Ante menos de mil personas, el guitarrista dio un show emotivo, rescató lo mejor de la mística ricotera y versionó temas como La bestia pop, Humano roto y mal parado y Criminal mambo. En el concierto no hubo desbordes ni nada parecido a una «ciudad tomada».
Autor: Diario Clarín, 17 de noviembre de 2002. Por Mariano del Mazo

El primer acorde que se escuchó en el teatro Roxy representa un quiebre en la historia de los Redonditos de Ricota y del rock nacional, una bisagra que tal vez todavía no se puede vislumbrar en su real dimesión. Más acotadamente, significa también un regreso a cierta mística que los Redondos debieron canjear por una masividad densa e inmanejable que ahora, escuchando a Skay Beilinson y su banda, resulta aún más insólita. Del estadio River al teatro Roxy de Mar del Plata, de 50.000 personas a poco menos de mil… ¿Qué pasó?
Pasó que justamente el fenómeno es, digamos, Patricio Rey. No sus integrantes. Skay decidió en su atajo solista recuperar la escala humana de un simple recital de rock. Mucho antes de transformarse en la monumental bestia pop —y emblema de las ásperas legiones de desangelados—, los Redonditos eran un grupo de riesgo, de performance, invitados especiales y mucho más que rock and roll. Skay vuelve a ubicarse en ese lugar relajado, preocupado simplemente por ser vehículo de una música de matriz absolutamente ricotera que, a esta altura, es más una energía que un sonido.
El público cantaba por el Indio, por Skay y, sí, también por «los Redó». Sin tensiones ni esa prepotencia marginal que padecían los pacíficos en los megaconciertos de la última década. Cuando al cuarto tema se escuchó Nene, nena, un rock de la prehistoria de los Redondos, fue como un viaje a mediados de los 80 a escenas como, por ejemplo, el Parakultural o Paladium. Hay que decirlo: Skay canta igual que el Indio Solari. Y lo hace como lo hace todo: con autoridad. Por eso, la correa de su guitarra tiene una inscripción, Patricio Rey, indiscutible.
A las 22.15 arrancó con los dos temazos que abren A través del Mar de los Sargazos: el irresistible Gengis Khan y Kermesse. Apoyado por la pared sonora de la dupla Daniel Colombres (batería) y Claudio Quartero (bajo) y secundado en guitarra por Oscar Reyna, Skay se movió por el escenario con la desgarbada actitud de un Keith Richards portuario. Bajo su gorra y detrás de lentes oscuros, su timidez en el escenario se vuelve sensualidad: Skay toca con unos contoneos danzantes que nada tienen que ver con la épica de los guitar heroes. Los punteos son luminosos y sin alardes de velocismo.
El primer gran pogo fue con Oda a la sin nombre, un tema cuyo riff imbatible ya lo hizo himno y que confirma la mágica destreza de Skay para esas frases melódicas de guitarra imposibles de no corear. En ese sentido también brillaron Síndrome del trapecista y La grieta: rock burbujeante, con un efecto instantáneo, con destino de cortina de radio y televisión.
Un gran momento fue el clima circense, quizás con el estilo Tom Waits demasiado marcado, de Alcolito. También el maravilloso reggae Con los ojos cerrados, con Javier Lecumberry haciendo el acordeón desde los teclados. Waits y ciertos aires a lo Goram Bregovic son dos de los bordes que enmarcan el corazón de ricota del material de Skay. Los temas de A través… son muy climáticos, abundantes en historias e imágenes de comic. Como Entre el cielo y la tierra, una especie de calipso y una de las canciones más lindas de la noche, que Skay dedicó a su pareja: «Gracias Poli. Feliz cumpleaños».
La gran incógnita del Roxy era qué temas de los Redonditos se tocarían y se fue develando de a poco. Con varias sorpresas. Skay eligió diferentes arreglos para canciones de todas las épocas. Y mostró que el espíritu lúdico puede ser también audacia y experimentación. Así, impactó una versión curiosísima de El infierno está encantador (guitarras cruzadas a lo U2), remozó Humano roto y mal parado hasta las fronteras del tango, volvió reggae La bestia pop e hizo bailar a todos con furiosas versiones de Nuestro amo juega al esclavo (cómo refulgió aquel insuperable verso del Indio, casi un slogan que define a esta época: «Violencia es mentir»), Caña seca y un membrillo y Criminal mambo.
Nadie quedó defraudado. Todo parece indicar que Skay será un fenómeno creciente. Este instante recuerda al primer Divididos, cuando la figura de Luca Prodan era una ausencia demasiado notable para Mollo y Arnedo. Hoy Skay sigue siendo sinónimo de Los Redonditos de Ricota y muchas coordenadas se cruzan en la leyenda. Pero la solidez del recital debut del viernes en Mar del Plata marca una inflexión. Con la certeza de ser el dueño del ADN musical de Patricio Rey, Skay está pidiendo pista para cristalizar un sueño recién inaugurado que, como en los viejos tiempos, esté regido por el principio del placer.