Rocambole, el artista plástico que vistió a la generación ricotera con sus dibujos, sostiene que el eje de la animación mundial pasa por Japón y que pronto será difícil diferenciar la imagen real de la digital.
REVISTA ROCK TERCER MUNDO – 04/2000

Rocambole se tuvo que hacer aliado de un teléfono celular. El pronóstico del tiempo no lo dijo pero sí dijo que el huracán Patricio se venía con todo hacia River. Entonces, el hombre que le pintó la cara a los discos de Patricio Rey y sus Redonditos de ricota y que vistió sin quererlo a generaciones ricoteras, tuvo que poner manos y cerebro a la obra.
No estaba escrito en ningún lado, pero los shows en River requerían de cierto marco, más allá de los estandartes que pueden aportar las bandas. Y este señor Ricardo Cohen – alter ego del ilustrador/videasta/diseñador/docente/artista plástico/compositor- fue el encargado de las proyecciones fílmicas sobre el escenario detrás de la banda, al igual que en el estacionamiento del Último Bondi en Racing.
El Mono Cohen hizo un tajo en su agenda y busca una silla para estar cómodo. Es difícil imaginar donde está porque borra todos sus rastros: «Tengo varios refugios en el centro de La Plata, y por los alrededores. Ahora estoy en City Bell» desliza. Hombre de la logia del perfil bajo desde La Cofradía de La Flor Solar, aquella unión de preceptos hippies que chocó con la fuerza de los hermanos Beilinson, Carlos Solari y el germen de Los Redondos. De ahí viene el nombre de Rocambole: «Era la marca de unas remeras que hacía. Aerografías, estampados. Paisajes y estrellas.» Desde los 70, ha sido el biógrafo visual de la Banda de las bandas.
¿Qué implica tanto tiempo juntos: libertad total o más interdependencia?
«Bueno, con los Redondos nos conocemos desde hace mucho. No necesitamos explicarnos nada. Me entero de qué es lo que están haciendo ellos y empiezo a laburar. Después tenemos una reunión donde todos tiran ideas. Y en los últimos momentos me mando solo. Sus canciones son muy evocadoras y la poesía suscita muchas imágenes».
Para el Último Bondi, en el que los Redondos se fueron poniendo tecnos, el ilustrador no perdió el rumbo: «La tapa puede ser algo como de Submarino amarillo de Los Beatles… No sé, también hay mucho de 20000 legüas de viaje submarino».
¿Cómo te llevás, desde tu actividad de ilustrador, con las computadoras?
Es un ítem nuevo para mi trabajo. Una herramienta a la que tuve que acudir ahora. Los tiempos cambiaron y ya no puedo ir a una editorial sin un zip o un diskette. Así y todo, me encanta.
¿Cuántos años tenés?
«El secreto de mi edad está oculto, enterrado en una tumba europea, cerca de Transilvania, sí. Pero me fui adaptando. En los tiempos de las cavernas de Altamira usé el carbón. En el renacimiento, el óleo y ahora en el 2000, una MacIntosh. Una MacIntosh G-4, para ser más preciso: algo así como una Ferrari en el ámbito de la digitalización y el diseño».
Sin edad definida, aunque maduro docente en la Universidad de Berisso, entre otros lugares donde da clases, a Rocambole lo pueden los jueguitos electrónicos: «Me impresiona mucho la estética de los videogames. Al principio eran muy cuadrados, muy toscos. Ahora manejan la idea de tres dimensiones. Pronto será difícil diferenciar la imagen digital de la real. La estética es fría, pero muy real. El futuro de los ilustradores va a estar signado por la estética.»
También aplaude al animé japonés: «El eje de la animación mundial pasa por Japón. Empezó con Meteoro y los robots como Mazinger, de movimientos muy limitados. Y lo que hacen ahora, «Akira», «Ghost in the shell», es sorprendente. Hay mucho clima, me recuerdan a algunos directores japoneses; directamente a Akira Kurosawa, la atención que le prestan a los paisajes».
Y ahora vas a ser jurado en Digitalización y Arte Bizarro para el primer concurso nacional de comics.
«Bueno, para juzgar, parece que hay que elegir a alguien, lo cual ya es bastante difícil. Pero alguien tiene que hacerlo. Mi consejo es que exploren cada medio que tengan a mano, pero que finalmente usen el cerebro. Las máquinas ofrecen mucho, pero sólo sirven si hay una idea en la cabeza».
En el mundo de Rocambole, el equilibrio entre contenido y envase nunca corrió peligro. Gulp!, casi artesanal con un aire de Jackson Pollock. Oktubre, revolucionario y con la Catedral de La Plata en llamas. Un baión… bombardeando a los medios e incorporando un muñeco de su hija. Bang Bang yel homeaje a Goya y La Mosca y la Sopa: «Un cuadro de 3 metros por 2 metros y pico. Collage, relieves y un gato muerto».
¿Un qué?
«Un gato muerto que encontré en la terraza de casa. Estaba perfectamente conservado, casi momificado. En un momento pensé que podía servir para algo y así fue».