La crónica del encuentro por la vida celebrado en Parque Lezama, a pocos días de las elecciones presidenciales.
Las Página de Gloria, Revista Humo® nro. 116, pag 83/4. Noviembre de 1983. Por Gloria Guerrero

Todos estamos confundidos. Algunos se confunden sigilosamente, otros con vergüenza, otros con la desesperación a puro grito, según como salga. Pero entiéndase bien: no se habla aquí de una confusión centralizable y limitada a los vericuetos de la nueva democracia, ni los conflictos del acné adolescente.
Tal vez los únicos bordes visibles de esta niebla, tal vez el plafond de este papel de celofan, sea la distancia entre el dedo de un lejano presidente y el botón rojo. Porque la explosión, después de todo, acabaría con cualquier confusión, con todas las preguntas, y con todas las respuestas.
-¿Para qué seguir?– dicen los jovencitos británicos, ahogados en cerveza.
-¿Para qué?-, balbucean los adolescentes norteamericanos condimentando con anfetaminas su dosis diaria de hamburguesas de plástico.
-¿En nombre de qué crecemos, si nuestra muerte depende de la locura de otros?-, susurra toda una generación post-Hiroshima, que hace tiempo dejó de temblar y eligió endurecerse, tan de piedra como las ruinas.
Nosotros acá. Con Gran Bretaña como “país limítrofe”, construyendo al lado de cada casa una base nuclear, como para que olvidemos de una maldita vez aquella cautivante idea de que los argentinos, tan abajo en el mapa, estamos lejos de los delirios atómicos. No, querido. Ahora nosotros tampoco estamos a salvo de nada.
“No bombardeen Buenos Aires…”
Los chicos ya no usan cascos y curten mambos escuchando a Clash. Los rockeros duros llevan cadenas y aprenden a usarlas, y tal vez en el fondo intuyan que esa “no es”, buscando de ojito que alquien se los confirme. ¿Quién? ¿El futbol, deporte “legal” y pasión de multitudes, con chicos de 21 y 25 años muertos a balazos? ¿O la convivencia democrática con un pibe radical ciego por los golpes y un muchacho peronista descerebrado por un proyectil? ¿A dónde, por Dios, hay algún ejemplo creíble?
Ni siquiera nosotros -los que andamos en los 25 y ya tenemos (o podríamos tener= personas pequeñitas para enseñarles a vivir- conocemos la salida. Algunos ya no protestan contra el sistema, ni golpean las puertas de las casas donde no hay nadie. Después de mucho gritar tratando de cambiar este circuito, creo que decidimos crear uno nuevo, distinto, definitivamente nuestro. Es como vivir quejándose delo mal que nos cae el guiso de mondongo, invertir nuestro tiempo probando remedios para el estómago, o tratando de advertir al planeta que el guiso de mondongo es duro de digerir. Una vez que nos damos cuenta de que a muchos les cae bárbaro, también nos avivamos de que somos capaces de cocinar otra cosa, algo más rico. A algunos puede gustarles, quién sabe. Se verá con el tiempo. Pero nuestra propia necesidad de alimento es urgente. Tenemos hambre.
Cocinamos. El olor de la olla atrae a otros hambrientos.
Aportando postres y bebidas, creo que eran unos siete mil en Parque Lezama, el domingo 24, disfrutando de la parte de sol. Gratiis, claro. Por eso la única publicidad se basó en que Augusto Conde y Néstor Vicente (del P.D.C.) hablarían de su posición frente a los Derechos Humanos y la urgente necesidad de defenderlos no sólo en las calles, sino desde el gobierno.
Encuentro por la vida
Para que el bebé que hoy nazca pueda disfrutarla.
Caminar por la calle. Escuchar música. Hablar. Comer. Vestirse. Tener ideas. Contarlas. Discutir. Dar propuestas. Leer librs. Escribir. Disentir. Hacer el amor. Estudiar. Trabajar.
La lista, leída de corrido, suena a perogrullada. Pero ¿hay alguno de nosotros, uno solo al menos, que haya podido ejercer todas y cada una de estas “obviedades”? No.
Mirá vos. Lo que debería ser “lógico”, suena a sermón aburrido cuando alguien lo enuncia, y sin embargo nadie puede venir a mostrarse como “dueño de su vida” y satisfecho con ella.
