El premio mayor es la libertad

Con la edición de “Luzbelito”, todo está listo para que Patricio Rey se corporice nuevamente y Los Redondos salgan a calentar el ambiente. Después de mas de dos años de silencio, el Indio Solari analiza en esta extensa charla con el NO las sensaciones que cruzan el nuevo disco, pero eso es el disparador de una abultada serie de cuestiones.

Suplemento NO – Diario Página 12. 01/08/1996. Por Alfredo Rosso

Al escuchar Luzbelito surge una sensación de desasosiego, típica del fin de siglo…
Luzbelito se encarna en esos pibes de los barrios desangelados, de esos lugares donde entre su circunstancia real y ese mundo que tienen que aprender hay un abismo, y yo creo que es doloroso ese tránsito. Sin embargo, por una característica propia de Los Redondos, si uno lee bien la última canción, por ejemplo, hay un cierto optimismo. Y yo creo que es el optimismo del guerrero, es el planteo de esperar lo mejor y prepararse para lo peor. No es un pesimismo terminal. La gente vive en total estado de ignorancia. Viene a la noche y apenas tiene tiempo para pegarle un chirlo al hijo e irse a dormir y al otro día otra vez a remar. ¿La revista Muy Interesante le va a acercar noticias de este mundo? Los personajes de este disco son los chicos que están viviendo en este mundo donde  no hay mucha expectativa. Si tu hermano ya está afanando porque a tu viejo lo despidieron y estás bombardeado por los medios que te dicen que para ser alguien tenés que consumir esto, y tenés que tener esta zapatilla o esta moto, entonces salís a chorear y corrés peligro de que tu vida vale la recaudación del taxi.

Así como Octubre hace diez años, Luzbelito brinda una especie de cuadro de situación, con la diferencia de que cayó el muro en el medio.
El muro cae también por la televisión, la gente que cree que del otro lado del muro hay tostadoras, pelotudeces para todo el mundo, y sabemos que no hay para todo el mundo. Como en cualquier otra pugna entre dos monstruos un rato largo, alguno muere antes, pero los dos quedaron muy baleados. El capitalismo está boqueando, el planteo del desconocimiento, la biotecnología, el ciberespacio, esas cosas que probablemente reemplacen los criterios del bien y del mal, Luzbel se preocupa y manda a Luzbelito para ver qué está pasando, supongo que va a haber cambios grandes, donde todo lo que conocemos hasta ahora va a variar muchísimo.

Da la sensación de que a Luzbelito lo creamos nosotros, a nuestra imagen y semejanza.
Es que en realidad, los que están en situaciones de poder son testaferros. No pueden diseñar una política ni una economía, en realidad dependen de lo que le dicen las consultoras, que les dicen lo mismo al Ministro de Economía de la Argentina que al de Venezuela. Firman los papeles. La prueba está en que nuestro presidente tuvo un discurso antes de subir al poder y después cuando abrió los cajones vio lo que podía hacer y es eso. O si no, Cuba. O tenés una actitud diferente y te la bancás o si no sos una república de la periferia del mundo que si querés estar en el mundo tenés que acordar y obedecer los lineamientos de la macropolítica y la macroeconomía.

¿Hay una actitud de ser políticamente correcto? La de ese tipo que dice “Cruz diablo” pero igual se va al infierno…
En realidad, somos hijos de multivioladores, esto no empezó hoy, la cagada no la hicimos nosotros. Yo estoy jugando mucho con esto del término del milenio. Y con respecto a algo muy importante para uno como es la cultura rock, por primera vez empiezo a sospechar que tiene un límite. Esta cultura que se ha fagocitado todo, que es la única que ha infectado la vida con su estilo. Todas las muertes que ha tenido la izquierda y todo eso, en realidad han logrado muy poco. Es la cultura rock la que ha hecho lo que vemos hoy en todas partes. Va a ser más difícil que la cultura se fagocite a la biotecnología y al ciberespacio. En los últimos diez años nos hemos pasado reviviendo la propia cultura, y eso le pasa a todos los ciclos. A uno le ha sido muy conveniente. Que la cultura haya hecho una revisión de sí misma nos ha permitido seguir vigentes.

