Música popular. Nos siguen pegando abajo

La prohibición de Patricio Rey en Olavarría.

Diario La Nación, 18 de agosto de 1997. Por Daniel Amiano

Hoy tendría que estar hablando de un nuevo acontecimiento de ese fenómeno que se llama Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Pero no, no es posible. Las tribus ricoteras tendrán que esperar otra oportunidad o, mejor dicho, otro lugar, para reencontrarse con esos músicos que dicen, sencillamente que «el fenómeno son estos chicos». Y, en buena medida, eso es cierto.

Como explicó alguna vez el Indio Solari, «somos una excusa de los chicos». Una excusa para saber dónde está plantada una amplia generación que todavía cree en la fidelidad, el rock and roll y el hecho de estar juntos por una propuesta artística que está al margen de cualquier infraestructura previsible. Es más: la magia de los Redondos radica allí, en los márgenes de una industria que fabrica ídolos.

Los Redondos iban a actuar el fin de semana que murió ayer en Olavarría. Pero no pudo. Habían alquilado el estadio de Estudiantes, pagado el servicio de seguridad y vendido más del setenta por ciento de las entradas. Pero tres días antes, por decreto, el intendente Helios Eseverri prohibió la realización de los conciertos preocupado por los actos de violencia que supuestamente se pueden generar por el arribo masivo de los fans.

La excusa inicial fue que respondía al pedido de entidades de la ciudad y de la policía, pero la cámara de comercio local dijo que no se oponía a la realización y la policía aseguró que estaban listos para reforzar la seguridad de sus conciudadanos. ¿Una atribución del poder?

Las bandas, de todas maneras, llegaron a Olavarría. Querían escuchar a su banda preferida. No hay decreto que obligue a los chicos a viajar varios kilómetros, pero sí uno que no les permite ese momento de pasión que no se da todos los días. Otra vez deciden por nosotros. Nos dicen qué tenemos que hacer y en qué momento. Y la solución -siempre hay ejemplos mayores- llega a través de ese elemento contundente que la democracia parece aceptar irremediablemente.

Los Redondos siguen estando allí, al margen. En un margen que, de todas formas, arrastra multitudes sea en Córdoba, Mar del Plata o San Carlos (un pequeño pueblo de Santa Fe que, con 10.000 habitantes, recibe 13.000 visitantes cuando actúa el grupo. Buenos Aires ya no está en la agenda. Tras la muerte aun sin esclarecimiento de Walter Bulacio y dos confusos conciertos en Huracán hace más de dos años, decidieron alejarse del radio capitalino buscando un poco de tranquilidad. Una tranquilidad relativa, como se ve.

El grupo que lideran Solari, Skay y la «Negra» Poli parece ser el chivo expiatorio de la aprehensión que se le tiene al rock aunque estemos finalizando el segundo milenio y que la historia haya demostrado que la violencia es otra cosa. Tal vez sea como cantan en el cierre de «Bang Bang… estás liquidado»: «violencia es mentir», aunque los medios hayan creado una figura rockera muy fashion en un envase para toda la familia.

Desde que Elvis subió a un escenario, el rock es puro desafío, rebeldía joven que fue variando su forma con las generaciones pero que siempre tuvo una postura no complaciente. Eso no puede corregirse a través de un papel sellado. Sin eso, el rock no representa nada, y prohibirlo no es una solución, como tampoco es una nota realista emparentar el rock con la violencia. ¿No será el decreto una de las variantes modernas de la violencia?


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