Hablan Los Redondos

El tipo más popular de rock argentino tiene 51 años y no se llama Charly García, sino «El Indio» Solari. Es el líder de los Redonditos de Ricota. En su vida casi no dio reportajes. En dos semanas, su banda va a llenar River. Se emborrachó con Caparrós y, durante cinco horas, filosofó sobre todo. Retrato de un mito.

Reportaje realizado por Martín Caparrós, para la Revista SIGLO XXII. Marzo de 2000

Me acuerdo de tan poco. Pero sí recuerdo cómo los tres se mataron de risa cuando nos dimos cuenta de que la cinta del grabador se había enredado sin remedio.

–Yo te lo había dicho, es la maldición de Patricio Rey.- Es cierto, Skay me lo había dicho en cuanto nos sentamos a la mesa.
–El tipo es juguetón, le gusta romper las pelotas. – Dijo la Negra Poli, con cara de misterio.
–Es un tipo rarísimo, nada que ver con nosotros. El tipo vivía en Bélgica, y ahora quién sabe adónde anda. Al tipo le fastidia apadrinar a gente que no participa para nada de sus gustos. Al tipo le gusta Xavier Cugat, tiene un Mondrián en el ascensor. Pero es un maestro, y no hay nada peor que los maestros. Los maestros están para verduguearte, para maltratarte todo lo que pueden. El tipo nos reta demasiado, pero también tiene razón, porque nosotros nunca hacemos las cosas del todo bien. Nos arengó Solari.

–Sí, el tipo nos engaña siempre, nos tira mala onda. Pero lo tenemos asumido desde siempre: el día que reneguemos de él será el día en que nos liberaremos de todo esto.

“Todo esto” deben ser los Redonditos de Ricota, la banda más popular de la Argentina y, al mismo tiempo, la más secreta: una banda que lleva veintipico de años dando vueltas, que empezó convocando a intelectuales y artistas en pequeños boliches y ahora lleva miles y miles a cada pueblo donde toca. Era tarde a la noche, ya íbamos por la quinta botella, todo empezaba a confundirse y lo mejor de la charla estaba en esa cinta burlona que ahora la Negra Poli empezaba a enroscar en uno de sus dedos. Iba a ser difícil recordar de qué carajo hablamos todo ese rato: aunque seguro que era lo mejor, como todo pescado que logra escabullirse.
Sé que el Indio Solari me había dicho, por ejemplo, que no conoce ningún lugar más cómodo que el escenario en medio de un concierto. Que me había contado cómo es estar frente a decenas de miles de personas, cómo llega un momento en que tiene la sensación de que no está haciendo la música sino que la música pasa a través de su cuerpo, y que entonces sí que el disfrute es inmenso:
–Es como un polvo de 3 millones de dólares, un momento de placer casi absoluto.

Y que Skay había dicho que también podía ser absoluto el dolor de ver que algo no estaba funcionando bien, de saber que un momento irrepetible se te escapaba como arena entre los dedos. Y yo les había preguntado por todos esos pibes que los siguen a cualquier parte, y me habían contado la historia de un concierto en San Carlos, Santa Fe, un pueblo de 10.000 habitantes hasta donde llegaron 15.000 ricoteros que lo dejaron sin agua ni pan pero repleto de bicicletas, porque se habían afanado todas las que encontraron mientras iban llegando, en el tren, en las distintas estaciones. Y que ellos lamentaban la violencia que a veces aparece en esos recitales pero que también la ha habido en conciertos de Serrat o Luis Miguel, y que siempre que se junta mucha gente pueden pasar cosas:
–Nosotros queremos que la fiesta sea una fiesta, pero no se puede sacar esos conciertos del contexto, de la situación social. Hay violencia porque hay violencia en cualquier lado, en la Argentina, ahora.

Y creo recordar que Solari decía cuánto lo impresionaba ese público que los sigue tanto, y le pregunté si él alguna vez había sido fan de alguien o de algo y me dijo que no, que él nunca podría ser fan, que él no tiene esa forma de ver las cosas.