Una de las lacras que dejó el posmodernismo es ese concepto de que “todo es igual, todo es lo mismo”. ¿Es casualidad que hayan recreado en Luzbelito “El blues de la libertad”?
Sobre todo hablamos de la estética posmoderna, no del pensamiento, que es descriptivo, no propone nada, entonces no es un pensamiento al que uno pueda caerle encima. Si vos vivís del tiempo de los demás, el posmodernismo te viene bárbaro. Decí lo que quieras, mientras yo estoy en mi piso moderno, consumiendo las exquisiteces que mi cultura me ha dado a disfrutar, pero es una pendejada eso de creer que todo es igual.

Es imposible escuchar ese tema y no recordar a Teocharidis (tecladista Redondo fallecido hace diez años).
Sí, gran tipo, pero más que recordarlo me hubiera gustado más tenerlo vivo. Hay culturas que cuestan la vida. Lennon, Luca, los prefiero vivos haciendo canciones. Hay algo que se les impuso en la vida, a unos accidentalmente, a otros dolorosamente. A otro lo mató un tercero porque pensó que lo había traicionado en algo que él nunca sabría de qué se trataba, y otro donde la presión misma del medio lo lleva a querer ser el que se fuma el cigarro más grande. Lo que extraño de ellos es lo fundamental, que hicieran canciones. Yo no extraño de un tipo todo lo que se reventaba. Es medio antropófaga esta cultura, todo lo que expone se lo fagocita. Muchos amigos que uno ha tenido han muerto de sida y por más que le echen la culpa al mono de Africa, todo el esfuerzo que hizo una cultura para liberar el amor se esfumó.

De Los Redondos llama la atención cómo desde una postura de banda de culto, intelectual, en algún momento se produjo un quiebre y se convirtió en estandarte de un rock callejero, barrial, masivo…
No sé, a mí siempre me extrañó, porque nosotros nacimos de la clase media, no somos gente del suelo de la miseria. No venimos de Fuerte Apache. Supongo que es algo que uno ha venido diciendo, una actitud que ha tenido, porque fue una elección de la gente. Si no nos hubiese elegido la gente, no habría otra manera de que pasara. Es un misterio. Chicos de 12, 13 años vinculados con el sentimiento de tipos de nuestra edad. Quizás la independencia, el hecho de no estar referidos a un montón de tejes y manejes, intereses que están en las compañías.

Aún con una situación holgada como la de ustedes, ¿la angustia permanece?
A mí me duelen mucho las cosas que pasan, más allá de que no tengamos zozobras económicas y que lo que hacemos resuena y a la gente le importa. Hay una cosa que yo le adjudico a los jóvenes y es la capacidad de indignación. Pero nosotros no deberíamos quejarnos: estamos con amigos, y porque estuvimos en el momento adecuado en el lugar correcto terminamos haciendo esta ecuación de que uno hace lo que quiere cuando quiere y como quiere. Si uno se queja es como un hijo de puta. Tengo en mí los dolores de la cultura, pero no me imagino a mí mismo viviendo otra vida. Creo que sería un tipo espantoso si tuviera que estar sujeto a la rutina de ir a una ventanilla de un banco a trabajar. O hacer las cosas que hace la gente, que rema y sigue viviendo todos los días sabiendo que la garcan, que hay un boludo que baja el dos y no le da y le bajaron el sueldo y le quitaron el ticket de comida, cosas que vienen como meteorológicamente. No estoy hablando de la política de esta administración, ni de la anterior, sino a lo que está sujeta la condición humana, acá y en el primer mundo también. Antes un monarca te rompía las pelotas, ibas con las armas, le tomabas la Bastilla, le rompías el cogote, es decir, tenías una expectativa. Hoy le cortás el cogote a un tipo y te dice “yo sólo trabajo acá, vos me cortás el cogote y esto sigue igual, yo no soy el dueño de esto”. Una cosa es no tener y otra cosa es estar fuera del mundo posible.

Hay un mito que dice que el mejor artista es el que sufre, el tipo al que le va mal en la vida…
Al poder no hay cosa que le guste más que un artista que esté débil económicamente, que no pueda pagarse ni el alquiler. Tenés que ser muy poco artista para que un buen pasar te haga olvidar las pulsiones fundamentales de tu espíritu. Si el hecho de poder tomarte un buen vino va a hacer que tu capacidad de indignación se anule, entonces quiere decir que siempre estuviste buscando el billete.

