En Tandil, el rock sonó redondito

El 4 de octubre de 1997 Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se presentó en la Ciudad de Tandil, ante 25 mil personas. Atrás quedó el mal momento vivido por la banda y su público, luego que el intendente de Olavarría prohibiera el show organizado en dicha ciudad. En este informe del Diario La Nación se describe cómo se vivió el histórico show de Tandil.

Autor: Por Adriana Franco, para el Diario La Nación, 7 de octubre de 1997

TANDIL. «Maldición, va a ser un día hermoso», debían pensar todos y cada uno de los que esperaban el show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y descubrían que, desde el jueves, una persistente lluvia estaba dispuesta a no contribuir con la fiesta. Una lluvia que, a pesar de su insistencia, no fue suficiente para quebrar los ánimos. El viernes ya se había anunciado que nada iba a detener el recital, que, esta vez, no habría fuerza natural o política que impidiera el encuentro.

Esta era la oportunidad de concretar la fiesta que, a mediados de agosto, no pudo ser, cuando Helios Eseverri, intendente de Olavarría, prohibió por decreto la actuación de la banda. Por eso, esta vez se trataba de una cita casi ineludible y cerca de 25.000 personas entendieron que allí debían estar.

Gente de fierro. Desde 1994, los Redonditos no se presentan en la Capital Federal. Sus recitales desde entonces son organizados en distintos puntos del país. Corrientes, Córdoba, son algunos de los lugares adonde miles de jóvenes se desplazan. Verdadero éxodo que cambia, por unos días, la tranquilidad pueblerina de Villa María o San Carlos.

Desde varios días antes, la ciudad comenzó a ver la llegada de las bandas (así nombran los músicos a sus seguidores). Colmada la capacidad hotelera, los chicos debieron pasar la noche en donde pudieran. Cualquier techo que los cubriera de la lluvia, venía bien.

Una ciudad copada

El mismo sábado, alrededor de las 17, llegó el tren redondo. Dispuesto especialmente para la ocasión, cerca de 1500 jóvenes arribaron con banderas y sin parar de cantar estribillos en los que, una y otra vez, volvían a demostrar su fidelidad y aguante. También la estación terminal de micros, era un desfile incesante de recién llegados a compartir este día especial.

Con las calles colmadas por los fans de los Redondos (fácilmente identificables: en su gran mayoría llevaban con orgullo remeras con el nombre del grupo), los comerciantes de Tandil miraban con desconfianza. Algunos optaron por cerrar sus negocios, mientras otros, comprobando que en general se trataba de chicos simplemente con ánimo de pasarla bien, aprovechaban para engrosar sus ventas.

Aunque la cancha se había convertido en un completo lodazal, los chicos comenzaron a entrar apenas se habilitaron las puertas, alrededor de las 16. Desde entonces, hasta que finalizó, a las 23.30, la consigna fue pasarla bien, capear el mal tiempo con buena cara y, en definitiva, demostrar que no había fuerza capaz de impedir que esta vez sea la fiesta.

Tandil, empapado de rock

Bajo la lluvia los Redonditos de Ricota tocaron para más de 25.000 personas

TANDIL.- ¿Existe alguna lógica que explique estas caravanas que llegan, en micro, en trenes, a dedo, hacia Tandil? Y más aún, cuando la ciudad se ha vuelto decididamente inclemente y hasta hostil, con una lluvia que no da tregua. Insistimos, ¿qué razón puede haber para aguantar horas y horas, empapados, en medio del barro?

La respuesta está más allá o más acá de lo obvio. Escuchar a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Pero también participar del encuentro, con la banda y con las bandas. Vivir la fiesta, en una ocasión en la que nadie debía faltar, tras la prohibición de los shows en Olavarría.

El Club San Martín es un lodazal embanderado. Está lloviendo desde el jueves y, bajo esas estocadas finas (y no tanto) se armó el escenario y se probó sonido. Todo eso se pone en funcionamiento a las 21, una hora después de lo anunciado, pero justo al tiempo de lo esperado. El breve intervalo entre que se apagan las luces y comienza la música sirve para que todos demuestren su presencia: bengalas, brazos en alto, y un solo grito.

El recital comienza con «Nuestro amo juega al esclavo», aquel que dice (y nunca tan precisa aquella expresión, en este tiempo post-Olavarría, de «violencia es mentir»). «Nuevamente, gracias por el aguante», dice el Indio y, todos, entienden que habla de hoy, pero también de antes y después, de siempre.

¿Importa que hoy el sonido no sea el mejor? No, vinimos a una celebración y la celebración será. Y si el volumen no es tan alto como haría falta, allí hay más de 20.000 voces que son imbatibles cuando corean, sílaba a sílaba, cada una de las letras. Son watts que se miden con la vara de la pasión.

