Navegar entre el bien y el mal

Afianzado en su viaje solista, el ex guitarrista de los Redondos habla de «Talismán», su flamante álbum. Un recorrido en el que conviven ángeles, demonios, la eternidad y las zonas oscuras de la humanidad.

Autor: Diario La Nación, 23 de octubre de 2004. Por Diego Mazzei.

Esas aguas componían un extraño espejismo. En apariencia tranquilas, navegarlas suponía una aventura impredecible. Cruzar ileso los Sargazos significaba para Skay Beilinson dejar atrás un entramado de dudas, fantasmas y temores; una maraña de algas que intentaba oponerse a una experiencia puramente personal.

A eso apuntó el primer disco del guitarrista («A través del mar de los Sargazos», 2002) luego de bajarse del remolino musical, social y cultural en el que se habían convertido los Redondos después de casi tres décadas de carrera. Skay despega su cuerpo espigado del respaldo, despeja una mirada tímida y refirma su estado de ánimo: «Siento que el mar ya lo atravesamos y vamos en busca de nuevos rumbos, de nuevos horizontes. En esta instancia aparece el talismán, que es aquello que nos va a proteger, que nos va a guiar quién sabe adónde. Vamos a descubrirlo. Por ahora, es éste el trabajo: de alguna manera, se trata de seguir navegando. Todo este viaje tiene que ver con ir descubriendo… No estás fijo nunca en ningún lugar: es ir transitándolo. Aparecen nuevas canciones, que proponen otros lugares adonde ir. Ese viaje tiene que ver con eso: seguimos navegando». Sus ojos, como diamantes celestiales, tienen el resplandor del orgullo cuando habla de «Talismán», el segundo trabajo solista, cuyo cobrizo envase ya luce flamante en las disquerías.

Un álbum que, a diferencia de «A través…», se presenta como un latigazo furibundo -sin tantos intermediarios metáforicos ni filtros- en la poética y el sonido. Con el respaldo de una banda (de «su» banda), que le asegura libertad para la total creación. «Es un disco que pasa por muchos lugares y climas, pero por momentos me parece que tiene una sonoridad más de banda, más cruda. Todo este tiempo sirvió para afirmarme en cómo interpretar una canción, cómo cantarla, cómo darle la expresión que la canción precisa. Creo que en este disco está más consolidado.» La voz es una caricia cálida y sencilla. Antagónica de ese susurro áspero, mefistofélico, que ruge sobre el escenario y en los discos.

Tal vez sea un reflejo de la disputa entre ángeles y demonios, parados en los hombros del ser humano a bordo de consejos que forman y deforman; esa batalla en la que la perversidad y el bien se apropian del disfraz del otro, como en recíproco encubrimiento. Skay lo pone de manifiesto una vez más en el concepto. «Hay una cosa recurrente para mí que es el tema del bien y del mal, un tema de toda la vida, de toda la humanidad. Cómo en nombre del bien se cometen las más grandes atrocidades. Y a veces el mal termina siendo una especie de enunciación casi ingenua y naïf de otra posibilidad. Cuando, finalmente, la del bien y el mal es una batalla que se libra en el corazón humano, son conceptos absolutamente humanos. En determinadas circunstancias, el mal parece ser menos nocivo que el bien. Pero la gran pregunta es qué se hace con el mal.»

Skay enciende un cigarrillo rubio y medita sobre un viaje por aguas desconocidas, por los mares que, sugiere en el tema «Bye bye», podría transitar después de la muerte. Algo así como el «eterno retorno» que propugnaba Nietzsche. «Es una manera de sentir que el proceso de la vida y la muerte es otro mar. Es abandonar posiblemente una forma de existencia y la promesa de que la vida continúa en otro formato, expresándose de otra manera: «Seré viento, seré canción…». La idea tiene que ver con la mutación, con la metamorfosis, con la reencarnación.»

El disco propone, además, riffs taladrantes («El gourmet del infierno»), personajes ciudadanos casi mitológicos («El Golem de Paternal», «Dragones»), guiños nostálgicos («Dónde estás?», «Abalorios»). Pero uno de los puntos más dramáticos se encuentra en «Presagio», un vals que muta en blues y recibe cuchillazos fantasmagóricos y siniestros de una soprano. «Hace varios años vimos una obra de teatro en la que aparecía una cantante lírica. Y me conmocionó tanto que me dije: «Me gustaría que en algún tema apareciera una voz lírica». Pasó el tiempo y me olvidé, pero cuando estaba armando este tema y llegó ese momento dramático, descarnado, de sentimiento de soledad, recordé esa situación, convoqué a Eva Faludi y lo hizo bárbaro. Ella mandó esa cosa más demente, más sacada.., como histérica y desesperada.»

Las melodías apocalípticas, los recovecos oscuros -apoyados en el arte impecable de Rocambole- por los que se mueven las canciones, transportan el pensamiento a un constante cuestionamiento de la eficacia del curso de la humanidad. Skay se toma unos segundos, bebe un sorbo de café y admite, en parte, esa idea: «Soy bastante escéptico. De todas maneras, suelo fluctuar entre el optimismo y el escepticismo. Dentro de lo escéptico que soy tengo una esperanza. Pero creo que estamos viviendo una época en la que todo tiende a colapsar. No veo una salida sin una gran catástrofe. Colapsa lo social, colapsa la superpoblación. La falta de alimentos, el agua, la polución…, inevitablemente, todo lleva a ese colapso. El mundo sigue funcionando. Después de esta catástrofe a la que estamos condenados, va a tener que aflorar alguna otra cosa: desaparecemos como especie humana -que quizá sea lo mejor que le pueda pasar al universo- o los seres humanos nos convertimos en algo más conscientes y cuidadosos del medio y de las relaciones. Indudablemente llegará una confrontación muy difícil de evitar».