¿Tenés contacto con los pibes de las tribus? ¿Qué es lo que te dicen?
La tienen más clara que nosotros, el otro día vi un spot que hizo la MTV, y hablaron con los chicos. Ellos se refieren en términos de las esquinas y sabrán que es lo que abarca todo eso. Sospecho que cuando hacen una elección de una banda como ésta es porque representa más de lo que nosotros enunciamos. Las canciones son pretextos, somos el pívot de esa energía, pero pareciera ser que aunque no le gustaran mucho nuestras canciones, oponerse a lo otro los acerca a nosotros.

Hay gente que opina que Los Redondos pusieron piloto automático después de discos como Bang Bang…
No, en absoluto, porque no nos corresponden las mismas circunstancias del resto de los grupos que están fichados. La nuestra es una vida privilegiada, que te permite estar permanentemente recreando el espíritu lo mejor posible. De movida nunca tenemos decisiones que estén motivadas por pilotos automáticos o conveniencias, porque siempre se nos permitió que hiciéramos lo que queremos. Sinceramente hicimos canciones que pudieron haber corrido con distinta suerte, cosa que es imposible de manejar.  No nos planteamos imitarnos a nosotros mismos. A ver “hagamos otra vez Mi perro dinamita”. Eso es una concesión que te obligan a hacer cuando estás fichado en algún lugar. Si Un baión para el ojo idiota gustó más o menos que otro disco no sé, porque esas cosas no las entiendo. Yo quiero mucho todas las canciones que hemos hecho. No sé desde dónde se puede pensar lo del piloto automático.

Como que había una manera de hacer canciones que daba resultado y no había motivos para cambiar…
Si vos tomás las canciones de Lobo suelto, ¿con qué otros temas los podés comparar? Lo del piloto automático no lo sentimos. Se podría dar que sin darnos cuenta hayamos repetido, pero casualmente en Lobo suelto hay una diversidad mayor que en Luzbelito. Nosotros cada canción la vivimos como un parto, como la mejor de todas. No se puede decir que hayamos remedado a los Redonditos de antes.

¿Qué sentiste en el último festival en memoria de Bulacio, el del Parque Rivadavia?
No sentí nada más que lo que uno sospechaba que podía pasar. Yo no creo en esas cosas grupales sobre todo porque no se sabe cómo se generan. Para que tenga repercusión, los grupos genuinos del dolor tienen que abrevar en los medios, en los grupos de derechos humanos, políticos, porque para que sean noticia tendríamos que estar nosotros del brazo de Varela Cid y del otro boludo, haciendo esa payasada, firmando autógrafos mientras estábamos hablando de un dolor genuino. Habían matado a alguien. Todavía es el día de hoy que no se sabe ni cómo pasó. Lo del Parque Rivadavia a mí no me sorprende que haya pasado, porque hay tantos intereses en juego… fue un boomerang. No creo en los festivales a beneficio, porque van los músicos con su muy buena intención o un porcentaje con buena intención y otros que no tienen prensa y la única manera que tienen de aparecer es ésa. De todas estas cosas hay un porcentaje de gente de buena voluntad y alrededor de ellos hay un montón de gente con intereses muy espurios, otros que van por intereses personales. Yo escuché a músicos quejarse porque tenían “que ir a tocar para el hígado de la minita, y “cuándo me toca a mí?”. Habrá un porcentaje que no es así, y eso es lo dramático. Ese núcleo de dolor no se puede representar de ninguna otra manera que abrevando en las mierdas que te lo llevan a otro lado.

¿Dónde se manifiesta el dolor por Bulacio?
¿Sabés quién es la única? La abuelita de Bulacio, y algunos amigos.  Son los únicos a quienes les duele Bulacio. Y saben que si no están rodeados de estos capitostes, de algunas de estas mierdas, no hay resonancia para sus quejas. Pero lo que hay alrededor… siempre hay alguno que se llevó la guita en el medio. Los músicos hacemos lo que podemos, pero no tenemos el control, seríamos uno de los invitados para quedar bien. Llegó un momento en que parecía que los culpables de la muerte de Bulacio habíamos sido nosotros. Es una locura. Porque, ni siquiera, si hubiera pasado adentro de Obras. Una de las cosas que siempre avisábamos cuando tocábamos en Obras antes de salir era “ojo, que están esperándonos”. En esa época, salías y levantaban gente, pero no podés controlar toda la vida de la gente, no podés cuidarlos hasta que lleguen a la casa.

