Enciclopedia histórica del rock: Los Redondos

Ellos son un sentimiento, se sabe. Hace años que vienen bregando en el mundillo del rock autóctono al margen de la ley (del mercado, se entiende). Feligreses de Patricio Rey, ahora eligieron Huracán para realizar una ceremonia a cielo abierto.

Autor: Diario La Nación. Buenos Aires, lunes 15 de noviembre de 1993

Bailar hasta perder la forma humana

La fama a Los Redonditos de Ricota les llegó tarde, pero firme. Seguramente ellos no la buscaron. Y si lo hicieron, fue al margen de las reglas que guían el mundo del espectáculo musical.

Tocaron en pequeños lugares. Vendieron en la calle sus propios discos. Nunca aceptaron mostrar sus caras en televisión. “Para que dejemos de lado lo que amamos, deberían pagarnos una cifra altísima. Nuestro precio de venta es demasiado caro. Ningún dinero compra los deseos del corazón”.

De origen platense, la banda recorrió año a año, de 1976 para acá, distintos escenarios: el teatro Margarita Xirgú, La Esquina del sol, Palladium, Cemento, Satisfaction. En cada uno de estos sitios, la celebración ricotera se asentaba por algunos fines de semana hasta que el mayor número de concurrentes (de por medio la famosa transmisión oral), obligaba a trasladarse a geografías más amplias.

Hubo diecisiete Obras y algunas polémicas. Siguieron otros espacios y noches nerviosas con desbordes de gente. Una muerte absurda, también: la del chico Bulacio. En pocos días más, un estadio abierto, el de Huracán, albergará a la feligresía: hombres y mujeres, adolescentes y cuarentones, trabajadores y universitarios. Las fronteras se achican.

“Una de las cosas que me ponen más contento es que las canciones resuenen en chicos que podrían ser mis hijos. Por eso sigo rocanroleando. ¿Por qué la gente te quiere? Eso siempre será un enigma”, dice con humildad el Indio.

De poesía hermética y cargada de metáforas, las historias creadas y cantadas por el Indio se nutren de personajes y situaciones. A veces reales; a veces, no tanto. Del más puro rocanrol se nutre su música.

“Las canciones están ligadas a la poesía y no al panfleto. Los panfletos se caen inmediatamente ni bien la realidad se bifurca un poco. El poeta lo que tiene que hacer es afirmar, no está obligado a probar nada. Presenta visiones. Lo que le da importancia al hecho llega cuando esa visión resuena en miles de personas. Ahí se provoca algo que justifica la canción”, explica.

Revista Expreso Imaginario, año 1979. Palabras de Patricio Rey: “La transferencia de la idea sólo es posible con la participación en el acontecimiento. Lo único útil para comprender es participar. Bailar hasta perder la forma humana”.

Palermo Viejo, primavera de 1993. Palabras del Indio Solari: “Creo que las cosas resuenan y vos podés capitalizar el cariño de la gente. Pero cuando estás representando un capricho personal, la gente es la primera que te pone freno. Una banda que hace canciones lo más que puede obtener es reconocimiento. Si la gente te corta el rostro te lo corta y se terminó. Unos de los consejos de Patricio Rey dice que no hay que quedarse durmiendo en los laureles, que ésta es la primera y la última de las noches”.

José Luis Olivero

DE ENCUENTROS Y DESPEDIDAS
Pasiones circulares de un viejo tigre
Puñaladas: Boca, Los Redondos y ella eran suficientes para enroscarle la vida a cualquiera. Qué decir entonces de él, que sólo quería sangrar los goles de su equipo, sacarse con el mejor rock urbano y perderse en los abismos de su nena.

El tipo andaba por la vida con dos pasiones a cuestas: Boca y el rocanrol, en ese orden, le calentaban la sangre y le llenaban los momentos vacíos que, al cabo de un día, muchas veces sumaban más de 24 horas. De modo que Los Redondos fueron su natural cauce hacia un río de torrente cálido y con profundidades aptas para la subsistencia de una especie en extinsión, los sentimentales sin remedio.

