Una vez más Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota convocaron al delirio, al éxtasis y la locura. Fenómeno que fue in crescendo en la década del ochenta y que no parece tener un horizonte visible en lo que va de los noventa. la pasión que generan Los Redondos está tan arraigada en el público que los sigue concierto tras concierto, como lo está la pasión futbolera. En esta nota, el delirio en Obras.
Revista Pelo #376. Octubre de 1990

A fines del año pasado, la anormalidad en el desarrollo de las primeras presentaciones masivas de los Redonditos de Ricota, signada por hechos de atropello por parte del púbico (aún contra la propia banda), puso en vilo el futuro de la agrupación en su tránsito por los espectáculos de gran producción. Nada sabían los Redondos de localidades anticipadas en venta y carteles de neón anunciando sus recitales cuando el éxito los obligó a enfrentarlos. Su filosofía «underground» se resistía al consumo masivo, pero esta resistencia amenazó con ser lapidaria. Después de los confusos recitales en Obras a fines del 89, es evidente que comenzó a circular una campaña de «concientización» en la estructura interior de la banda y entre sus seguidores hacia una mejor adaptación al nuevo estadio en el cual debían continuar su romance. Las exitosas jornadas en junio pasado -en el estadio de Parque Sarmiento- fueron los primeros impactos efectivos del Indio y su grupo sobre los escenario de la popularidad. Consecuencia o no de la «libertad condicionada» que se respira bajo la custodia de tantos agentes apostados frente a las puestas de un recital, los simpatizantes redondos acompañan, ahora, en orden al incesante avance de la banda, y juntos construyen los mejores y más calientes conciertos de rock del mercado local.
El espectáculo de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota comenzó un par de horas antes del inicio del show. La avenida del Libertadod, el viernes 24, se pobló -desde muy temprano- de fieles devotos del rocanrol que viven la música con fervor futbolero y pasión casi religiosa. Al grito de «somos todos Redonditos de Ricota» iban avanzando las delegaciones de simpatizantes que no darían respiro al rectángulo de Obras Sanitarias.
SE ENCIENDE LA CALDERA
En la niebla del tabaco, atravesada por una potente iluminación monocromática (blanca) empleada durante casi todo el concierto, aparecieron «los héroes» que invitaron a gritar a la multitud «por qué, si es un rockanroll» como carta de presentación de un espectáculo arrollador e hicieron del estadio una caldera encendida. Los Redonditos de Ricota interpretaron -casi en su totalidad- el material de su ultimo trabajo discográfico (Bang! Bang! estás liquidado) y desenvolvieron éxitos de sus placas anteriores (Gulp, Un baion para el ojo idiota) en un concierto que -como lo hacen habitualmente- otorgó un cuarto de hora de respiro para que la sangre retome su flujo normal. Esta vez no era la presentación del álbum la razón de la convocatoria. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota pasarán, en septiembre, a «cuarteles de invierno» para producir su próximo lanzamiento, y no lo hicieron sin antes organizar un nuevo encuentro con su legión de fanáticos (cada vez más amplios) que gritan al cielo y al Indio -«vos sos la alegría de mi corazón».
El primer retazo de rockanroll, se cubrió de clásicas exposiciones de la trayectoria de la banda en el tiempo. Nuevos éxitos («Ropa Sucia», «Maldición, va a ser un día hermoso») y viejas historias (Ñam fi frufi fali fru», «El infierno está encantador esta noche», «Masacre en el puticlub»), coreadas por sus seguidores, que se han apropiado de ellas y las festejan de una manera rayana en la locura. Un juego de gestos y expresiones onomatopéyicas se conjugan y acompañan, en un sincronizado descontrol, las mejores interpretaciones de una vida abocada a la música, desarraigada del mundo subterráneo pero comunicando su esencia en los vastos territorios del fenómeno masivo.
UNA INSTITUCION POPULAR
Rodeado de banderas que glorifican la banda, de otras que representan a los barrios que se prenden en la fiesta (Mercedes, Caseros, el Indio Solari levantaba sus brazos al cielo cantando «Vamos las bandas». Abajo, miles de estómagos crispados luchaban por acercarse al escenario, perfectamente iluminado con haces de luz blanca que recibían -según las circunstancias musicales y climas deseados- la densidad de un baño de humo con luces que perseguían las jugadas personales de cada uno de los músicos. El engranaje que conforman los solos -que no aburren- de Skay, la base de Semilla, los drummings de Walter Sidotti y las oportunas apariciones del saxo de Sergio Dawi, crean un pequeño infierno musical que no se agota y, a diez años de su nacimiento, continua en franca evolución.
Y si la banda suena como un infierno, el Indio es el hombre que entrega en cada presentación, su alma y su corazón al «amo de la furia y de la energía» de la que se desprende su voz. «La bestia pop», «Nuestro amo juega al esclavo», «Como no se nos ocurrió» constituyeron el cierre «oficial» del espectáculo, que el público quería prolongar. «Rock para los dientes» respondió a los primeros bises solicitados desde abajo, Más tarde, cuando un centenar de oídos insaciables emprendían -resignados- la retirada, la insistencia de otros miles hizo volver a la banda para cantar con sorna innata «Jiiji». La locura que provocan los Redondos se trasladó al asfalto. Los fanáticos volvieron, esquivando velocidades de avenida para escuchar a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, una institución musical, una institución popular.