¿Los pibes de hoy tienen otra postura frente a las actitudes de la banda? No cuestionan a Los Redondos por cuestiones que antes sí generaron polémicas, como el haber tocado en Obras, o la posición frente al tema Bulacio…
Gracias a Dios, los amigos de Bulacio son todavía gente que van a ver a Los Redondos. Esos pibes saben cómo es y entienden de qué manera nosotros nos manifestamos con respecto a esos temas.

En algún momento parecía que el tema seguridad se les había ido de las manos.
No es que se nos fue de las manos por Los Redonditos. Hay que acordarse de que existe mucha marginalidad. Porque no se trata de pagar o no la entrada, pero en Huracán en un momento había unos chiquitos con unas púas que aprovecharon la volteada, pero fueron doce personas, no es tanto, pero lastimaron a alguien. En ese sentido puede haber sido que quisimos hacer una pausa, pero en algún momento nos tendremos que hacer cargo de la dimensión de la banda.

En los últimos shows, en Mar del Plata, llamó la atención la cordialidad de los encargados de la seguridad…
Ha habido otra experiencia previa donde el espíritu imperante era que los de seguridad son los malos porque para que los de seguridad impresionen tienen que matar a golpes a alguien. Entonces hay un poco de docencia nuestra y si hay un poco de violencia, hay que parar el show, y previamente se habla con la gente. Uno tiene la posibilidad de decidir de qué manera tiene que transcurrir el evento. Los chicos saben que en un show de Los Redondos no tienen que salir a demostrar que son rudos, porque son rudos. Son chicos de Laferrere que no necesitan mostrar nada porque todos los días se ganan la vida de las maneras más arriesgadas. Para ellos un show de Los Redondos es un recreo, abrazarse con su minita, tomarse una cerveza, bailar juntos y estar vinculado con ese mambo.

Ustedes no son una isla. Detrás de Los Redondos se vino una camada de bandas que quizás sin la mística ricotera reinvindican también la cultura de la calle, el rock barrial. Estamos hablando de La Renga, 2 Minutos, Los Piojos. ¿Escuchás esas bandas?
A mí me gusta cierto folklore, inclusive del heavy, por ahí la música ya no. Como género, todo lo que se hace clásico me aburre, pero prefiero el folklore de la esquina al folklore de la línea MTV. Prefiero lo que pasa espontáneamente. 2 Minutos es una elección de la esquina. Después con esos grupos todo depende de adónde van, no sé cuánto tiempo duran con una estética que se repite, pero prefiero eso que nace de la necesidad de unos pibes que están al pedo en una esquina, a lo que le mandan en la data de lo que hay que consumir porque está de onda. Esa siempre fue la gran diferencia entre el espíritu del rock y el pop de los medios. Así que me quedo con 2 Minutos, Attaque 77, Los Piojos, Los Estelares, que no salen de un diseño de las compañías pero representan algo. Por algún motivo son un exponente donde los pibes se ven representados.

¿Hoy se puede hablar con tanto purismo de rock cortesano por un lado y de rock comprometido por el otro?
Hay momentos. Eso lo dije en los 70.

¿Cambiaron entonces las reglas del juego?
Yo no me refiero a la vida de las personas, sino a las estéticas. Cuando hay una estética posmodernista, hay una estética cortesana. Cada uno genera desde dónde está. Yo no enjuicio a la gente. Hoy veo que hay un remedo de otras cosas. Sale Pearl Jam y durante un año tenés que comerte a un montón de grupos que suenan todos como Pearl Jam. Eso me aburre, pero no porque tenga cuestionamientos con respecto a la vida de los artistas. Más allá de los enconos que me quieren hacer tener con otras bandas y otros músicos, yo tengo más cosas en común con cualquiera de los músicos de rock, desde 2 Minutos hasta Soda Stereo, que con otra gente. Seguro que tengo más cosas en común con Zeta Bossio que con un tipo que me cruzo por la calle. Mis enemigos no están en los músicos de rock.