Aprieta el pecho el aroma a pólvora. El hedor de la destrucción y los escombros de Irak fuerzan una imagen notable y escalofriante de los bombardeos en «Lluvia sobre Bagdad». Skay cree que hasta en los conflictos bélicos la evolución ha hecho estragos. «Llegamos a un grado de violencia y de locura… Antiguamente una guerra llevaba todo ese dolor de ganadores y perdedores, de muertes, pero el mundo, más o menos, podía seguir funcionando. Hoy los efectos son desastrosos para el resto de la humanidad. Desde lo ecológico, por ejemplo.»

Poli es su compañera, sostén y pieza fundamental desde hace 35 años. Interviene por primera vez en la charla y sentencia: «Hoy en día la muerte es más anónima. Y si no es una guerra, es el hambre y la marginación. Queda la mitad de la población del planeta excluida de lo social. Y al romperse ese entramado social se pierden los valores. Es como otra guerra. Y esa gente que queda excluida crea sus propios valores, lógicamente».

Skay complementa con palabras salpicadas de indignación, aunque sin perder el tono intimista: «Hay tanta gente que queda excluida de una posibilidad de desarrollo, de una vida interesante… Hay tanta gente que está condenada a una vida miserable que no puede elegir nada. Es muy difícil. Por más que haya intentos por querer crear la posibilidad de vivir mejor, todo indica que vamos a ese colapso».

-Ustedes vivieron una época en la que aún se creía en algo…

Poli: -En esa época (se refiere a finales de los años 60 y parte de los 70) también había guerras. Pero, generacionalmente, en toda la sociedad había un deseo de cambiar el mundo. Se pensaba en el hombre nuevo.

Skay: -Esa frase tan maravillosa: «La guerra puede terminar si vos querés». Lo interesante de aquel momento era que había un montón de gente que te amparaba. Era decirle no a la guerra, romper el documento, romper con la sociedad. Había una contención de muchos que participaban de lo mismo.

-Ahora hay una gran desprotección en un mundo superpoblado.

Skay: -Exacto. Y en un mundo que es cada vez más salvaje y más caníbal.

«Quedaron hermosos», exclama Poli, y muestra con fascinación los afiches recién terminados para los próximos shows, apilados en el hall de la casa. «Talismán» tendrá su estreno en Rosario (el 19 y el 20 del mes próximo). Haber incrementado la frecuencia de los shows es uno de los tesoros que más valor tiene para Skay. «Todo este tiempo lo disfruté muchísimo. En la época de los Redondos, la magnitud de los encuentros requería mucho tiempo de preparación. Entonces, en el mejor de los casos, podíamos tocar dos veces al año. Ahora me doy el gusto de tocar una vez por mes. Hay algo que es muy interesante en los espacios más pequeños: la dependencia de la tecnología es mucho menor. En los grandes estadios dependés de un montón de circunstancias tecnológicas; todo tiene grandes dimensiones. En los lugares chicos tiene más peso tu capacidad como artista.»

-También hay otro comportamiento en el público.

Skay: -Es otra buena novedad de estos tiempos. La gente no va a descargar sus broncas ahí, sino que va a reencontrarse, a vivir un momento diferente.

Poli: -Es que la situación política es distinta. En otro momento había la necesidad de demostrar un inconformismo, un estado de violencia… y ya saben ahora adónde manifestar, entonces no necesitan hacerlo en un recital.

Arremete las aguas este barco llamado Skay. Timoneado por una voz aguardentosa, como procesada por las llamas del infierno; capitaneado por el pulso de una guitarra incomparable. Sin horizontes definidos. Como siempre. Mientras siga atrapado por los tentáculos del placer, el viaje, ese navegar entre los arrabales del bien y del mal, estará justificado.

Una tripulación de lujo

El arte de tapa es, otra vez, una obra contundente a cargo de Ricardo Cohen, mejor conocido como Rocambole. Un sobre que simula ser una suerte de caja oriental de cobre, tallada. «Soy fanático de la música de Skay, y me parece un material precioso. Es la música que yo haría si pudiera. Por eso la caja con estas características orientales, tallada a la manera sufí, y color cobre. Traté de remitir a esa forma en la que los sufís tañen el metal: mientras golpean, entran en éxtasis», cuenta Rocambole, que esta vez utilizó muchos elementos orientales, símbolos árabes (el booklet lo abre el que representa a la madre y lo cierra el de la vida). «Hace tanto tiempo que nos conocemos que es muy difícil que estemos en las antípodas. Por eso me basta con que me cuente dos o tres cosas como para empezar a trabajar.» Otra vez remite al dibujo, la oscuridad, los contrastes, con muchos símbolos que se reiteran con mutaciones: «El diseño de la tapa tiene que transmitir el concepto, el pathos, la sensación de la música. Esta vez era lograr un talismán, y el concepto sufí me pareció el más adecuado, con sus derviches tañidores, sus derviches danzadores…»

Palabra de rocambole 

Arte tallado a la manera sufí

Uno de los grandes orgullos de Skay es haber conformado una banda a su medida: Claudio Quartero (bajo), Javier Lecumberry (teclados), Oscar Reyna (guitarra) y Daniel Colombres (batería) lo acompañan en el viaje. «Estoy tan contento con esta banda… Lo notable es que en vivo puedo largar la guitarra y todo sigue sonando como si no faltara nada. Eso es por la calidad que tienen. Están al servicio de la expresión. Subir con ellos es un placer gigante. Con los Redondos, cuando largaba la viola la banda empezaba a flaquear un poco, como que faltaba algo.»


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