El 18 de julio de 1984 un desquiciado llamado James Oliver Huberty irrumpió en un local de McDonald’s de San Ysidro (California) y acribilló a balazos a más de 40 personas. Una semana después, durante un recital de Patricio Rey en La Esquina del Sol, Enrique Symns subió al escenario para pronunciar su clásico monólogo y desde allí descargó toda su acidez recordando el terrible incidente.
Autor: La Esquina del Sol, 22 de julio de 1984
Segundo homenaje de la noche. El primer homenaje había sido a ya saben, ¿se acuerdan?. El segundo homenaje es al señor James Oliver Huberty, de 41 años. El 18 de julio de 1984 entró a un restaurant en San Diego munido de una escopeta M16 y una pistola 45 y asesinó a 21 personas, hiriendo a 13. Voy a contarles la historia de esta persona.
James Oliver Huberty se levantó esa mañana bien temprano, tuvo una charla con su hijo -que después nos enteraremos: tiene dos hijos y una esposa-, la esposa le dijo por quincuagésima vez, habían discutido mucho sobre ese tema: “voy a llevar a mis hijos a comer al restaurant de la linea Mc Donalds”, “¡Nooo! -dijo él- ¡ese envenenador de la poesía! ¡Mc Donald! ¡ese hombre que es capaz de juntar multitudes alrededor de un sanguche de chorizo! ¡Nooo!”, pero ella se reveló y salió. Es muy terrible, es muy terrible lo que es capaz de hacer la gente por comer. Hay que imaginarse por un momento la mente de este hombre, cuando se imaginó todas esas mandíbulas, todos esos seres… es horrible ver a la gente comer… las abuelas, esas mandíbulas comiendo una milanesa como si fuera una ametralladora, “taattataatattta”… los niños baboseando unos fideos con pesto… son capaces de comerse todo, son como langostas: se comerían el universo, por nada se lo comerían… por nada y no distinguirían el sabor del culo de Dios de un kilo de patatas con crema… se lo comerían todo… es verlos comer…
James Huberty esa mañana se sintió un poco nervioso… se imaginó un buen restaurant. ¿en cuál de ellos estará comiendo mi mujer con mis pequeños hijos? Entonces cargó su M16, 145 balas por minuto, mira telescópica, lo metió todo en un maletín y salió a la calle. Dijo: “tengo que reconocer a mi mujer y a mis hijos”. Era muy fácil: todas las mujeres se parecían a todas y todos los niños a todos… todos tienen una mirada fantasmática, una cara anodina, la muerte del deseo se notaba en todas las expresiones. Él caminaba y miraba y era todo igual… es esa maldita muerte planetaria que arrasa las ciudades de este planeta, así que él dijo: “en cualquier restaurant será lo mismo” y entró en uno de ellos… entró en uno de ellos. Esa mañana había dialogado, había charlado con su pequeño hijito de 8 años, el nene le había preguntado: “papá, papá, decime papá ¿qué es la noche?” Y James Hubert le habrá contestado, le dijo: “hijo mío, la noche es el ojo ciego del universo que se abre”.
– Entonces las estrellas, papá, ¿qué son?
– Es el ojo sano, que ilumina esta maldita pesadilla que vivimos, hijo mío
– Y el cielo, papá ¿qué es el cielo?
– El cielo, hijo mío, es la ventana abierta al infinito
– Y el infinito papá, ¿qué es el infinito?
– El infinito, hijo mío, es ese abismo negro y horroroso, donde van a parar todos los nenes mientras van creciendo y se van muriendo de cáncer.