En algún momento también vivieron una sobreexposición mediática. No quizás con la televisión, pero hubo una época en que en FM Hit pasaban “Un poco de amor francés” al lado de Ricky Martín.
No, pero a mí eso no me calienta. A mí me gusta mucho jugar al flipper. Lo que no me gusta es ser la pelotita. Cuando estás ahí adentro sos la pelotita. Yo veo mucha televisión, pretender apagar socialmente la televisión es un disparate. Lo único que uno dice todo el tiempo es que debe ser tomado como un género de ficción, no como la realidad. A mí me gusta que la pelotita esté adentro. Si no, te transforman tu vida, todo el mundo tiene derechos sobre vos…también creo que es una locura quejarse cuando uno está metido adentro de eso. Me hace acordar a esos artistas que se quejan porque le sacan la foto cuando están con un filito. Pero están en El Cielo… Si tenés un filo porque no te vas a Morón, que hay unos telos bárbaros y nadie te ve. Nunca se treparon a mi casa para sacarme fotos.

¿Esconderse no es también una manera de generar más expectativa?
Eso también es una de las cosas que se han dicho con mucha liviandad. ¿Vos pensás que esto fue un plan premeditado? No es así. Algunos lo quisieron ver de ese modo, pero si es tan bueno como plan. ¿Por qué no lo hacen? A ver, no hagan spots publicitarios, no vayan a la televisión, no pongan afiches, no hagan nada, a ver cómo les va. Los Redondos son una elección de la gente, nos fueron a ver 100, 300, 500, 1000, 5000, 40000 personas. Pensar que somos tres bobinas que hace 25 años diseñamos un plan para ser exitosos y llenar estadios sin teloneros, sin promoción televisiva ni afiches, al menos es adjudicarnos un poder demasiado grande.

¿El público les dio un cheque en blanco?
Sí, el público nos dio un cheque y nos dijo: hagan lo que quieran. Desde cuando ya pintábamos había ofertas que eran significativas para cuando no tenés guita ni para alquilar un departamento. Pero siempre estaba implícita la idea de un gordo que atiende el teléfono y tiene el cheque tuyo. Cuando vos creés que el número sos vos. Nosotros somos muy interesados, muy ambiciosos, pero nuestra ambición pasa por no tener límites. Cuando sos medianamente ambicioso tu culo tiene tantos ceros en el cheque. Cuando sos un ambicioso estelar y cósmico no hay guita que compre tu vida. No podría vivir de otro modo. Por más que venga un tipo y me diga “¿cuánto querés, un palo verde?” pero la vida de uno con mucha menos guita ya está. Mientras no tengas la zozobra de la miseria, ya está. El premio mayor no es la guita. Es la libertad. Cuando querés más guita es porque querés poder.

El de ustedes también es un poder: la influencia que tienen sobre los pibes. Vos sos capaz de decir cualquier cosa arriba del escenario y los pibes van y lo hacen…
Uno tiene que saber que cuando los pibes te dicen maestro en realidad te están guiñando un ojo. Si hay algo que yo sentí siempre con los redonditos es que cuando te dicen maestro te están diciendo “vos sos el representante de esto, sos la estampita que tenemos, los maestros somos nosotros… el día que nosotros dejemos de comprarte los CD se acabó todo”. Nosotros tenemos un dicho cada vez que salimos y es que ésta es la primera y la última noche, porque siempre es la primera y la última cuando dependés de la voluntad de toda esa gente.

Lo de la independencia, ¿es una cruzada contra el sistema o una cuestión de tranquilidad artística?
Yo no quiero que todo el mundo sea independiente, como una cruzada de Los Redondos. Cada cual tiene su modo de funcionar y de llegar a la gente. Cuando yo no tenía casa propia me ofrecieron un departamento en Mar del Plata para tocar en una campaña para un partido político. Cuando uno se niega a esas cosas no se puede hablar de generosidad, porque considero que soy uno de los tipos menos generosos que conozco. Se debe a que uno es tan ambicioso que no cree que todo se termine en un par de departamentos.

