «Desde el sábado estamos en un hotel, con mi mujer y mis dos hijas. Vine a buscar más ropa porque nos quedamos hasta el lunes. Conozco familias de por aquí que se fueron a casa de parientes», dijo.

El encargado de una estación de servicio cercana, en la que funciona un minimercado, contó: «Aquí vinieron varios anoche (por anteanoche) a comprar alfajores y cosas así, pero teníamos un par de empleados exclusivamente para vigilarlos. En general, se portaron bien». Las adyacencias del estadio lucían por la mañana un aspecto casi impecable. «Se ocupa de la limpieza una empresa contratada para eso», consignó un agente de la comisaría 51a.

Pese a los miedos del barrio, el día después de la reaparición del grupo en el Monumental no significó para sus moradores un panorama de desastre, más allá de las molestias impuestas por el cerco policial. Restaba por ver cómo sería la noche del día después. (Willy G. Bouillon)


ES VIOLENCIA QUE NO VIENE DE LA MÚSICA

El análisis de un sociólogo | Por Eliseo Verón – Especial para La Nación

Vecino de Núñez (aunque no habitante de la zona crítica), el domingo por la mañana salí a comprar los diarios para enterarme de lo que había (o no) pasado. Tres diarios, tres violencias diferentes. Clarín es el más cercano al punto de vista de los fanáticos del grupo: «Más de 60.000 jóvenes vibraron con los Redondos en River»; «Aunque se temían graves incidentes, la alegría fue más fuerte».

Página 12 pone el acento en la banda misma como víctima de la violencia: «Frente a los incidentes, el Indio Solari anunció el final de los Redondos»;»… el cantante de la banda dijo «Acá pasó algo muy grave» y explicitó su voluntad de dejar de tocar en vivo». La Nación adopta el punto de vista de un lector ajeno al rock en general y a los Redondos en particular: «Violencia en el recital de los Redondos» en tapa, y después un gran título: «Violencia, heridos y terror en Núñez».

Hace unos minutos, un titular blanco sobre la pantalla enteramente roja, que alcancé a leer a medias, anunciaba en Crónica TV que en el show de esta noche alguien del público había sido apuñalado por la espalda. A lo largo de toda su historia, el rock ha estado asociado a una violencia simbólica fuerte, de reto a la sociedad «normal», pero que se expresaba, por decirlo así, a nivel individual, a través de sus creadores y de su música.

El rock, para muchas de sus grandes estrellas, ha sido un escenario de autodestrucción. «Drugs, sex and rock&roll»: de estos tres valores, el primero es transgresivo, pero como figura de un destino individual; los otros dos, así lo espero, son bienes comunes y patrimonio de la humanidad.

No es culpa del rock
La violencia de estas dos noches no tiene nada que ver con la música ni con los que pensamos que el rock es, junto con el jazz, una de esas pocas músicas populares que construyeron la cultura del siglo veinte. Es una violencia que viene de la sociedad y no de la música. Es la violencia que busca los pocos espacios de expresión que encuentra: el fútbol, los grandes shows. Violencia acorralada de la marginación, del desencanto, de la exclusión, que conoce como única alternativa la puesta en discurso por los otros: los medios. Con un efecto, como siempre, perverso: no me extrañaría que estas dos noches les hayan facilitado a algunos de mis conciudadanos de Núñez esa decisión que ya rondaba en sus cabezas: «Mi amor, tenés razón, es mejor irnos a vivir a un barrio privado». (El autor es semiólogo, sociólogo y profesor de una maestría en la Universidad de Buenos Aires)


Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s