Crónica del show de Patricio Rey en el Coliseo Podestá.
Revista Cerdos & Peces #15, agosto de 1987. Por Carlos Salas

Cuando finalizó el «recital privado» que a modo de ensayo general, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota realizaron en Caras Más Caras, Enrique Symns, empuñando su enésimo vaso de ginebra, me dijo: «Este año los redonditos pueden ser lo más, pero el público es lo menos».
Recuerdo que le dije: «Y eso que es un recital privado, se supone que éste es su público, los amigos». Entre ese público estaba Gabriel Levinas, acompañado de una «artista amiga», como él prefiere decirlo – para m era Soledad Silveyra, recordada partenaire de las películas de Sandro- quien en estas mismas páginas desgrano a modo de crítica un montón de palabras que más tenían que ver con la nostalgia intelectual de una época pasada que con la realidad presente que la música de Patricio Rey transmitía. Leer la crítica socio-histórico-musical que elaboró Levinas, me produjo un bajón más grande que el provocado por la chatura del público que, esa noche, desbordaba Caras más Caras. Allí hablaba de cafés de Viena donde la gente se sentaba a escuchar viejos valses de Stauss, de actitudes de los diletantes y sonidos de los músicos que ya habían sido enseñados en Georgetown, en el Soho, en Manhattan. Yo no estuve en esos lugares, porque soy más joven, porque estuve preso varios años, así como tampoco estuve en Palladium semanas atrás. Pero estuve en el Coliseo Podestá y allá todo fue una fiesta.
Patricio Rey hacía dos años que no se presentaba en La Plata: mi cabezota elucubraba: ¿los redondos en un teatro?… y en un teatro como el Coliseo Podestá, lleno de palcos, tertulias y gallineros… ¿Qué pasará con la gente?… no se va a poder bailar… ¿habrá muchos Levinas?… ¿todo será tan chato e intelectual?… además lo organiza la Dirección de Cultura… Mascullando todo esto, fuimos con el Doce caminando hasta el teatro. A medida que nos acercábamos, grupos de chicos y chicas se encolumnaban hacia el mismo lugar. La fiesta comenzaba. El hall estaba repleto de gente de todas las edades: quinceañeros que descubrían a los redondos, jovatos como Levinas pero con buena onda, parejas con sus hijos que se iniciaban en el mágico ritual de participar en un recital de Patricio Rey, etc.
Se apagan las luces, truenan los acordes de La Victoria de Wellington y se ilumina el escenario con un increíble fondo escenográfico de Rocambole. El trio Skay-Walter-Semilla engancha los últimos acordes de Beethoven con una corta introducción que desemboca en Divina TV Fuhrer sacudiendo a la gente. Una vez más la ceremonia se inicia y todas mis elucubraciones se destruyen. El reencuentro de Patricio Rey con sus acólitos de renueva.
Y fue una fiesta, fue un «cargarse las pilas» para seguir adelante, fue…
Se dijo por ahí que Patricio Rey es un sentimiento. Creo que Levinas tiene que seguir charlando con sus amigos al son de un vals vienés, porque como crítico de rock y sociólogo es un fracaso, Yo, como tampoco soy ninguna de las dos cosas, me callo la boca en espera de una próxima fiesta ricotera.
Carlos Salas