–O sea que no podrías ser un ricotero.
–No, me parece que no.

Cuando llegamos, el restorán mexicano de Palermo estaba en calma: noche de frío y poca gente. Nos habíamos sentado en una mesa del fondo, y enseguida entró una viejita vendiendo rosas por las mesas; Solari le dijo:
–Cómo no, faltaba más, señora. Dijo, y le compró una rosa roja a la Negra Poli, el alma mater, la organizadora de los Redondos. Ya me había dejado pasar en la puerta, ya nos había servido ceremoniosamente el vino: Solari tiene modales de aquellos que antaño se llamaban caballerosos. Y habla como un torrente de piedras y chispitas:
–Bueno, a medida que fichás más fuerte, si te da mala tenés que volver a pensar qué hacés. Suponte ahora por ejemplo esto de River: el costo que tienen estos recitales, y uno no tiene garantías de que salgan bien…

Yo le puse mi mejor cara de «vamos, ni vos te la creés».
–Bueno, te agradezco, me deja más tranquilo que todo el mundo me diga no boludo, está todo bien…

–¿Pero tenés miedo de que no funcione?
–Miedo no, pero nosotros siempre tenemos la mirada del guerrero, eso de esperar lo mejor y prepararse para lo peor. El viaje que hemos hecho ha ido creciendo a lo largo de todos estos años. Nunca fue para atrás, pero uno tiene que pensar en la posibilidad de que en algún momento las cosas se terminen. La gente no está eternamente entusiasmada por nada. A uno lo ha ayudado este zigzagueo permanente, esto de no quedarse trabajando de uno mismo… A mí me pone contento que los que están resonando con nosotros no son los coetáneos sino chicos más jóvenes, que tienen en sus nervios otras noticias del futuro, pero eso en algún momento se termina: la imaginería de uno no puede seguir vigente para siempre.

Solari habla de sí mismo como “uno”. Solari habla con palabras cuidadas, buscando cada una con la velocidad del rayo y organizando frases largas: es difícil pensar a este señor tan propio, tan bien rasurado, como Indio o rockero aullador, despendolado. Ahora se calló un momento, y me dejó el espacio para la pregunta:
–A mí siempre me impresiona esto de que los rockeros envejezcan pero su público más fuerte siguen siendo los jóvenes, los que tienen la edad con la que ustedes empezaron.
–Lo que pasa es que esto te cura o te mata. Yo tengo 51 años, Skay 48, la Negra alguno más, y yo no sé si estaría ahí en el pogo. Los coetáneos, los amigos, supongo que ya tampoco.

Era raro que tuvieran esos años: no parecen. Llegaban quesadillas y guacamole ardido. Entonces les pregunté si pensaban que todavía les hablan a sus coetáneos, y Solari me dijo que no sabía, que ellos no hacen “música para teenagers, pero aún así el apasionamiento depende de la posibilidad heroica que tenés en un momento determinado de la vida”:
–Y la gente que tiene nuestra edad está dedicada full-time a ver cómo mierda hace para vivir, tiene sus kilombos, sus complicaciones, están la parte peor de la vida.

–Además supongo que los pibes a ustedes les creen mucho, ustedes les marcan ciertas pautas, y los tipos más grandes ya no le creen mucho a nadie.
–Debe ser así.

–¿Y esa sensación de que marcan pautas, esa forma del poder, qué les produce?
–No, bueno, yo te escuché y te dije que sí, pero en realidad no sé… Yo no veo un cariño reverencial. Creo que eso lo manifiestan con otros. Pero nosotros no estamos en una corporación ni tenemos que usar cierto poder para seguir en el candelero. Somos como unos francotiradores que nos enteramos muy poco de cómo es toda la guerra, lo que pasa en las corporaciones, lo que hace que el poder sea algo necesario. Yo lo vivo como que, comprando una entrada o un disco, me han dado la libertad de hacer lo que quiero, cuando quiero y cómo quiero en lo que me interesa hacer, tratando de no cargarlo de otras ideologías…

