Suspensión de Los Redondos en Olavarría: ecos en la prensa

Algunas de las opiniones de la prensa sobre la prohibición.

Extraídos de la web de Mundo Redondo

Ojalá trascienda al rock. Por José Pablo Feinmann, escritor.

Los recitales de rock siempre han sido incómodos para los gobernantes y la policía. Implican la reunión de muchos jóvenes con sus entusiasmos, sus expresiones vitales y ávidas de libertad.

Siempre me pregunté qué hacían los jóvenes después del recital. Siempre me pregunté si esa unión, ese fervor, esa pasión por la música y por la expresión de libertad se prolongaban más allá del espacio del recital. Mi respuesta siempre fue errática, nunca definitiva, pero giró con dolorosa frecuencia, alrededor del pesimismo.

Todo sucedía en el recital, más allá nada o muy poco. El espacio del recital controlaba, mágicamente, a los jóvenes, confinaba su expresividad, su compromiso con los valores de libertad y el desdén por la condición castradora del poder, a una geografía ritual que nunca era trascendida.

Tal vez ahora, a partir de Olavarría, empiece a ocurrir algo distinto. tal vez los chicos entiendan que los oscuros monstruos que les prohíben un recital están fuera del espacio místico en el que ellos se convocan. Tal vez decidan reunirse, entregarse sus números de teléfono, advertir que hay algo más que el rock, que esto que hoy les pasa surge del rock pero que se prolonga en una actitud conjunta que debe encontrar su cauce en la sociedad, en la política, en la autoconciencia.

Porque la represión que hoy sufren no es casual y no la sufren solamente ellos. Si la prohibición de Olavarría llevara a los jóvenes a buscar su unión y su amor por la libertad y el compromiso de luchar por ella más allá del espacio del recital, estaríamos en presencia de un suceso verdaderamente trascendente. Si no, sería solamente una prohibición más en un país proclive a las prohibiciones.


Una sucesión de torpezas. Por Jorge Aulicino, redacción de el CLARÏN

El líder de Los Redondos usó calificativos casi científicos para definir la prohibición de los recitales de la banda en Olavarría: acto descabellado, demencia. Hay varias cosas que le dan la razón: primero, la prohibición, que tiene todo el aspecto de parecer exagerada además de legalmente cuestionable. Segundo: el hecho de que la reacción del intendente Helios Eseverri, se manifestó unos días antes de las actuaciones.

Fue una sucesión de torpezas lo que convirtió a la tranquila ciudad de Olavarría en una santabárbara que la proyectó a los titulares de diarios y noticieros de televisión y radio. Hay antecedentes de violencia en las actuaciones de Los Redondos. También los hay en casi todos los partidos de fútbol. Pero los torneos no se prohíben.

En el caso de Los Redondos, el primer acto de violencia en uno de sus recitales fue la muerte de Walter Bulacio, que no corrió por cuenta de los músicos ni de sus fans. Bulacio murió en un sanatorio después de haber pasado por una comisaría.

Cierto es que Los Redondos convocan cierto furor amasado en las calles de los suburbio y los barrios. Su estilo es, sin embargo, musicalmente refinado y sus letras son mezclas de asperezas  e imágenes complejas, con claves que remiten a la retórica artesanal de las esquinas y los talleres mecánicos. Pero censurar sólo sirve para agudizar cualquier conflicto. Hace dos siglos que esto se sabe. El intendente Eseverri no parece haberlo comprendido. Lo que los Redondos son, transpuso los límites de un gimnasio y ardió en neumáticos viejos en las tranquilas calles de Olavarría.

Muchos músicos de rock dijeron que el rock no sólo es música. El hecho estético se alimenta con lo que pasa fuera del escenario. Y los rockeros dicen por eso que el rock es una forma de vivir.


Un gran remedio para un gran mal . Por Silvia Elizalde y Pablo Zamora

 El fenómeno que produce Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota supera el acontecimiento puramente artístico para transformarse en un ritual capaz de generar transgresiones imposibles de practicar de manera real. Los miles de jóvenes ricoteros que son capaces de seguir al grupo por cualquier punto del país participan de una ceremonia mayor en la que los recitales, e incluso la misma banda, funcionan como excusa.

