El guitarrista y fundador de Los Redondos se afirma como solista con «Talismán», uno de los discos del año. Lejos de la nostalgia («Siempre vivo en presente»), hace un balance y saca una rotunda conclusión.
Autor: Diario Clarín, 19 de noviembre de 2004. Por José Bellas

La historia de Skay Beilinson es la de un constante paso al costado: siempre resignarse a menos comodidades a cambio de mayor libertad. Hijo de una familia acomodada, a fines de los 60 decidió echarse a vivir experiencias comunitarias a lo largo del país, siempre con su inseparable compañera Poly. Y después, ya siendo parte de la de la banda más popular del rock argentino, optó por bajarse del estribo y, como el Corto Maltés, dibujarse con un cuchillo la línea del destino que falta en su mano.
En la era del «todo juntos-todo bien» que decanta el rock sponsoreado (una escena global sin conflictos ni reclamos), Skay es un diletante sin púlpito. «Nunca me había puesto a pensar en eso, lo del paso al costado. Lo que tengo en claro es que actuar de una manera opuesta sería para mí la complacencia, una actitud que te puede dar algunas satisfacciones a corto plazo, pero que nunca te lleva a la plenitud».
«Abalorios» se llama el tema clave de su nuevo disco, Talismán. Ahí, Skay Beilinson habla en primera persona del plural sobre el grito de libertad que suponía pertenecer al rock en los 60. «Eramos tres/éramos cien/ éramos el mundo entero», canta en un tema vibrante, que no le impide ser medianamente optimista llegando a la última estrofa: «Hoy somos un sueño sin despertar/somos la lluvia que va a caer».
—Fuiste testigo directo del Mayo Francés y protagonizaste experiencias propias del hippismo. Hay muchas lecturas que los marcan como movimientos utópicos. ¿Cuál es tu balance?
—Hay tantas cosas que rescato…, Creo que el gran triunfo del rock fue el cambio en la vida personal, individual. No tanto en un ideario colectivo social, ahí se pueden hacer muchas y muy diferentes lecturas. Pero, individualmente, nos enriqueció la vida.
—Claro, pero se supone que se trataba de algo colectivo, ¿no?
—Bueno, es uno de los riesgos que implica trabajar en equipo o interactuar con el otro. Es un enorme desafío. Pero uno nunca descarta la posibilidad de que eso suceda alguna vez.
—En esos días…¿sentías que se podía cambiar el mundo?
—En un momento sí. Cuando parecía que se podía parar la guerra de Vietnam o la ilusión que se creó en el Mayo Francés. Parecía que lo estábamos cambiando. La famosa frase: «La guerra termina si vos querés», fue realmente poderosa. Había una generación que sostenía eso porque quería cortar vínculos con lo que la sociedad ofrecía hasta ese entonces. Se estableció una contracultura tan grande como lo que hasta entonces era la cultura oficial.
—¿Te arrepentís de algo?
—Siempre existen dudas, uno no está 100 por ciento convencido del camino que toma. Cuando las gratificaciones llegan, es una confirmación. No puedo negar que el rock me salvó la vida.
Una muchacha y una guitarra. Aquello que Sandro priorizaba en uno de sus mayores hits son los talismanes más valiosos de Skay. La guitarra es ese excalibur que sostiene en vivo, con una correa que contiene los galones de su verdadero mentor: Patricio Rey. Y la muchacha es la Negra Poly, «la encargada de que todo funcione», como dice acerca de su eterna compañera. «Herr Professor», como le dicen los fans, está chocho con su banda nueva.
«Con Los Redondos siempre nos pasó que tocaban los que primero nos caían bien como personas. Ahora, preferí elegirlos como músicos. Porque si hay una afinidad musical, es fácil que eso se traslade a lo personal».
—A más de tres años del último show… ¿cuál es la sensación cuando hablás de Los Redondos?
—La de un cierto alivio. Preparar un show era un dolor de cabeza, te borroneaba la pulsión vital, que era tocar. Mucho quilombo.
—¿Te hincha que en tus shows te pidan «Ji Ji Ji»?
—Lo disfruto. No lo hago tanto por la gente, sino por mi, también. Son temas que uno no se puede sacar de encima. Es como decir: «Representemos el final, aquí terminamos el show». Hasta diría que es liberador.