Fernando D´Addario
Alfredo Rosso


SOBRE LUZBELITO

Desde los altos hornos de Luzbelito, Los Redondos cocinaron un disco para el fin de siglo, de dolor extremo y dientes apretados; intensidad y solipsismo. En los tres mil seiscientos días que lo separan de aquel disco decisivo de los 80 que fue Octubre se apuraron muchas carreras, se derrumbó un Muro y se acuñaron nuevos fantasmas para reemplazar la vieja paranoia de la Guerra Fría. La angustia de los 90 pasa por ocasionales explosiones, pero mucho más por constantes implosiones: las utopías que sobrevivieron a los torturadores se las cargó el fosforito simulador del país tilingo y bifacial, donde nadie parecer ser quien dice que es.

Con tono marcial y solemne, “Luzbelito y las sirenas” es la puesta en marcha. El ángel caído saluda a sus carnales creadores, intimando que sabrá abusar de nuestra hospitalidad porque, después de todo, lo hicimos a nuestra imagen y semejanza… “¿De quién son mis deseos de hoy?/¿y este insomnio de quién es?” Enseguida un rock de neta patente ricotera, “Cruz Diablo”, traerá el dilema axial del álbum: Zippo- un abonado a la ley de Murphy- cae al averno de su mala estrella, aunque es políticamente correcto hasta en su instante de revelación: “El tipo se va gritando ¡Cruz Diablo! Por pura cortesía…”

Si canjeamos nuestras miserias por arcadas de adoración a vedettes que sortean bazares completos por la pantalla chica y animadores que predican el evangelio de tocar el timbre y salir rajando, entre un hosanna de constantes carcajadas, ¿cómo sorprendernos de que nuestro huésped, Luzbelito, crea que es él quién nació en Belén? El continente de esta viñeta, “Fanfarria del Cabrío”, es un lento blues/balada, engalanado con manto de saxos, trompeta con sordina y wah wah. El tono ominoso continúa en “Nuotatori Professionistti”, fotografía de esa caterva depredadora que pasea su cinismo por diarios, revistas, TV y demás podios del poder…”esos nenes con superpoderes/hoy se trenzan en juego espartano/como lenguas de fuego que arrasan/ a su paso todo lo que pueden”. Sigue el “Blues de la libertad”, perla oculta en las cajas de seguridad ricoteras por más de diez años. Skay y Dawi le ponen un marco caliente a este recordatorio de que la libertad no es un enjuague bucal para salir del paso elegantemente en shows de comité. Es fiebre, oración, fastidio y buena suerte y no se banca la pendejada de que todo es igual, siempre igual, todo lo mismo, que pregonan los abanderados del lexicón posmodernista. Un tour de force para el Indio, un balón que le gusta encestar.

Luzbelito es una parábola recurrente de La Caída, adaptada a la jerga de este fin du siécle en el que la generación de Pepsi se transformó en la generación de Prozac, pero eso no significa que no haya digresiones y desvíos en este catálogo básico de seres cuyas vidas no logran hacer coincidir botones y ojales. Está por ejemplo “Mariposa Pontiac/Rock del país”, con su fanfarria celebratoria del itinerario ricotero, y también “Ella baila con todos” que, a pesar de su comienzo espeso y cavernoso, brinda el útero protector de un nuevo puticlub donde enrojecer el deseo y trasegar la madrugada. Ostenta varias de las mejores partes de la guitarra de Skay, mientras el saxo de Dawi provee el clima arábigo y Walter Sidotti, el drive sinuoso y machacón que engorda el condimento. Los Redondos eligen “Juguetes perdidos” para cerrar Luzbelito y sin embargo es “Rock yugular” donde parece darse la batalla decisiva, el cara a cara final con el Cabrío. Un clima a la “Criminal mambo” para una nueva escenificación de la Tentación del Monte. Una transacción sencilla y horrorosa: dame tu vida y tendrás mi piedad. Pero hay una opción: podemos negarnos a negociar la sed que hay detrás de esos ojos que aprendimos a acorazar, negarnos a entregar la insolencia, negarnos a ser esclavos de un paraíso de macramé y libretos ajenos. Sabiendo, eso sí, que el precio de sacar la cabeza de la morsa es bailar un rock yugular entre cuchillas…

  Alfredo Rosso


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