Es que seguir a Los Redondos es una aventura que comienza con los preparativos del viaje, se vive en los 3 ó 4 días antes del show y termina con la sensación de libertad que deja la inexplicable comunión de los músicos y sus fieles. Olavarría apenas permitió una pequeña parte, y la Municipalidad se encargó de «prohibir» lo mejor: esa fiesta, esa oportunidad que casi nunca tienen los jóvenes para ratificar su identidad en una sociedad en la que el poder casi siempre se pone del lado equivocado.

En este sentido, Los Redondos son el símbolo del que se apropian los pibes para participar de una epopeya generada por ellos mismos. Una buena excusa para lanzar su grito de furia, su indignación. Por eso la banda existe, porque en este momento forman parte de ese imaginario por donde circula toda esa energía juvenil. Y el propio Indio Solari ratificó ese concepto en conferencia de prensa: «No sólo se nos está prohibiendo tocar, se le está prohibiendo a aquellos, que por algún motivo que les es propio, quieren escuchar esto, conmoverse con esto, quieren estar vinculados a esta banda de música».

Un sentimiento

Es indudable que el fenómeno ricotero excede a la propia banda. Sin ir más lejos, la diferencia generacional entre músicos y público es muy marcada. Y sin embargo los pibes han encontrado en la mística de Patricio Rey la posibilidad de manifestar su indignación, de encausar sus carencias a través de una ceremonia propia.

Es evidente que esto puede ser algo pasajero, que dentro de unos años estos mismos jóvenes estén participando de otro tipo de manifestación o no, pero mientras no tengan asumido ningún compromiso con la sociedad, seguirán creyendo en su propia heroicidad.

El grueso de las huestes ricoteras proviene del Gran Buenos Aires, y son pibes que pertenecen a sectores castigados, chicos que diariamente sobreviven a situaciones muy duras, abandonados a su propia suerte. Y esa indignación encuentra su grito de furia en la ceremonia que los reúne sobre cualquier escenario para confirmar su identidad, en donde los recitales apenas son la excusa.

Los shows de Los Redondos sólo llenan un par de horas en los cuatro o cinco días en que los chicos comparten sus vivencias. El viaje, el camping, las comidas, las cantos de exaltación de la banda, el repudio a la violencia policial, a la injusticia, a la discriminación… Todas manifestaciones que reafirman una identidad propia destinada a efectuar en escenarios simbólicos ocasionales ciertas transgresiones imposibles de practicar de manera real. Por eso ser de «lo’redondo» es «un sentimiento» de liberación.

El ritual

El acontecimiento ricotero -como todo ritual- requiere para ser efectivo, de la complicidad y la legitimidad de sus reglas de acción. Tiene momentos, formas y ritmos propios que se desplazan todo el tiempo pero sobre una misma base que se asume como necesaria para una ceremonia que nunca se completa. Porque ésa es, justamente, una de las condiciones por las cuales el recital es posible: ofrece una escena sin bordes que nunca llega a llenarse totalmente de sentido. Que es porque se exhibe, y porque permite exhibirse en público.

Por eso, toda la simbología ricotera no es otra cosa que uno de los tantos bordes con que esta escena se construye. Los pibes, los viajes hasta el lugar, los días previos, el «aguante lo ‘Redondo» como requisito de admisión, la iconografía de una banda que eligió el silencio como parte de su visibilidad: todo contribuye a que la intensidad de la experiencia sea indisociable de una identidad que se piensa diferente.

Pero la distinción entre ser «ricotero» y seguir a otras bandas no tiene tanto que ver como el «ser» de otra manera como con el ubicarse simbólica y materialmente en una posición que hace del consumo, un estilo específico.

En la identidad que otorgan los Redondos a su público, la mirada escéptica de la realidad participa del horizonte de acciones que se visualizan como signo distintivo de la banda, de sus letras y de sus prácticas. Sin embargo, no son un sello que se vive como inmodificable, sino elementos no previsibles que desafían su vigencia a cada instante.

Es evidente, y hasta reconocido, que todo este ritual a la banda la supera, sencillamente porque nunca estuvo en sus planes y porque escapa de sus manos. «Tenemos la suficiente edad como para escuchar a los chicos en vez de bajarles línea. Porque en sus nervios hay mucha más información del futuro que los tipos de nuestra edad pueden tener para aconsejarlos. Esto es de ellos», reconoce el Indio. Y el último mensaje de Luzbelito así lo confirma: «Nene, a partir de ahora esto está en tus manos». 



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