A casi tres años de la disolución ricotera, el guitarrista sigiloso adelanta su segundo disco y da pistas sobre su conexión paranormal con el Indio Solari.
Autor: Revista Rolling Stone Argentina, agosto de 2004. Entrevista por Pablo Plotkin

Skay Beilinson y el Indio Solari hablaron por última vez hace 33 meses. La conversación fué telefónica y no debió durar más de 5 minutos. Solari puso en palabras algo que venían presintiendo desde hace un tiempo: «TENEMOS QUE PARAR. NO VOY A TOCAR A SANTA FÉ». A Skay le pareció perfectamente razonale. A la Negra Poli también. Cortaron el teléfono y desde entonces no volvieron a hablarse. Habían conformado un triángulo equilátero durante 26 años: un ideólogo, un músico y una gerente. una banda convertida en la empresa independiente más rentable de la historia del rock argentino.
«En realidad tenemos un contacto astral» comenta Skay en la penumbra de su comedor diario, una tarde de julio fresca y algo perezosa.
– Entonces me podés contar en qué anda él – le pregunto.
«Supongo que estará lidiando consigo mismo», me responde.
EL JARDíN DE SKAY Y POLI crece como un tumor botánico en el núcleo de Palermo Viejo. Los árboles trepan con una frondosidad casi patológica, como en una novela apocalíptica de J. G. Ballard. «Lo dejamos así, que las plantas crezcan a voluntad» dice el guitarrista. «Sí, las hojas tapan todo», explica Poli minetras sirve café en tazas de porcelana de imitación y un plato con facturas livianas. La pareja, yunta, sociedad o como prefieran llamarla (Poli casi me mata cuando por teléfono le hablé figuradamente de «matrimonio») parece reservar en ese jardín buena parte de su pasado bucólico; un cuartel salvaje en medio de la ascendente coquetería cosmopolita del barrio. «Se convirtió en una especie de cosa demente», comenta Skay, «durante la semana sigue siendo un barrio tranquilo, pero los fines de semana se llena de gente y hay que emigrar». Por estas noches, los bares que frecuentan son los del Abasto. «Y si no, nos quedamos acá, escuchando música y conversando con amigos.»
Cuando uno habla de gente que las hizo todas, debería pensar en este flaco tímido y cincuentón que atravesó míticamente la historia contracultural de la segunda parte del siglo XX. Ya saben: estaba en París cuando detonó el Mayo Francés, coincidió en Londres con Jimi Hendrix, vivió en comunidad durante los comienzos del hippismo en la Argentina, tocaba cabaret rock en plena ebullición del underground de los 80, colideró la banda más popular de la historia del rock nacional. Me viene a la memoria la frase de un periodista y músico amigo: «Eligió hablar como el Indio y vivir como Skay», canta Javier Aguirre aludiendo a dos estados de gracia de discurso y existencia, respectivamente. A Skay le brota una risita. «El Indio no sale, se encierra en su casa. A mí me gusta salir a la calle, ir cada tanto en subterráneo. Yo me alimento de la gente, no quiero estar alejado de lo que pasa. Algunas personas, cuando les llega la popularidad quedan recluidas en una especie de jaula de oro. A mí me gusta andar por ahí.»
En sus primeros viajes por el mundo no solo vió a Hendriz: Soft Machine, T-Rex, Donovan y Free en el Marquee londinense están entre sus recuerdos rockers más vívidos. «Una noche en Londres tocaba un grupo llamado Pink Floyd, con un tal Syd Barret a la cabeza, pero la calle estaba tan entretenida que llegamos tarde», sonríe.
Nueva York, Madrid, Sevilla, Salvador de Bahía, Londres, Siena… Beilinson es un hombre de mundo. «Pero últimamente viajo mucho por Argentina». Córdoba, el sur, el impenetrable bosque del chaco salteño…» Le pregunto si se trata de una mera cuestión cambiaria. «No, fundamentalmente ya no tengo ganas de ir a ciudades. Voy más del lado de la naturaleza, y en ese sentido el interior argentino es increíble.»
