Los Redondos en el Estadio Polideportivo de Mar del Plata

El 26 y el 27 de octubre de 1996 Los Redondos se presentaron en el Polideportivo de Mar del Plata. Les compartimos esta crónica de la web Mundo Redondo

Web Mundo Redondo

Ese eterno viaje de Los Redondos

Las huestes ricoteras tienen un tren propio que el sábado último los llevó, sin escalas, a la ciudad de Mar del Plata; una pasión que no reconoce fronteras, distancias ni medio de transporte alguno. «El recital en sí mismo es la excusa, es como el postre, lo importante es todo lo demás», dijo alguna vez el Indio Solari. Aunque pasó el tiempo, aquella utopía hippie del toma el tren hacia el sur de los setenta todavía funciona. Ahora tiene forma redonda y los destinos cardinales son más variados.

Desde hace más de dos años, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota decidieron abstenerse de tocar en la capital. Sus presentaciones, desde entonces, tienen lugar en diversos lugares geográficos. San Carlos, Santa Fe, Mar del Plata. El recital es, entonces, algo más que sacar un ticket y llegarse hasta un estadio. Hay que partir.

Los preparativos

El sábado último se repitió la movida hacia la costa. Ya desde el mediodía, algo diferente circulaba por la estación Constitución, unificado por una contraseña: remeras de varios modelos pero todas con la inscripción del grupo. Imágenes varias del universo de ricota: Luzbelito, Oktubre, la foto de la banda, la letra de un tema, la imagen del Indio y hasta el ingenio de la frase «Ya lo decía Colón, el mundo es redondo».

En uno de los barcitos al paso en la estación Constitución, cuatro amigos esperan la hora de partida del tren. Llegaron desde Mendoza, con banderas y mochilas, dispuestos a repetir el rito redondo. Cuando ven otra remera aflora la hermandad. Están dispuestos a compartir todo, desde la unión que significa estar esperando la fiesta.

Ya en viaje, el mismo espíritu de solidaridad. Como una limpieza, uno se va haciendo liviano, deja atrás todo lo que no es importante. Cada uno de los rockeros peregrinos queda reducido a su bolsito, su remera y sus infatigables deseos de ver al Indio y Skay. De compartir la pasión.

Son las ganas de volver a un sentimiento tribal, a la comunión de almas. A poder sostener que las utopías son posibles. Así se entiende mejor el porqué de estos peregrinajes. Es un rito de iniciación, un alejarse de lo cotidiano para transformar los espíritus. No es lo mismo que ir hasta el estadio Obras, allí a la vuelta de casa. Es mudar de piel.

Por todo Mar del Plata los que bajan de trenes, combis y micros y autos se desparraman por el centro, deambulan esperando la hora. Sus ojos, que brillan ante la inminencia del encuentro, se distinguen claramente entre el caminar sin rumbo de los turistas que quedan. Comunidad de las bandas que se saludan, de remera a remera. Pasaporte redondo.

La fiesta

Cuesta entrar, siempre pasa lo mismo. Las colas son interminables y algunos han llegado y aún no tienen su entrada. Una vez adentro el clima es completamente distinto. Ya se terminó el susto de estar afuera cuando empiece a sonar la música. Los que están son los que deben estar. Las bandas. Así se llaman aquí a los seguidores del grupo, de la banda. Un mismo nombre para los que están arriba y abajo del escenario. El lenguaje viene a remarcar el sentimiento.

Emoción, una tremenda vibración en el polideportivo en el momento en que se apagan las luces para comenzar el show. «El pibe de los astilleros» larga sin una palabra previa. No hay mucho que decir y sí mucho que bailar y cantar. Dos horas y media de show. Veintitrés temas. Seis bises. Doce mil personas. Los datos no sirven más que para dar una idea cuantitativa. Lo real está en otro lado.

Lo real es que alguien encuentre las palabras para el fuego y la angustia. Que alguien invoque a «ángeles de la desolación» y quiera saber si me vas a salvar esta noche. Cuentos de losers empedernidos, de sienes ardientes, de estrellas caídas que eran un lujo. Así, con ojos ciegos bien abiertos, todo es ahora, esta noche. No hay replay. Ya lo sabemos, el infierno está embriagador.

Luzbelito está todo. El disco más oscuro que alumbró la Argentina. El testimonio de nuestro hoy y de nuestra inquebrantable fuerza para seguir. Pero también están los temas que se han convertido en señales, los que motivan los mismos gestos en una y otra punta del estadio. Las manos que palmean, el grito unido. A la larga lista histórica se agrega ahora, «Juguetes perdidos», nuevo himno. Todas las banderas, todas las bengalas, todos los brazos en alto.

De vuelta

El regreso tiene otro humor. Hay cansancio pero todos siguen sosteniendo la hermandad, aunque mañana cada uno reinicie su rutina de ceguera y aislamiento.

La solidaridad, sin embargo, no está cansada. Los grupos se turnan, democráticamente, para ir hasta la cocina a buscar agua en bidones. Lo que hay se comparte. El previsor que trajo agua caliente, hará rodar el mate entre los vecinos de vagón. Circulan paquetes de galletitas, cigarrillos, cassettes y walkman. Discos oficiales, versiones piratas y hasta un arriesgado que en un mínimo grabadorcito dejó registrado este nuevo recital. Es el más envidiado.

Son cinco horas. Básicamente aburridos, algunos optan por caminar, comentar que el Indio hablo mucho menos que en San Carlos, que empezaron con este tema y no tocaron aquel otro. Nuevamente aparecen las guitarras y se comienza con un cantito futbolero, que invoca la pertenencia. Otros tratan de dormir. Los asientos de la turista no son cómodos y se buscan otras opciones: el piso, los espacios entre vagones y hasta uno lo intenta en el portaequipaje. La mayoría, envueltos en las banderas que llevan y traen por la Argentina cada vez que Patricio Rey los convoca.

Se llega cansadísimo a Buenos Aires, después de dos días de intensidad. Las últimas fuerzas son para bajar cantando, una vez más «vamos los redondos». Que son los músicos, pero también todos.


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