–Y eso sería…
–Hacer canciones. Yo tengo el permiso de hacer canciones porque esas canciones han resonado. Escribir simbólicamente cosas entendidas estéticamente. No creo que uno deba hacer panfletos con las canciones; creo en la sugestión, en el misterio de las cosas… Si funcionan como un detonante para la interpretación, está bien, pero yo no tengo ningún mensaje especial, nada que no sean los paulatinos caprichos del espíritu para decir algo. Yo no creo que tenga el poder de convencer a la gente de algo…

–Pero cuando ustedes llevan miles de pibes a Mar del Plata, eso ya es poder: estás movilizando a cantidad de gente.
–Eso es poder adjetivado: poder de… convocatoria, en todo caso. A mí no me excita. Hace un rato hablábamos de si yo vivo bien, y todo eso. Yo puedo tener gustos caros para el común de la gente, pero para mí el dinero no es poder, no tengo dinero para ser poderoso gracias a él: lo tengo para tomar un buen vino, comprarme cedés, pero no tengo la ambición de generar poder con el dinero. Y esto es lo mismo: lo que me interesa es el poder necesario para seguir haciendo canciones. Una de las alegrías más grandes que tenemos con Skay es que seguimos creyendo que poder hacer 10 o 20 canciones nuevas y que las gente las cante es una maravilla. Ese momento de la creación es lo más importante.

–¿Los pibes ricoteros no te pueden decir que te aburguesaste?
–Los pibes pueden decir lo que quieran. A veces pienso que cuando hablo no les conviene a los periodistas porque venden menos, porque nosotros decimos todo el tiempo cosas que desmerecen nuestra imagen pública.

–¿Cómo qué?
–Las cosas que tienen que ver con el “aburguesamiento”. Yo soy de clase media, por decirlo de alguna manera, no somos del puto suelo de la miseria. Una de las cosas que facilitó la cultura del rock era que éramos de clase media, entonces podíamos abandonar el televisor y la heladera para ir a vivir a una comuna en pelotas y tomar tripas y qué sé yo. Al que le cuesta abandonarlas es el que no tiene nada: si me costó 20 años tener una heladerita, cómo lo voy a quemar para hacer una experiencia. En cambio un tipo de clase media sabe que siempre hay algo, un tío, lo que sea, que vas a tener otra vez el puto laburo de mierda en un banco pero vas a recuperar el televisor, todo eso.

–Y sin embargo la imagen pública que tienen es otra, ¿no?
–Nosotros nunca hemos ocultado eso, ni hemos querido acentuar actos heroicos. Yo hice el secundario en taxi, siempre que pude no pagué las cuentas pero me tomé buenos vinos, cuando tuve economías mediocres siempre disfruté de cosas que son… ¿burguesas, querés decir? Yo no las llamo así, creo que hay cosas que están bien hechas y lo jodido es la injusticia; la cagada no es que vos y yo nos podamos tomar un buen vino sino que no se lo pueda tomar la gente en general, o que ni siquiera puedan aprender a tomarlo. Uno está referido al placer y a lo lúdico, y a guardar su libertad. No hay cosa que le guste más a los poderes establecidos que los artistas mendicantes, los tipos que vos podés comprar por chirolas, te los llevás a dar un par de vueltas en un yate y cuando te querés acordar están remando para vos. Lo ideal sería un artista que tenga su culo bien pagado para poder ser honesto y no tener que depender del period… del político de turno, y…

Dijo, y estuvo a punto de caer en la trampa del lapsus malbec ’96. El malo de la película no tenía por qué ser el periodista, pero casi resulta. Antes de llegar al restorán, Solari me había contado sobre un periodista que “reveló” que él había sido profesor de educación física del Liceo Militar en tiempos del Proceso: un delirio, pero alguno pudo haberlo creído, dijo, y le dolía. Los Redondos mantienen una vieja guerra contra la televisión, y esa guerra es parte de su mito. De hecho, nunca aparecieron en la pantalla tonta: se han negado durante tantos años.