Los conoció en el verano del ochenta y dos, cuando un amigo estudiante de periodismo y colaborador de la desaparecida revista Pan Caliente lo invitó a un recital organizado para juntar fondos y salvarla de la lona, que la esperaba inexorablemente. La cancha de Excursionistas, en el Bajo Belgrano, fue el lugar donde Patricio Rey le tomó el cerebro y el corazón por asalto, mientras las Bay Biscuits bailaban semidesnudas en el escenario y la policía ordenaba terminar con semejante espectáculo.

Cuando los volvió a ver, en 1985, todo había cambiado. La democracia marcaba otros ritmos, los patrulleros miraban desde lejos y el lugar del show era Palladium, a pocas cuadras de la City. Patricio Rey no insinuaba como tres años atrás, sino que ya era una compacta maquinita rockera que sacudía los cuerpos hasta convertirlos en autitos chocadores al borde del descontrol.

A partir de allí, fue casi un militante de Los Redonditos de Ricota, un seguidor fiel cuyas únicas dudas eran qué hacer si en una misma jornada se cruzaban un misa redonda y un partido de Boca lejos de Buenos Aires. Se dio cuenta de que en realidad ya había elegido, una noche que el xeneixe jugaba de local y él estaba haciendo la cola en Cemento para ver al Indio Solari.

“Esa mezcla, el día que le sumes una mujer, será explosiva”, le había dicho el mismo amigo, escritor en ascenso y atento a las aventuras ricoteras que lo podían proveer de materia prima.

La mujer apareció una noche de invierno en el extinto Ondine, en Corrientes y Rodríguez Peña, cuando él compartía una mesa con los mismísimos Redondos, en una virtual cima de tanto camino recorrido. Ella exhibía discretamente su piel blanca, un pelo rubio como el de algunas propagandas de TV y un demoledor aire de y a mí qué me importa que estos sean Los Redondos.

“Es que no me importan en serio, yo me quedé en la mesa porque Enrique hablaba tanto de vos y de tus pasiones salvajes que quise conocerte”, le dijo a la mañana siguiente, cuando el sol era una conmovedora referencia de la cantidad de horas que llevaban juntos. El volvió a agradecer a su amigo por tantos favores, y se dejó arrastrar por ese relámpago hacia un vértigo desconocido.

La disyuntiva tenía entonces tres opciones, que de a poco lo fueron sitiando. A ella, decididamente, no le gustaba el sonido estridente de un recital de rock, ni apretujarse en multitudes. Boca se preparaba para volver a ser campeón. Los Redondos le completaban el inminente jaque mate tocando en Rosario o en Mar del Plata.

Empezó a sentir un extraño hormigueo interno, que su amigo definió como “culpa”, una madrugada en la que el Fernet- un gusto adquirido tras varias y prolongadas mesas compartidas con el Indio, Poli y Skay- pegaba duro y anunciaba tormenta.

Cuando volvió al monoambiente que alquilaba en Villa Crespo encontró flotando el inequívoco aroma de la ausencia. En el mejor estilo rubio y angelical que lo había atrapado, el del misterio de los ojos sugerentes, no había una nota explicativa ni nada parecido. Entendió enseguida que tenía que ir a buscar la pelota al fondo del arco, sin otra posibilidad que la de enredarse en la ignominia de la red propia. Se apoyó en la puerta, tomó impulso y salió a comprar el diario. En la cartelera de recitales comprobó, con alivio, que Los Redondos volvían a tocar ese fin de semana. La cita era en La Plata, él tenía allí una amiga para invitar y, por si fuera poco, estaba decidido a recuperar su viejo olor a tigre.

                                                                                                              Héctor Sánchez

La furia de los corderos desatados
Bajaron desde la nube más roja para inundar de rocanrol los corazones redondos, esa cofradía que nació en el fondo de la cultura under para quebrar el asfalto desde abajo. Ahora sueltan por ahí el dulce veneno de su poesía áspera. Y siguen haciendo las cosas como se les canta.