SKAY SUELE COMPONER CON RESACA. «En esos momentos alcanzo un estado casi zen. Me quedo tocando horas y horas.» Nada de Falgos, café o cerveza con gaseosa. «No, en realidad no me calma nada, salvo la guitarra. Es un bálsamo maravilloso.»
Nos disponemos a escuchar algunas de las canciones de su segundo disco solista, que el mes que viene saldrá a la venta. «De movida, ya pasamos el Mar de los Sargazos y estamos en otros mares buscando nuevos horizontes, nuevos rumbos», metaforiza.
Beilinson hace sonar un par de CD’s en su viejo minicomponente. Los primeros dos temas que me muestran son de ricota agria: en «El Gólem de La Paternal» (vaya título redondo) lasguitarras pistean distorsionadas y la voz de Skay muta en la de un villano animado, con un coro monster boogie que bordea el grotesco. Tiene mucho que ver con la figura que construye en vivo: un animal escénico, intrigante y a la vez gracioso. Una espiga que se dobla y acecha detrás de un disfraz de agente secreto beatnik. Por diferentes razones, tanto en el escenario como en el living de su casa (sobrio y un tanto anticuado con su velador ocre y sus muebles de madera oscura), Skay luce como una estrella de rock sigilosa. Una especie de Acertijo.
«El título aparecerá cuando escuchemos todo el disco y encontremos un punto de conexión entre los temas.», explica. El álbum va mutando, en especial entre ritmos y estados de ánimo. Rock atormentado que se vuelve histriónico, blues mitológico que deriva en canyengue, vals psicodélico que va al autosabotaje armónico. Ya lo veo retorciéndose en escena otra vez, modulando esas fábulas porteñas como la versión lozana y gomosa de Keith Richards. Le pregunto cómo diseñó ese perfil performático: «La verdad es que no lo armé. Dejo que salga el monstruoi, no lo dirijo ni lo premedito.»
Casi toda su formación musical tuvo algo de intuitiva y autodidacta. A los 8 años sus padres le regalaron la primera guitarra. «Habré tomado unas diez clases con un profesor que me enseñaba zambas y me resultaba completamente aburrido», recuerda, «hasta que un buen día descubrí unos acordes y traté de comprender cómo podía tocar rock. De ahí en más aprendí sólo.. Aprendí mucho de verlo tocar a Kubero (Díaz). Yo era un mal guitarrista, o al menos es lo que siempre creí. La primera persona que me dijo «qué bien tocás» fue Claudio Kleinman. Para mí fué revelador, porque yo creía que tocaba para el orto. Entonces empecé a pensar que bueno, lo que tocaba no estaba tan mal. A partir de ahí tomé confianza.»
Skay no es precisamente, un héroe de la guitarra. No es virtuoso ni toca demasiado rápido, pero sus riffs están entre los más reconocibles y contagiosos del rock argentino. Su identidad rítmica es tan responsable de la marca Patricio Rey como la voz quejumbrosa del Indio Solari. «Generalmente toco la guitarra sin enchufar, así que para mí el sonido es algo que viene mucho después. Alguien decía que el sonido está en los dedos. Para mí es cierto. Como yo no soy muy ágil en la digitación, desarrollé el costado de búsqueda de melodías. Hacer más silencios, buscar espacios. Eso terminó conformando un estilo. Quizás haya tenido algo que ver cuando me compré la guitarra SG con palanca, en un viaje que hice a Estados Unidos por el año 80. La palanca me ayudó muchoa definir el sonido que estaba buscando.»
El rol de cantante es el que tuvo que aprender desde aquél día de noviembre de 2001, poco antes de un colapso sociopolítico histórico, en que pactaron telefónicamente la suspensión de los Redondos. «Yo fui cantante toda mi vida, pero nunca en castellano. Siempre cantaba en ese idioma inventado de la fonética rock. El castellano es raro, tiene muchas consonantes, es como que se corta todo el tiempo. Eso lo aprendí del Indio: ver de qu{e manera ubicar las palabras para que no terminen cortando el relato. Coincidíamos en que es mucho más fácil cantar rock en inglés que en castellano. En la primera época de los Redondos cantábamos juntos y nos llevábamos muy bien, pero terminaba grabando los coros él. Quedaban bien así.»