–Pero nunca tuvimos la imbecilidad de querer apagar socialmente la televisión. Simplemente hemos dado un par de conceptos, avisar sobre eso, pero siempre nos costó que la gente entendiera que no queríamos ir a la televisión. Hay un criterio general que dice que la televisión es más importante que tantas otras cosas. Para nosotros es sólo no ir a un lugar donde el drama que uno genera con su música no sucede. Falta la transpiración, el humo, el fervor, la gente gritando, nosotros manejando todo… Pero ese tipo de decisiones le da un valor agregado a la significación de la banda, un color diferente.

–Ese valor agregado tiene que ver con la independencia…
–¿Sabés cómo empezó esto de la independencia? No es una cruzada loca, es simplemente que un día nos dimos cuenta de que el número éramos nosotros y que no había razón para que un boludo que atiende un teléfono en una corporación se quedara con la parte del león. Estamos orgullosos de que haya sido la gente la que empujó, que hizo posible todo esto, pero sabemos que hay gente que ha firmado con un sello porque no tenía un par de amigos con los que generar las tres patas de la mesa, e igual quieren hacer su música. Y bueno, qué van a hacer, firmarán con un sello y pagarán las consecuencias… Pero cuando podés no hacerlo, lo raro es que te pregunten por qué lo hacés. ¿Por qué voy a hacerlo? Si estoy por tocar en River. Lo que se le hace extraño a la gente es que nosotros, quizás por la formación que tuvimos, nos calzamos la boina un poco más y arrancamos por un lugar que decía no way y fuímos. Y se dio.

Los Redondos, a esta altura, son bastante más que una banda de rock: también resultan, a veces, una consigna, una bandera para muchos pibes. Una pareja joven y prolija se acercó a reverenciar a Solari: la cara de arrobo de la chica era un cuadrito de iglesia suburbana. Yo les dije que me parecía que para muchos, ir a verlos era una especie de definición cultural o política. Solari estaba más o menos de acuerdo:
––…yo creo que la resistencia está en la gente. El asunto es en qué esquina te parás y bajo qué farolito. Hay un montón de circunstancias: haberse formado en la cultura en el momento en que las experiencias eran reales, y no revivals de lo que fue, nos hace creer en esas cosas. Pero hay momentos en que sí parece que significamos algo. Cuando el poder político nos hace ofertas, por ejemplo, cuando se dan cuenta de que reunís más gente que ellos, empiezan a creer esto de que uno tiene poder y entonces vos serías el vehículo ideal para llegar a la gente.

–¿Qué tipo de ofertas?
–Desde departamentos por tocar en la campaña de algo, o cargos… No importa, ofertas de gente que no se da cuenta de que uno está muy feliz con lo que hace y no le interesa un puesto público y convertirse en uno de esos tipos que tienen que responder a un diseño macroeconómico que ya está hecho en otro lado.