Tratemos de asociar arbitrariamente. Pongamos en un mismo plano comparativo a la ciencia y a las leyes que rigen el mundo del espectáculo. En otro a la magia y al camino alternativo de las producciones independientes.

El mundo de la razón siempre ha mirado con desconfianza, ha vertido un manto de sospechas sobre los poderes curativos del hechicero a la hora de tratar la enfermedad, aunque la experiencia demuestra que en ciertas tribus indígenas el shaman curaba sin apelar a la medicina.

El antropólogo Levi Strauss relata un caso en el que un tal Quesalid, que disimulaba en su boca un pequeño mechón de plumón para expectorarlo ensangrentado en el momento oportuno. Así lo presentaba al enfermo como el cuerpo patológico expulsado tras succiones y manipulaciones, y lograba conjurar la enfermedad del paciente.

El hechicero se come el dolor desde el convencimiento de todos los que participan de la intimidad de ese episodio. El shamanismo funciona así. Tiene que haber una participación de todos los que creen en el hecho, para que el hecho suceda. El caso, salvando las distancias, es aplicable a la historia de Los Redonditos de Ricota.

Probablemente siempre haya más de un camino para llegar hasta algún lugar. Sin vender sus almas al diablo del marketing, desde la otra orilla, los tipos encarnan la manifestación más rotunda de que se pueden besar los encajes del éxito sin apelar a las fórmulas que se exhiben en los escaparates del business, ese monstruo anónimo devorador de corazones. Si el éxito es un caramelo de miel, seguro que no sólo se vende en los quioscos. Los tipos creían en algo y acá los tienen, después de todos estos años.

La charla transcurre en una casona del barrio de Palermo. El Indio Solari es el que habla mientras le pega mordiscos a su vaso de whisky. Skay Beilinson, en la punta de la mesa, es el testigo más próximo. Pero no habrá más datos. Los Redondos jamás han accedido a hacer publicidad de su intimidad ni a fotografiar sus sentimientos por otro medio que no sean sus canciones. De ese plato se alimenta la leyenda.

Dicen que todo tiene precio. ¿Cuál es el que pagan Los Redondos por la fama?
El cantante, el front man, siempre sale en la estampita. Si vos te has educado en la cultura del rock, donde siempre tenés algún vicio que ocultar o alguna manía que no es conveniente exponer, el anonimato es lo que más te conviene. Nosotros pensábamos que por no ir a la televisión, la sobreexposición no iba a llegar e íbamos a poder caminar tranquilos por la calle, sin que la gente fuera testigo permanente de todo lo que hacemos. Yo no me manejo muy bien con eso. Si no ponés una cierta distancia, tu día está ocupado permanentemente por un cariño que no podés censurar ni despreciar, pero que es agobiador. Agobia que te llamen por teléfono, que vengan nenas que podrían ser tus hijas y te llenen de besitos el frente de tu casa. Pasan cosas que hacen que tu vida se convierta en algo distinto. Es difícil ser esa cosa rara que esperan que seas miles de personas. Pero de lo que estoy hablando es de una queja menor. Sería ridículo que yo que tengo el privilegio de hacer lo que quiero, me queje por una cosa así, cuando hay gente que para comer tiene que hacer malabares.

El público de ustedes rescata como una virtud de la banda una línea de conducta intachable. ¿Qué pasa con todo eso?
En realidad los mitos son lugares vacíos que se llenan con la necesidad de la gente. Nos adjudican honestidad pero sería ridículo que nos hiciéramos cargo de un chaleco que nos queda grande. No hay nadie que realmente se haga cargo de una cosa así. Tendría que ser claro que la honestidad es un bien, pero no que el Indio y Skay son honestos, porque nunca le hemos dado prueba a nadie de eso. Lo nuestro es simplemente ser caprichosos y testarudos para que no nos joroben la vida los productores y poder ser independientes. No hay que darle otra magnitud que ésa. Lo bueno es poder generar una ficción donde es fácilmente proyectable la honestidad. El rol de un artista es generar una ficción y si hay algo que el artista tiene que ser, es libre. Que el único apoyo que tenga sea el de la gente y que no esté vinculado con ningún otro núcleo de poder. A veces tengo pudor en llamarme artista. Sólo hago canciones. Si hay un estilo redondito debería estar en el pulso de una diversidad de canciones y no en la necesidad de repetir un hit porque te lo exige la compañía discográfica. Nosotros hacemos lo que se nos canta.