«El pibe de los astilleros», «La dicha no es una cosa alegre», «Cruz diablo». No hace falta más que unpar de acordes iniciales, para que el estadio estalle al reconocer cada canción. Se salta, se canta, se disfruta, mientras la lluvia que parecía estar amainando, se redobla. Una voz entonces, cuando han pasado apenas 45 minutos de música, anuncia desde el escenario que van a hacer un alto. Es que el agua convirtió el escenario en un terreno minado.

Tiempo difícil. Silencio, lluvia e incertidumbre. ¿Saldrán de nuevo? ¿Habrá terminado acá? Algunos pocos optan por abandonar la partida. Mala suerte, porque luego de una media hora la banda (que, lo demuestran, también tiene aguante) sale con una seguidilla demoledora que ayuda a calentar los cuerpos ateridos. «Nena-nene», «Ñandi-fru-fri», «Mi perro dinamita». Rock and roll a pleno, como los Redonditos saben hacerlo y nosotros disfrutarlo.

Para algunos, no alcanza con escuchar y cantar. Intentan entonces subirse al escenario para abrazar a los músicos. «El que sube es un gil», dice, contundente Skay.

El aguante duró hasta las 23.30, como estaba previsto. Sospechamos, (la demora nos da casi la razón) que algunos temas han caído de la lista. Si es ese el caso, se eligió lo que se debe: los himnos que nadie quiere que falten y que las bandas, mojadas pero fieles, se merecen.

El final (primer final, ya se sabe) es con «Juguetes perdidos», el tema de Luzbelito que habla de las banderas, de nuestras banderas. Pero vamos por más. Y hay: «Vamos las bandas» y, claro, «Nueva Roma» y «Ji, ji, ji».

Nuevamente, la razón no entra, no da cuenta de este estadio del que la gente empieza a salir mientras suena esta última canción. Y se van girando, arremolinados e ilógicamente felices. «No lo soñé», canta el Indio y repiten todos. Plenos, embarrados y seguros, que el sueño no terminó. Ni termina nunca.

Apostillas

Un niñito de apenas un año se convirtió en la mascota de uno de los vagones del tren redondo. Su nombre: Patricio, claro. «En este tren va a aprender a hablar, su primera palabra va a ser Redondos», decía uno que no paró de cantar en todo el viaje.

***

Algunos de los comerciantes de Tandil estaban asustados y cerraron temprano sus negocios, a pesar de las sugerencias municipales. «Son buenos chicos, no sé porque les tienen miedo», dijo la dueña de un locutorio que vio desfilar a chicos que, una vez en Tandil, llamaban a sus padres para avisarles que estaba todo bien. Otros comerciantes, en cambio, descubrieron que no podían perder esta oportunidad. En los restaurantes y bares que permanecieron abiertos una vez terminado el recital, se fue acabando todo. Los taxis, tarde en la noche, brillaban por su ausencia.

***

A pesar del barro y la lluvia, el espíritu de los chicos parecía no decaer nunca. Antes y después del show y en el inesperado intervalo, circulaban rumores varios sobre los próximos pasos de la banda. Unos aseguraban que el siguiente show sería en Capital. Otros apoyaban con certeza la posibilidad de repetir Villa María (Córdoba). También se especulaba con un nuevo disco (de hecho, la banda está trabajando sobre los temas nuevos). Que sale antes de fin de año, que lo van a grabar a los Estados Unidos, eran las distintas versiones. Todos saben. Toda información es, además, compartida.

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Se registraron unos pocos incidentes. Uno de ellos fue apenas dieron puerta, cuando uno de los caballos de la policía retrocedió y casi pisa a un chico. La respuesta fueron algunas pedradas que provocaron nerviosismo en caballos y jinetes. Más tarde, pasada la medianoche, hubo otro incidente en una estación de servicio. Un par de muchachos se fueron sin pagar sus hamburguesas lo que generó la aparición de efectivos policiales con bastones amenazadores. En la dispersión apresurada algunos recibieron golpes y caídas.

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Poco más de cien personas no pudieron tomar el tren redondo de regreso que partía a las 2.30. El motivo: apenas terminado el recital, empapados y embarrados, muchos (con boleto y sin él) fueron a la estación a buscar refugio en los vagones. Como nadie controlaba el acceso, colmaron rápidamente la capacidad y trabaron las puertas. A pesar de que Ferrocarriles agregó tres vagones extras, muchos que tenían boleto se quedaron sin lugar. El Intendente prometió poner micros para devolver a Buenos Aires a los que se habían quedado abajo, pero recién a las 10 de la mañana del domingo.


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