–Pero uno cuando más poder tiene es cuando logra renunciar a ciertas cosas, a la tentación de usar lo que te ofrecen y mantener el espíritu de los Redondos. Dijo Skay, con la voz casi baja. Las botellas arreciaban, y era una charla despareja: yo preguntaba muy poco, Skay y la Negra agregaban de vez en cuando alguna frase, Solari era claramente el portavoz, el hombre de palabras. Y las tenía casi todas:
–Quiero aclarar algo: cuando hablamos de las ofertas rechazadas parece de imbéciles, pero es en defensa propia. Es una manera de que tu culo no tenga ceros, un cheque lleno de ceros. Cuando te están pidiendo eso te están pidiendo tu espíritu, la elegancia de tu vida. Yo soy capaz de ser tan miserable como cualquiera, soy un tipo eminentemente egoísta; lo que uno no acepta en esta transa es que alguien pueda ponerle ceros a la libertad de tu espíritu. La renuncia te da un ojo de libertad que, por lo menos, te deja sentir que nadie te está poniendo precio. Si no se te achica tu vida: podés ejercer cierto poder, pero en algún lugar íntimo sabés que su vida ha reducido su posibilidad: que hay alguien que le ha puesto un precio a tu orto. Alguien más poderoso que vos, que siempre los hay; entonces la única manera de ser libre y sentir cierto poder es la renuncia. Mi vida es una fiesta en tanto y en cuanto yo puedo ser porfiado, puedo bajarme la boina de tal manera que mi culo tenga tantos ceros que a nadie le interese ponérmelos. Eso me ayuda a vivir. Yo no sé si mi vida es digna: uno comete tropelías, uno es un peregrino revoltoso, maltrata a alguien, se aprovecha de alguien, pero no al grado de sentirme que mi vida no vale la pena, que soy un miserable. Eso le pasa a mucha gente que tiene mucho poder pero no les sirve para que su vida sea grata para ellos. Si antes de que llegáramos acá tiene que venir un tipo a ver si hay micrófonos o bombas, o tu hijo está en el parque con unas cámaras, unos pelusas… me cago en la vida del poder. Yo disfruto de la vida de otra manera. No es bueno para mí tener un poder que sea ambicionado de tal manera que no pueda conseguir las gratificaciones que me importan en la vida. Y eso empieza por tener una pequeña elegancia del espíritu. Pequeña, quiero decir: que no venga cualquier boludo, un productor a decirte eh querés un poco de frula, una minita; ah, sí vamos. Ahí todo lo que tenías para decir terminó con ese precio. Ése era el precio de tu vida. ¿El valor de tu vida era ese cheque de seis ceros…?

–¿Seis ceros?-Dijo la Negra, casi alarmada, interrumpiendo por un momento el discurso encendido, y cayeron las risas.

Cuando les pregunté si podían definir su ideología hubo un momento de cierta confusión. Skay dijo que le gustaba una definición del Indio: que no tenían “una ideología sino ideales. Y Solari dijo que no tenían un dogma organizado, como las religiones:
–Nosotros mudamos de dogmas todo el tiempo: imaginate que se lo quisiéramos trasladar a la gente. Cuando ellos están creyendo lo que dijimos en el álbum anterior, nosotros estamos diciendo otra cosa. Esto va a ser parte del concepto del próximo álbum: la impostura. Creo que lo que es realmente subversivo hoy en día es la impostura, y lo raro es que la subversión está en el poder.

–¿Cómo es eso?
–Todas estas cosas que no le cuentan a la gente, y que la gente quizás es cómplice, porque prefiere que no hagan olas. La seguridad, por ejemplo: está todo el mundo pidiendo bala, que maten. Si uno ve las estadísticas de los países donde el índice de criminalidad es bajo, ve que son los que tienen muy buena calidad de vida. Si no hay calidad de vida, si no hay un mango, si vos metés a la gente en cana para mantenerla en un infierno permanente y después la liberás y no tienen cabida, no podés pretender que de ese caldo de cultivo no salga un índice de criminalidad grande. Esa es una de las imposturas. Otra es que uno u otro partido vaya a resolver los problemas que tienen que ver con macroeconomías que vienen diseñadas desde afuera. Y aprovecharse de que la gente está full-time dedicada a ver cómo mierda para la olla, sujeta por el poder a la ignorancia… Todo aquel que llega al poder ya sabe las imposturas que va a tener que mandar. Si vos abrís los cajones de Rivadavia, medio ya está todo lo que hay que firmar. Decirle a la gente otra cosa es convertirte en testaferro de eso para colocar a tus parientes, mejorar la situación social de los tuyos, al costo de formar parte de la cadena de mentiras. Eso es la política y toda su cadena de intereses: los canales de televisión, los notables en general. Son los que están en lugares privilegiados para que los cambios no ocurran. A nadie que tiene sus intereses sustentados en la rutina de los demás le interesa que las cosas cambien. Lo grave es que esas imposturas están dañando nuestros derechos naturales: a comer, a la justicia, al tiempo. Hay una esclavitud, hoy día. Mi chofer labura 14, 16 horas. Es un tipo que puede pagar sus cuentas, darle de comer a sus hijos, no está en el puto suelo de la miseria. Pero labura 16 horas diarias; entre un galeote y eso, la diferencia está en que al galeote le pegaban un sogazo, pero éste no tiene más vida que el laburo, no le queda un minuto para nada más.