¿El hecho de estar dando algunas entrevistas tiene su correlato en un cambio de actitud?
Las notas son simplemente porque queremos avisar que vamos a tocar, no tenemos ninguna voluntad de enunciar nada ni de competir contra nosotros mismos como artistas. De grande hemos aprendido que el mejor negocio es escuchar a los chicos y no bajarles línea. Ellos todavía no tienen ningún quiosco con este mundo, están en un estado de inocencia. De todas las cosas que hay para creer es una de las que más me interesan. Tampoco quiere decir que sean todos unos bochos, pero pueden ser inocentemente objetivos y decir que no les gusta el mundo porque todavía no están formando parte de ninguno de sus bandos.

Los Redondos han demostrado que existen otras puertas para llegar hasta donde se quiere llegar. Ahora, en este punto, ¿no se sienten objetos de codicia?
Sí, pero todo esto es independiente de lo que hay en el corazón de uno. Yo estoy muy contento de poder hacer lo que hago sin tener que resignar ninguna pequeña virtud de mi corazón. Estamos hoy en día en un sistema mediático donde se cree que la ficción es la realidad. Es peligroso cuando el artista cree en eso porque se empieza a rendir pleitesía al capricho de ese monstruo raro que te pide que seas el más reventado. Te cuesta la vida si tratás de estar a la altura de ese tipo que tiene que salir borracho y con cocaína y sangre colgando de las narices a las diez de la mañana, para seguir demostrando que es el tipo al que le han adjudicado que es un gran banana curtidor que se va a fumar el cigarro más grande del país esta noche. Eso es peligroso porque te cuesta la vida. Ahora si alguno tiene voluntad de martir, puede seguir en esa vida. Nosotros estamos orgullosos de que esta banda pueda mantenerse, porque no hay nada que moleste más a los poderes que autores y compositores puedan proteger su virtud, toda vez que quieren hacer honestamente una canción para dárselas a los demás.

                                                                                           Juan Carlos Aznarez

EL INDIO, EL ÁNGEL Y EL DEMONIO
Los Redondos siguen contestando. Entre los roles asignados por Patricio Rey, gurú espiritual sin partida de nacimiento ni fecha de defunción (¡por suerte!) que comanda los pasos de la banda, la palabra le pertenece al Indio.

Así como Skay Beilinson tiene a su cargo el control de las cuerdas y de la música, otro de los roles asignados, al guitarrista le cuesta animarse a terciar en la charla. “A la hora de prender el lorito” es la voz de Carlos Solari (El Indio), entrerriano de nacimiento aunque platense por decisión, la que responde a las inquietudes de la última obra: concepción y grabación de la doble placa. El sexto trabajo discográfico. Lobo suelto. Cordero atado.

Indio: “Un poco todos somos medio lobos y medio corderos. Vivimos en un mundo de cierta ambigüedad y no sé si uno debiera combatirla. Ojalá que esta nueva vuelta de la cultura reconozca la diversidad. Deberíamos aceptar que todos somos ángeles y demonios».

El catalizador de toda esta placa es la belleza, símbolo de los símbolos. Creo que tiene tantos significados como estados de ánimo tienen las personas y que puede revelar todo porque no expresa nada. Es una conjunción de dos o tres elementos: la ambivalencia, esta ambigüedad de los dos personajes de esta ficción. Hay un concepto que engloba a todas las canciones, pero no es una ópera. Responden a una idea básica representada por las cartas que intercambian Lupus (el lobo) y Rulo (el cordero). Uno cuando hace una canción ofrece un resumen de una experiencia vivida. Tiene que apelar a más de un estímulo”.