Así que es fácil imaginarse el estado de ánimo de James Huberty esa mañana: ¡se sentía bien! Está el testimonio de Dustin (…), estudiante de sociología de la universidad de Conecticut, amigo de él… 18 años, dijo, él dijo: “Huberty era adicto al LSD, y cuando estaba en estado de LSD se ponía muy violento”. Ésa mañana, mientras cargaba el M16, Huberty se tomó tres dosis de LSD. Mientras cargaba desnudo miró su pequeño pene, y lo vio, lo vio como si fuera una manguera, una manguera por donde los dioses trepanaban sus fantasías… miró sus manos y las vio como grúas que un arquitecto que se ocultaba en su mente, en su cerebro, utilizaba para agarrar cosas… miró sus ojos vacíos y vio el brillar de la nada en su mirada. Entonces salió medio loquito, hay que reconocerlo; salió a la calle medio que no entendía nada, veía un peregrinar de beduinos allí donde había unos autos que caminaban… estaba medio loquito… medio loquito, pero comprendiendo. Y cuando llego al restaurant, hay que imaginárselo: tres dosis de LSD, no vio el restaurant, vio un montón de platos, en donde una ensalada de lechuga por ejemplo, eran un montón de pastitos abriendo sus bocas y gritando «¡auxilio, auxilio!», mientras un niño se comía un bife de chorizo “ayyy”… el bife de chorizo gritaba desesperadamente para que no lo engulleran… en una sonrisa de una viejita el veía un nido de guiñasmas infernales, en donde unos gusanos se asomaban… él veía cerramientos y se subió al mostrador, cargó su M16, se quitó el seguro, y les gritó “¡hijos de putaaaa!”… y lo miraron, se sintieron reconocidos. Entonces James Oliver Huberty, en nombre de todos los desesperados, en nombre de todos los cadáveres que jamás pudieron levantarse de su tumba, en nombre de todos los cabezas de turco que murieron por todos los imbéciles, en nombre de toda esa turma de imbéciles que son capaces de comerse todo, que son como una plaga de langostas que habita este planeta infame, en nombre de los pequeños espíritus que alguna vez habían creído reconocer una palabra y un sentimiento… Aparte era la guardia de infantería, no nos olvidemos, él había sido guardia, él había sido guardia de personajes muy importantes: de políticos, de hombres para los que un pedo de ellos valía el precio de cualquier ciudad latinoamericana… un sorete de cualquiera de estos tipos, era un museo para el futuro… él había matado unos cuantos rotosos y sabía que la sangre era una cosa traviesa, una cosa que saltaba… así qué importancia tenía tomar su rifle, tomar su rifle, apuntar a cualquiera de los cerebros inmundos que lo rodeaban, y comenzó a disparar… Y entonces se produjo un milagro maravilloso, una cosa bellísima: la sangre de un abogadito se mezclaba con el cráneo de un niño que era un hijo de un estudiante de medicina, las tripas… las tripas de un hippie que había cantado una canción de Bob Dylan se abrían y sobre ellas llovían… llovían… eran de un comerciante que siempre estaba vendiendo unos chorizos, estaba ahí.
James, para no ser mas morboso, James Huberty, James Huberty… hay una parte… voy a seguir un poquito más… James Huberty… James Huberty… no necesitó imaginarse demasiado para asesinar a toda esa turba de imbéciles. ¿Qué eran sino?, ¿para qué se alimentaban? porque uno sabe, uno sabe que comer y beber es alimentar el hambre y la sed del futuro, es una estupidez comer y beber, uno lo sabe… coger… todo es una estupidez, ¿pero ellos qué alimentan? ¿saben qué alimentan?: los sueños de los abuelos, “ehhhhhh hay que ir a buscar una ‘terra’, una ‘terra’ sana”, ¿saben para qué?: ¡para comer más! Una noche serena… para eructar mejor… una casa cómoda… para tirarse pedos entre las sabanas, ésa es la mierda que defienden todos los poetas, las guerras, los viajes a la luna… toda esa turma de imbéciles, que habitan este planeta… él les empezó a disparar “tatatatatatatatatata”. James Huberty… ¡¡nuestro héroe!!… se atrevió a matarnos a nosotros, esta lacra inmunda… a nosotros que estábamos en ese restaurant… nos salvamos… ¡tuvimos suerte!
Bueno, para no ser más morboso decía, 21 cadáveres quedaron… no 22, porque a James Huberty le metieron un tiro en el cerebro: un policía que por 125 dólares de paga semanal, lo mató. Se llamaba John Olson, negro, ex boxeador. No lo silben, ¡no lo silben! ¡no lo silben! ¡no lo silben! Futuramente le haremos un homenaje, porque John Olson esta tan loco que seguramente tendremos que hablar de él en el futuro… se subirá algún día y hará lo mismo. Lo que acabo de contar es un hecho verídico sucedido el 18 de julio de 1984 en San Diego, Estados Unidos…