–¿Y por qué pensás que eso se profundiza cada vez más?
–No sé, no sé. Cuando vos apartás y sumís en la ignorancia a un gran grupo de la sociedad se generan estos monstruos como Brandán Suárez, gente que juega a la pelota con la cabeza de otro. Son cosas horrorosas, pero la sociedad ha decidido distanciarse de los horrores que se viven en la miseria, hasta que un buen día te cortan el cogote. Decí que bueno, nuestro pueblo se banca… No, no siempre, acá ha muerto mucha gente muy noble durante muchos años, pero generalmente hoy en día se soportan cosas que parecen insoportables. Pero, ¿qué hacés? ¿Bajás a la casa Rosada con máuser a cortarle el cogote al testaferro ése, y el tipo te dice no pasa nada, yo sólo trabajo acá?

–Siempre me impresiona mucho esa capacidad de la que hablás, de soportar más allá de…
–Creo que hay procesos que dan miedo. Un proceso hiperinflacionario deja a la gente tan cagada en las patas que no quiere hacer olas, que lo que más les preocupa no es que están matando pibes en los barrios; lo que no quieren es que se mueva la paridad cambiaria… Y también hubo 20 o 30.000 desaparecidos, casualmente aquellos que pudieron haber difundido alguna desconfianza más clara fueron todos boleta, bueno, quedamos los que quedamos.

–¿Vos sos parte de “los que quedamos”?
–Sí, todos hemos tenido muertos muy queridos. Lo que nos pasó es que a los que veníamos de la cultura del rock esta cosa del existencialismo, beatnik, nos hizo un poco más cínicos. De alguna manera tuvimos claro que necesitábamos otra forma de obrar más sutil que pretender arrebatar el poder. A mí me cuesta hablar de esto porque tengo un profundo respeto por los ideales de la gente que se juega su vida; no por las cúpulas, te estoy diciendo los que yo conocí, que murieron porque creían. Y creo que eran mucho mejores que yo, que no tenían esa desconfianza que nos dio la cultura rock, que nos daba una mirada que decía no way, esto no va a pasar, va a ser una masacre.

La charla era incesante. El Indio Solari decía que era capaz de pasarse meses sin salir de su casa, encerrado, trabajando, aprendiendo. Yo le pregunté cómo hace para contar el mundo si no anda por él:
–No, yo anduve por un par de barrios peligrosos cuando era más joven, sólo que en este momento de mi vida no es lo que elijo para mi viaje.

–¿A qué llamás un par de barrios peligrosos?
–Qué sé yo, lugares donde hacés locuras, ansiedades concentradas llevadas al extremo, que le pegás un cachetazo a un tipo que te está apuntando, chiches del momento en que la vida todavía no te dio tanto y entonces no te ponés cagón. A la vida le das un valor si te está yendo bien. Si un pibe hoy asalta un tacho y pone en juego su vida por 200 pesos es que su vida vale 200 pesos. Ni vos ni yo correríamos peligro por 200 pesos. Pero volviendo a mi ostracismo: lo que pasa es que hay gente que se maneja muy bien con la popularidad. A mí me incomoda porque me formé en una etapa donde la clandestinidad, el anonimato eran fundamentales. Entonces no me manejo bien con esto de que más gente te vigile. La gente se cree con derecho a pararte, hablarte, y de últimas no podés maltratarlos porque la libertad de hacer lo que querés te la han dado ellos. Así que bueno, gracias a Dios tengo una casa con un pequeño ojo de libertad y cuando quiero disfrutar de la vida urbana me voy a Nueva York, a ese portaaviones cargado de todo.