POLI VUELVE DE LA CALLE y anuncia que se viene una tormenta. Ni bien desactiva la dinámica formal de la entrevista, me pide que apague el grabador. Y no porque me vaya a decir nada que me comprometa, pero evidentemente hay algo que la incomoda en esa lucecita roja que titila sobre su mesa ratona. «¿Cerveza?, ¿vino?». Cerveza está bien. «¿Sandwiches?» Mmmmm…. ¡Sí, dale un sanguchito de miga!, insiste. Está bien. «Poli siempre fué una maestra en el arte de administrar con nada.», dirá luego Skay, que no es más locuaz que su compañera.
Si hablamos de los roles en Patricio Rey, queda claro que el peso discursivo caía en un 95% sobre Solari. Dice Skay: «Si fuera por mí no ejercería ningún tipo de reflexión sobre mi obra. No me propongo hablar de algo cuando empiezo a hacer una canción. El único concepto que reconozco es el musical . Voy armando los temas y trabajo sobre los sectores débiles, cuando noto alguna falta de dinámica, rítmica o armónica, completo por ese lado. Veo el disco como una obra integral, no como una sumatoria de temas.Y dentro de esa obra debe haber momentos más austeros, más íntimos, y otros que estallen.»
Skay vuelve a poner play. Lo que aparece es «Presagio, un vals medio chiflado que termina siendo un blues.» La atmósfera del tema se densifica y a medida que avanza hacia una especie de clímax espectral, la cantante lírica Eva Faludi (a quien Chirstian Basso definiera alguna vez como la voz absoluta) comienza a ulular por encima de la guitarra eléctrica. Después suena «Dragón», un tema bailable con resonancias celtas. «Creo que el origen se puede rastrear enr mi viaje por Galicia. Muchas veces encontrás la punta de una canción en una melodía que te queda dando vueltas en la cabeza. Funciona como una especie de almacén desordenado de sonidos e historias; después las melodías se mezclan y detonan solas. No voy a buscarlas como a un archivo, casi siempre empiezo a jugar con la guitarra y ahí descubro un indicio.»
Skay y Poli estuvieron en Galicia poco antes de la edición de Úlimo Bondi a Finisterre, por lo que puede deducirse que el título del disco redondo tiene que ver con el paso del guitarrista por el pueblo gallego de nombre terminal. «El Indio a la vez había pensado en Finisterre por su cuenta. Son esas conexiones medio mágicas de las que te hablaba al principio. Con Rocambole nos pasa algo parecido, casi ni hablamos de las imágenes. De pronto empieza a trabajar en algo y nos trae un boceto que refiere a la temática que estábamos manejando. Son esas conexiones telepáticas.»
Beilinson enciende otro Gitanes rubio. La pintura original de una de las tapas de Lobo Suelto, Cordero Atado yace en una pared. Comienza a sonar «Callejón», una balada que se vuelve trepidante y funciona como una apología estética del arrabal. «De chico vivía en el centro de La Plata, pero cuando me independicé me fuí a vivir a los suburbios. Tolosa, Isla Paulino, Villa Elisa, City Bell. Cada tanto voy para ahí. Tengo un hermano (Guillermo) que vive en Gonet.»
Isla Paulino, Tolosa y Villa Elisa pertenecen al tiempo en que Skay y Poli vivieron en la comunidad, la etapa pre-ricotera. «La comunidad era una especie de útero, por eso en un momento se hizo asfixiante, nos sentíamos todos demasiado juntos, demasiado unidos, y el vínculo con el afuera era cada vez más tenue. Necesitábamos desprendernos para entablar relación con el mundo.»
¿Trabajaban la tierra?
No, sólo cuando fuimos para el lado de Sierra de la Ventana, a 30 km de Pihué. Fue una experiencia alucinante, porque caímos primero con carpas y nos instalamos en una tierra que nos habían cedido. Y de repente llegó una tormenta que arrasó con todo. Conseguimos maderas, chapas y armamos un ranchito que sería grande como este ambiente. El techo llegaría un poco más bajo que mi estatura. Vivíamos todos ahí, armamos unas cuchetas y pasábamos mucho tiempo al aire libre. En esa época intentamos cultivar, pero no creció nada. Éramos siete. La única que sabía algo era Poli y también un portugués, Joe, que construyó un horno de barro para hacer pan y facturas. hablamos del año 70, más o menos.
