En dos noches memorables, las huestes redondas presentaron su nuevo disco, Lobo suelto, cordero atado, ante unos ochenta mil feligreses en el estadio de Huracán.
Revista Pelo 458, diciembre de 1993

La tensión de un lado y otro era incontenible. El planeta casi habpia completado su órbita y ni noticias de una ceremonia ricotera.
Patricio Rey prometía reservar sorpresas para el reencuentro y bien que las deparó, ya que por primera vez en la historia redonda un estadio de fútbol albergó a las tribus patricias -80 mil feligreses- e intentó hacer lo propio con toda la pasión contenida durante el tiempo de espera.
El esfuerzo tuvo una merecida recompensa: en dos noches -¿por qué?- distintas, el Indio Solari (voz), Skay Beilinson (guitarra), Semilla Buciarelli (bajo), Walter Sidotti (batería) y Sergio Dawi (saxo) presentaron su más reciente producción discográfica, “Lobo suelto -el viernes 19-, Cordero atado -el sábado 20-, aunque esa fue la excusa para revivir todo el sentimiento de un culto irracional, “y a mucha honra”, dirán algunos.
La expectativa generada en torno a esta producción crecía velozmente con el correr de los meses. El silencio habitual, y la ausencia de los escenarios contribuían a aumentar el misterio. Sin embargo, a la hora de develarlo, Patricio Rey lanzó el llamado y las huestes redondas respondieron, como pudieron, haciendo malabares con sus bolsillos para hacer frente a una presentación paralela de los dos álbumes -arriba y abajo del escenario-, el ritual se consagró. El sitio elegido esta vez fue el estadio de Huracán, para muchos un desafío que metía miedo; pero los temores y las dudas quedaron definitivamente atrás cuando desde muy temprano las bandas comenzaron a peregrinar hacia la Quema, decididas a ubicar sus estandartes en la cancha. Tanta pasión contenida, tanta necesidad de expresión encontró un espacio de alivio y reforzó los planteos acerca de la vigencia de la banda, que como cada vez que gana un escenario, exhibió allí su mejor sonido. Conocido es el folklore ricotero, sabido es que cada convocatoria depara delirio a discreción; claro que este encuentro tuvo sus particularidades en lo que hace a la producción: una puesta escénica sencillamente excepcional, acorde a las circunstancias, lograba equilibrar emociones.
Toda la pericia de Rocambole en la austera escenografía, dos pantallas que acercaban con clara definición tanto los movimientos de los músicos en escena como las imágenes del redondo dibujante, un sonido tan prolijo como permitían las dimensiones del lugar, que exigían aumentar los decibeles -muchas veces jugaron remontándose hasta el límite- con la segura contención del equipo técnico que integran los ingenieros Enrique García y Alejandro Goñl y el técnico Daniel Paneblanco-, cumplieron con las expectativas, pero el detalle que escapó a todo pronóstico fue una iluminación deslumbrante ideada por Fabián Stekelorum. Seguidores, varietes e incontables spots disparaban desde el techo del descomunal escenario haces que invadían cada rincón del mismo, contribuyendo a crear un clima capaz de plasmar una propuesta estética coherente de principio a fin, bajo la supervisión genera de la inefable “Poli Heydi”.
La fiesta comenzó desde temprano con miles de gargantas coreando una conmovedora melodía de Tchaikovski en un espectáculo capaz de erizarle la piel al más indiferente. El concierto arrancó con uno de los clásicos ricoteros que por fin concretaron su edición en los nuevos Cds: “Un rock para el Negro Atila” -el otro fue “Susanita”, también presente en el disco- y la multitud descargó cada línea en una ovación frenética. El éxtasis era posible. Una vez más esa extraña alquimia se hacía realidad.
Musicalmente, el sonido de la banda acusó recibo del tiempo de intenso trabajo transcurrido, con un training excelente puesto de manifiesto desde cada posición sobre el escenario, con dos noches de inspiración indiscutiblemente suprema.
También hubo músicos invitados: Gabriel Jolivet (como en los viejos tiempos el “Conejo” aportó su guitarra en “Vamos las bandas”), al que se sumaron Mona y Deborah de las Blacanblus (coros), con un desempeño impecable. Futuros himnos “Shoping disco zen”, “Etiqueta negra”, “El arte del buen comer”, “Espejismo” quizá la que más variaciones aportó al ideario redondo con las sutilezas dibujadas por el violín de Claudio Poli y los célebres recuerdos de Gulp, Oktubre, Un baión para el ojo idiota, Bang Bang estás liquidado, y La Mosca y la Sopa acudieron a la cita, alternándose con los estrenos en vivo. Tampoco faltaron los inéditos: coreado de principio a fin, “Un tal Brigitte Bardot” quiso poner fin a la locura. No pudo, la historia sigue, la sensibilidad perdura y el ritual está dentro de cada una de las 80 mil almas que comulgaron con Patricio Rey.