Skay: “El primer día de marzo pasado entramos a grabar definitivamente. Lo hicimos durante quince días y paramos diez. Cuando terminamos de grabar y empezamos con las mezclas se nos produjo una especie de saturación. Tuvimos la necesidad de cambiar de lugar para tener una “escucha” diferente. Fuimos a Miami para terminar de mezclarlo y a Los Angeles para hacer la masterización”.

Indio: “Salir del país permite matizar el trabajo con la curiosidad. Los técnicos están dedicados a vos y no se hacen notar. Lo más llamativo es que no son cargosos ni quieren ser productores. Nos gustaría más adelante aprovechar la experiencia que tienen para grabar rock. Personalmente, viajar no me gusta; además, para una producción independiente es una erogación de dinero muy grande. Allí te respetan porque viven del prestigio que se saben ganar. Acá cualquiera pone un huevito así y cacarea dos noches seguidas”.

El contenido de esta placa, tal como ellos lo afirman, es la diversidad, una constante en la obra de Los Redondos. El Indio se entusiasma, aunque sin la energía y la polenta que ofrece en los recitales, al comando de su banda, al menos en el privilegiado rol de decidor.

“Después de tantos años, la preocupación ya no son las canciones. Los máximos problemas que enfrentamos es que la resonancia que tenemos en la cabeza se resuelva mejor, para que nuestra música se parezca cada vez más a lo que queremos hacer. De alguna manera lo hemos logrado. Puede parecer un lugar común comentar que lo último que hiciste es lo que más te gusta, pero acá creo que se justifica hacerlo».

“Siempre se ha dicho de Los Redondos que es una banda rockera y lo es si hablamos del rock como cultura. Si en cambio aludimos al rock como género, nuestros discos tienen solamente tres o cuatro. Esta vez nos dimos el gusto de hacer una diversidad grande, como coquetear en broma con el rap (nadie puede esperar que hagamos un rap, para eso hay que ser negro y vivir en Nueva York). El disco es un pequeño viaje y lo ideal sería que la gente no se atosigue con él. Hay que tomarse cierta libertad paciente cuando tenés una producción doble”.

Pelado, 44 años, se presume que nacido bajo el signo de capricornio, al Indio se le conocen otras tareas: trabajó en un hogar de niños y escribió artículos para algunas revistas. Hoy es el compositor de la totalidad de la prosa redonda. De pocas palabras, al menos desde el escenario. Con claros conceptos, al menos desde su óptica:

“Cuando hicimos diecisiete Obras en un año muchos se preguntaron quiénes éramos. El mundo del espectáculo está fascinado con el poder de convocatoria del mundo del rock. Lo único que avala esto que pasa es la cultura. Los tipos a quienes les va bien (en el rock) no se cuecen en el primer hervor. Esos tipos ya estaban haciendo música cuando lo único que ligaban eran palos y nadie les ofrecía nada. El rock fue y es reconocido como un negocio importante”.

Un líder de leyenda, Patricio Rey. Un trípode humano: El Indio, Skay y Poli, manager del conjunto y pieza vital, organizativa y sentimentalmente, en la estructura redonda. Una decisión en común: moverse de manera independiente, sin ataduras, todo sujeto a sus propias decisiones.

«Otra de las virtudes que tiene hacer lo que uno hace, es que la adultez tarda en instalarse dentro de tu vida. El famoso sentar cabeza no es para un bohemio que dedica su vida a cosas que son inasibles. A no ser que te vaya bien, es hasta difícil convencer a tus viejos de que hacer canciones en la vida es serio. Eso está alimentado, todavía, por un pibe que uno tiene en el corazón y que te permite decir que este mundo no me gusta por esto y por esto, y que me gusta más por aquello”.

                                                                                                  José Luis Olivero


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