EL INDIO ENTRÓ EN ESCENA un par de años más tarde. «Nos habíamos cruzado un par de veces en La Plata, pero no había relación. Él se hizo amigo de mi hermano Guillermo y empezaron a escribir el guión para una película. Consiguieron una cámara y ahí empezaron a filmar. A partir de ahí entablamos una relación, sobre todo cuando hubo que ponerle música a la película. Ahí empezó a gestarse lo que terminaría siendo la banda original de Los Redondos. La película refería a un mundo futurista, refería a la alienación del ser humano en un contexto opresivo. El final era redentor: el personaje encontraba una salida a la superficie, su libertad. Nunca la quiso mostrar más allá de sus amigos, pero el viaje cinematográfico era más bien de mi hermano. El Indio le daba una mano con los guiones.» Una vez constituidos los Redondos, la idea de grabar un disco era casi tan futurista como la trama de esa película en Súper 8. «Había que tener un vínculo con una compañía. No teníamos intención de vivir de la música. Nadie vivía de la música por entonces.»
¿En qué momento empezaron a vivir de Los Redondos?
Supongo que cuando nos instalamos en Buenos Aires y empezamos a hacer el circuito de pubs. Para la época de Gulp!, año 84. De todas formas, todos tenían alguna otra actividad. El Indio laburaba en un hogar de niños. Nosotros veníamos de laburar en el campo en Mendoza. Administrábamos una forestación, tres fincas de frutales y una bodega.
¿Y qué pasó?
Se armó un quilombo económico muy grande, fundieron casi todas las bodegas y el trabajo en el campo se hizo muy complicado. Nos instalamos acá, se hizo una formación más o menos estable de Los Redondos y empezamos a tocar casi todas las semanas.
¿Ahora no pensás en radicarte en el campo?
Quizás sí.
¿Nunca hubo problemas de diner en los Redondos?
No, había absoluta confianza. Los músicos además, ganaban muy, muy bien. Los técnicos también. Todos.
¿Cobraban un sueldo?
No, dependía de cómo resultara el recital.
Desde la disolución de Patricio Rey, Skay no volvió a cruzar palabra no sólo con el Indio, sino con ningún otro músico redondo. «Sé que Walter está en España, Semilla desarrolla su parte plástica y Sergio, hasta donde sé, estaba con 2Saxos2». Desde luego todos ellos preferirían seguir trabajando para Patricio Rey. «Fué bastante duro, porque en difinitiva fue una decisión de un día para el otro. Para ellos fue una sorpresa».
¿Y para vos?
Sabíamos que estábamos necesitando un poco de aire. Cuanto más pesado se hacía el viaje de los Redondos, más juntos teníamos que estar. Y ya no estábamos hermanados.
Antes de abocarse al gratinado de una pasta verde, Poli se refiere lacónicamente a la última etapa de Patricio Rey: «Yo no extraño aquello porque ya pasó. NO añoro la etapa masiva de Los Redondos. Esta es una situación completamente nueva, otra gente, otra banda.» Skay asiente: «Parar a los Redondos fue liberarme de un peso. Y una de las cosas que me pone contento es que, después de un viaje tan grosso, empecé uno nuevoo y me veo entusiasmado como un chico otra vez. Lo estoy haciendo como a mí me gusta.»
Le digo a Skay que después de un cuarto de siglo de hermandad, debe ser difícil cortar todo vínculo por casi tres años.»Llamar al Indio sería como cometer una infracción.», intenta explicarme. «Cada uno está metido en lo suyo. No cambiaría nada.»
La palabra «sabático» no apareció en toda la charla. ¿Existió un período de duelo?
«De alguna manera sí. Pero sabía que llevaría un tiempo. Tenía que dejar que todo decantara. El pacto se romperá cuando alguno de los dos tenga la necesidad real de comunicarse con el otro. De momento yo estoy muy metido en lo que hago. Y el Indio también.», dice Skay consultando el transmisor paranormal que lo comunica con Solari, y me despide con la misma sonrisa afable que sostuvo durante todo el encuentro.