Estaban ansiosos, con un poco de bronca y con unas ganas incontenibles de volver a encontrarse. Luego de siete meses de silencio, «las bandas» regresaron a los escenarios. Debajo de la autopista, Los Redonditos de Ricota fueron la llama de tres jornadas calientes, a pura pasión y rocanrol.
Revista Pelo #408. Diciembre de 1991

Autopista Center: una nueva guarida escogida por la «Negra Poly» y la banda ricotera para continuar con su habitual ceremonia. El ciclo de Obras parece haber terminado. Ahora, eligieron otro escenario, un ambiente distinto, para estrenar oficialmente su quinto álbum, «La mosca y la sopa». Como siempre, una verdadera multitud se arrimó hasta el lugar. Aún faltaban un par de horas para el comienzo y «las bandas» se arrimaban al lugar, vivando las clásicas canciones que acompañan al grupo en cada una de sus presentaciones.
Si bien el quintero se había presentado en el Colegio Santa Lucía de Florencio Varela, desde el pasado abril -ocasión en la que ocurrió el confuso y trágico incidente a través del cual, luego, perdió la vida Walter Bulacio- Los Redondos no habían vuelto a la Capital. Los largos meses transcurridos impacientaron a los fans, hambrientos de volver a disfrutarlos en vivo. Esta vez, el período de reclusión en los estudios -eterno para muchos- y el reciente lanzamiento de su nueva producción hicieron de las tres jornadas una calurosa fiesta de reencuentro. Las, aproximadamente, veinte mil personas reunidas ilustraron el inmejorable presente de Los Redondos. La magia del Indio, la sobria maestría de Skay y la incontenible potencia del resto, hacen de su labor un ritual sagrado, mil veces contado y escrito pero nunca suficiente para dejar de vivirlo, aunque sea pocas veces en el año…
El show
Pocos minutos después de las 23 horas, a pesar de la cola y de la calurosa primera jornada, todas las moscas ya estaban en su sopa. El rito pagano estaba presente una vez más, ahora sobre un nuevo escenario. Grandes pero aún nómades, sin encontrar el lugar más adecuado para llevar a cabo sus multitudinarios encuentros. Entonces, en este extraño templo del Oeste porteño, nube energética dejó ver una inquieta calvicie, y hasta las sólidas columnas (que tapaban a gran parte del público) se conmovieron con la irrupción de «Semen up». Enseguida se inició la «lluvia» de temas del último disco, entonados por el público como si se tratara de un material editado cinco años atrás. El rocanrol se adueño del recinto. «Nueva Roma», o «Un poco de amor francés» obligaron a sudar hasta los límites antes de concluir el primer round de una noche increíble.
Las luces volvieron a encandilar y las fuerzas se renovaron para encontrarse con más de «La mosca y la sopa», para que «los marines» corearan hasta reventar… ¿La voz del Indio no se escuchaban? Era cierto, pero no importaba porque se reproduce por miles, que la llevan dentro de su alma y la muestran a quien quiera conocerla. Junto a él, Skay bosquejaba «Criminal mambo» con inolvidables garabatos que brotaban desde su guitarra, mientras la dupla Semilla-Walter Sidotti se agrupaba en un torbellino rítmico que el viernes no tuvo el sonido que se mereció. Comentario aparte corresponde al saxofonista Sergio Dawi, cada vez más importante en los conciertos de Los Redonditos de Ricota.
«Es un sentimiento que no puedo parar» entonaban los fieles, y los «fabulosos cinco del underground» le ponían música desde el escenario, para transformarlo en uno de los mejores temas de la noche. Un calor como pocos no impidió que los fanáticos gritaran hasta conseguir que Los Redondos machacaran con «Nadie es perfecto» -el primer bis- y con «Ella es tan linda», algo más del mismo rocanrol.
El sonido fue un punto muy flaco del espectáculo, que fue de algo más de dos horas de actuación. Comenzó con muchos acoples y cuando parecía mejorar, volvía a caer en un pozo. En algún momento, el Indio intentó justificarlo, aludiendo a que se trataba de la primera jornada.
Las luces, colores fuertes sin demasiadas variantes, cumplieron una tarea secundaria, algo habitual en el rito redondo.
Después del festejo, el fuego continuó invulnerable. La multitud seguía coreando sus plegarias, aun luego de disfrutar del último tema, «Maldición va a ser un día hermoso». Todavía quedaban dos días para repetir la ceremonia.