–¿Pero no te falta el mundo, para escribir..?
–Bueno, yo también leo los diarios, miro la televisión. Y lo que trato de conservar son los amigos que se acuerdan de vos cuando no eras el monstruo. Entre otras cosas desgraciadas que pasan está que las nuevas personas que conocés están a favor del personaje, no de tu intimidad. Entonces es muy difícil reemplazar esos vínculos donde hay un testigo de Carlitos, de sus miserias, de sus debilidades, que te protege, te permite aflojarte un poco, ¿no?

Después, ya por la quinta botella, hablamos de tantas cosas: la eugenesia y las esterilizaciones en la India o Estados Unidos, el papel de la mujer en la literatura, la guerra de Vietnam y los relatos de Mailer, los problemas intestinales del cantor, la confusión del ciberespacio, el mercado literario. Rematamos con unas margaritas muy cargadas. Solari se tomaba el pelo suavemente:
–Estoy viejito, me tengo que cuidar.

Decía, y se reía como quien dice no me creas, pura coquetería. Ya era muy tarde, el grabador o Patricio Rey se habían tomado su debida venganza y las palabras patinaban más y más. Yo les dije que no me parecían rockeros y me miraron casi raro:
–¿Por qué, cómo serían los rockeros?–No sé, más tripas y menos reflexión.

Solari se rió y me dijo que era un lugar común y, muchas veces, un error. Que en la Argentina podía ser por la medianía general, pero que los buenos rockeros del mundo eran tipos que tenían más de una idea dando vueltas.

–¿Cómo quién?
–Lou Reed, Mick Jagger, qué sé yo.

Después Solari empezó a hablar de la muerte y de su posibilidad de entenderla y bancársela, aunque no el dolor.
–Uno acepta esta cosa de la eterna renovación, y entonces devuelve los carbonos y los azufres a este magma de evolución y de no sé qué mierda; te parece comprensible. En cambio el dolor tiene otras rutas: cuando ves criaturas sujetas a dolores, hay algo que se te hace muy difícil de aceptar. Yo soy un tipo que prendo un noticiero y en algún momento se me pianta un lagrimón.

–¿En qué momento?
–Cuando soy testigo de la calidad de la miseria a la que está sujeta la gente. No porque va a morir, sino porque va a sufrir intensos dolores, físicos, espirituales. Como yo no tengo Dios… Yo habría necesitado un Dios más cómodo, uno que se me revelara y me dijera Carlitos hay que portarse así, porque si te portás asá está todo mal… Si se te reveló hacés la venia, pero como no pasó, tendría que encontrar razones que justifiquen el dolor, y las que encontré nunca me satisficieron. La muerte es otra cosa. Si a veces me da miedo es porque la vida me gusta mucho, no me quiero perder de hacer canciones, o de estar acá esta noche. La vida para mí es una fiesta, y me duele que se acabe.

Dijo Solari, y parecía. Ya nos estábamos yendo y, por alguna razón, empezamos a hablar de periodismo. Solari era tajante:
–El periodismo es un género de ficción. Lo que nosotros hacemos también, pero la diferencia es que los artistas prometemos la impostura; el problema es cuando la impostura se enquista en los lugares que te prometen la verdad, como el periodismo.

–Sí, yo siempre pensé que cada diario debería incluir una noticia falsa, sin decir cuál, para obligarte a leerlo alerta, pensando que cualquiera de las cosas que leés podrían no ser verdaderas.
–¿Te parece? Mirá qué casualidad. En todos los reportajes que dí últimamente dije algo falso. Un trabajo de campo sobre la impostura: metí unos samplers para jugar y ver cómo salen.

–¿Qué era?
–No, no interesan los detalles, pero creo que ese asunto de la impostura es algo que me tiene…

Dijo Solari, y la Negra se reía y se reía. Skay ya se estaba poniendo la campera de cuero:
–En esta charla también dijimos una cosa totalmente falsa.

Dijo, con buena carcajada. Yo sorbía el último trago y les dije:
–¿Sólo una? Están en plena decadencia.


Las fotos incluidas en este artículo las conseguimos a través del blog Redonditos Inéditos


Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s