Skay en El Teatro.
Autor: Revista Si se calla el cantor, mayo de 2003. Por Juani Provéndola

Inicialmente promocionó dos, terminó haciendo tres pero en realidad tenía programado hacer cuatro presentaciones en Buenos Aires. Como si se tratara de tirar dados y atenerse a los números, Skay Beilinson tuvo esa seguidilla de cifras para volver a tocar en la Capital Federal con un trío de fechas que comenzó el viernes 9 y sábado 10 en El Teatro y concluyó el viernes 16 en el mismo lugar con lleno total y un recorrido que, para variar, siguió teniendo los mismos matices de un juego.
El inicio registró una demora que mantuvo a todos en la Salida. Pero cuando la banda salió a escena, comenzó a sonar inesperadamente “Síndrome del Trapecista” cuya fuerza sustentada por el machaque punk y una novedosa línea de bajo ofreció los primeros avances de casilla. Parecía todo destinado a ir derecho a la línea final en la última noche de Skay en Buenos Aires. Sin embargo, el set Ricotero entregó los negativos de la noche. Por un lado, la misma lista de temas termina dejando, cumplida la primer decena de presentaciones solistas, un aire a más, a otros temas, a nuevas versiones.
De todas, indudablemente “Este Infierno Está Encantador” pica en punta y gana sola y sin competencia por ser tomada de “Gulp!” (1985) y transpolarse 18 años después reoxigenada y modernizada. En cambio, otras como el inédito “Imperialismo Espacial” (de los rockitos redondos, uno de los menos brillosos) o “La Bestia Pop” que en esta oportunidad se viste de jazz y gana más por emotiva y legendaria que por vistosa, hacen retroceder espacios en la noche. Encima en la segunda parte, el riff inicial de “El Pibe de los Astilleros” solo se quedó en un amague poco feliz que dejó al fanático calentito pidiendo la canción entera por el resto de la noche, perdiendo el turno.
Con la ficha en la mitad del periplo, el dado pareció portarse un poco mejor arrojando números altos. El estrenado “Lluvia sobre Bagdad” tiene un halo místico que puede posterizarlo como clásico a la brevedad. La gente acompaña una línea de teclas muy simple con total firmeza pese a que la composición solo fue difundida en los últimos cuatro shows. De más está decir que “Oda a la Sin Nombre” se convirtió en un caballito de guerra compartido de común acuerdo entre los músicos y su público. No en vano, Skay lo deja para el final solo antes de los últimos esbozos ricoteros.
El disco debut de Beilinson dejó no solo la travesía por el Mar de los Sargazos sino también por el de las dudas y la incertidumbre. Si en estudio el guitarrista y su banda no pudieron confirmar su poderío y sus habilidades como tales, en vivo lo dejan asentado en el insular terreno de las confirmaciones. Y eso basta para arribar a la Llegada y ganar.