Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, una de las bandas más importantes surgidas en nuestro país en estos últimos años, se presentó ante una multitud de fanáticos, los días 8 y 9 de junio en el Estadio de Parque Sarmiento, confirmando el gran momento por el que atraviesan.
Autor: Revista Pelo nro. 370. Julio de 1990

En una medianoche fría -primera cachetada del próximo invierno- moría el 8 de junio; día «negro» para todos los argentinos que, con mayor o menor interés, seguimos a nuestros representantes tras la pelota del mundo en esa humillante jornada inaugural de Italia ’90. Eso ya es historia. Historia es también la que vienen articulando día tras día -y desde hace poco más de una década- los Redonditos de Ricota.
De noctámbulos y huérfanos
Desde sus comienzos la banda encontró su lugar de noctámbulos enclaustrados en penumbrosos ambientes (circuito under o subte, como le dicen). El under los «parió» y ahí crecieron, llenos de energía para derrochar. El mensaje de un «nuevo mundo» en el rock paisano se fue difundiendo a tal punto que todo en los Redondos hizo ¡crack!… Cada presentación llevaba a una discoteque «invadida» por una creciente barra de fanáticos dispuestos a vivir -por ellos- la música tal como el fútbol: pasión que muchas veces se convierte en violencia. El desorden no nacía desde el escenario pero la negativa del grupo a tocar en grandes escenario y bajo la custodia de los «hombres de azul» empeoraba las cosas. Patrico Rey y los suyos no eran subtes: quizá su espíritu permanecía inmutable pero su cuerpo ya no cabía. El lanzamiento de «Un baión para el ojo idiota» (1988) confirmó la idolatría que el Indio Solari y cia habían gestado entre sus seguidores durante los «días de abajo» y abrió los ojos a montones de escépticos e ignorantes de su propuesta que jamás se habían acercado -hasta ese momento- a un lugar ni remotamente parecido a un Puticlub. Fue en ese momento -un poco antes o después, no importa- cuando Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, casi sin proponérselo, alcanzaron a cerrar parte de una gran herida a la que nadie podía enfrentar, porque les faltaba algo, por mediocridad. Patricio y sus Redondos despertaron con su avasalladora originalidad, a los huérfanos de Sumo: «su tío legendario». Cuánto hay de parecido entre lo que ocurre hoy en Obras, Cemento o en dondequiera se respire un «clima redondo», de lo que ocurría allá, por el ochenta y siete, cuando Luca gritaba «No sé lo que quiero, pero lo quiero ya…». La noche del 8 de julio se improvisaba una ola al grito de «Luca no se murió», que reforzaba esa opinión de un linaje que perdura.
Una nueva presentación de «Bang Bang… estás liquidado» era el motor y el pretexto principal para repetir el encuentro místico -por suerte ahora más habitual- entre Patricio y sus miles de «adictos» que, por espacio de una hora y media, y en un reciclaje continuo, viven en forma encrespada y caliente al extremo, un recital la música… La atmósfera futbolera fue constante durante toda la noche. «Somos todos Redonditos, Redonditos de Ricota» declaraba uno de los tantos cánticos del público. Con el tiempo se ha construido en torno a la banda un código propio de banderas, saltos y gritos (para acompañar determinada canción) alejado de criterios establecidos, que extrañarían a cualquier primerizo en estos conciertos y asustan a quienes sólo disfrutan de un recital cómodamente instalados en una butaca.
La crónica
9 de junio. Hora cero. La historia continúa. Como de costumbre en sus presentaciones, el recital se organizó en dos bloques. El primero -de apenas cinco temas- abrió fuego con «Aquella solitaria vaca cubana». Este, como el resto de los temas que se sucedieron a lo largo de la noche, fueron coreados por todos quienes se habían llegado al Estadio Parque Sarmiento (excelente lugar para estos grandes acontecimientos). A esta vaca -menos sola que nunca- la ensordecieron inmediatamente «Un pacman en el Savoy» y «Un héroe del whisky más». Quizás los Redondos no sonaron tan bien como otras veces, pero sin ninguna objeción posible- el Indio puso sobre el escenario «la vida»; al fin y al cabo para él «vivir sólo cuesta vida». Pero su fuerza, arriba, se convirtió en locura abajo. Sus canciones -una vez más- fueron un reflejo espontáneo de una experiencia personal vestida de sorna e inquietud por lo que no entiende o no comprende. «Vamos las bandas» cerró la primera parte de un gran recital.
Nada se alejaba de un espectáculo «nacido para matar»; los contraluces creados en la iluminación transportaban a un infierno embriagador, tan encantador.
El intervalo no secó el sudor. Sobre el escenario ese rocanroll recio no dejó de fluir nunca: creció en «Rock para los dientes», explotó en «Ropa sucia» y acabó -solo por esa noche- en el último pulso de «Todo un palo».
Skay Beilinson en guitarra, Semilla Bucciarelli en bajo, Walter Sidotti en batería y Sergio Dawi con su saxo, complementan el engranaje comandado por la voz de Indio Solari, una personalidad inconfundible y cultor acérrimo del rock que se lleva en la sangre.
Ni para el baile tropical, ni para comer. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota vive hoy una nueva vida sobre la superficie de grandes escenarios, humo y potentes consolas pero, por sobre todo, imponiendo su modo particular y sagrado de hacer rock y «hechizar» al público, que no se equivoca a la hora de señalar a los grandes.