Sí, hay quienes optaron por resignarse a que la negación de los principios elementales de la vida es una “regla de juego” que hay que jugar. A esa gente, además, le cae regio el guiso de mondongo.
Y no estuvieron en Parque Lezama el domingo 24, junto a Miguel Abuelo y su magia sin galera, Pedro Conde y su realidad todavía con más queja que decisión, Luciérnaga Curiosa y su brillo movilizador, Mestizo y la identificación con el corazón que late a coro con las tumbadoras, el Fontova Trio cantando ritmos “de tierras muy lejanas… Latinoamérica”, los hermanos Clavel con Miguel Abuelo engominado y sus desopilantes odas chamameceras a la vegetación del Paraguay, y los Redonditos de Ricota, “hablando y afirmando como preguntando, para ver si alguien en alguna parte, se responde estas preguntas afirmando nuevos interrogantes”.
El agua de la fuente inundó la zona cercana al escenario, y zapatillas en mano se improvisó, al atardecer, una danza tribal a chapotazos. Las velas prendidas (“pásenlas de mano en mano, no las tiren, que son las únicas que hay”) iluminaban las manos de la gente. Gente, nomás. No eran todos políticos, pero había juventudes políticas. No eran todos rockeros, pero había muchos rockeros. No eran todos punks, claro, pero los había. No era un show de heavy metal, precisamente, pero había camperas de cuero negro. No eran todos adolescentes, pero llenaban la plaza. No eran todos adultos, por supuesto, pero mientras una señora amamantaba a su bebé sentada en un banco, otra envolvía en un papel de diario el pañal sucio de su hijo menor, mientras el mayorcito exigía un helado “de esos con chocolate encima”. Gente, nada menos.
Soledad Silveyra, frente al micrófono, leyó la innumerable cantidad de adhesiones políticas (de todos los partidos imaginables), y de entidades culturales o de bien público.
Miguel Angel Solá no pareció el hombre elefante, ni el famoso de “Compromiso”. Su libreto era arduo: “La mamá de Fernando, rubio, enterito azul, pase a buscarlo detrás del palco”. “Analía, José te epera al lado del teatro de títeres”.
León Gieco llegó sin aviso y sin publicidad, y cantó con su guitarra y su armónica. Yo miraba pasar los colectivos repletos, y la situación se me presentó graciosa. Alguien en su sano juicio, ¿creería que Gieco estaba cantando gratis, sin que nadie lo anticipara, al aire libre? No, “será un disco”, habrá pensado la gente del colectivo. Y no se bajó.
“Normalmente, las formas humanas están rigidizadas, acorazadas. Al calor de las emociones, se pueden poner nuevamente plásticas y son posibles de remodelar”. Los Redonditos de Ricota la tienen muy clara. No viven la angustia de la marginación y la subterraneidad, sino que asumen la marginación que han elegido.
Desde allí trabajan. Desde allí experimentan con especias, pimienta y agua, y para crear un nuevo alimento.
¿Qué habrá que comerlo en el cuartito del fondo, en lugar del restaurant frecuentado por famosos?
Es posible. No se sabe. No tengo la justa. Estamos creciendo, estamos buscando.
Pero si sé que no importa dónde pongamos la mesa, mientras comamos lo que nos nutra.
Y sé que no importa donde pongamos la mesa, mientras comamos lo que nos nuetra.
Y sé que hay que salir del bosque, como decía mi viejo. Porque estando dentro del bosque, sólo se ven troncos.
Y sé que todavía algunos esperan que en estos casos yo cuente qué tal fue el sonido, y quién desafinó.
Pero sucede que el alimento del que vengo hablando no apunta al sistema digestivo. La vida tiene la boca abierta, y está esperando.
Desubicaciones del sol
Soledad Solveyra, cuando al inicio del acto debió leer un papel con el nombre de un nenito que buscaba a su mamá. “Y… así teníamos que empezar…” -sentenció-. “Hablando de hijos perdidos…” A la mamá del nene le corrió frio por la espina dorsal. ¿Era necesario, sano y válido, tocar la angustia por los desaparecidos de esa forma tan violenta?
La “ricotera” de Patricio Rey, chica del “ballet” que acompaña al grupo en sus representaciones. Con máscara, malla y una bandera multicolor, se ondulaba felinamente y con algo de pecado, asustando a los que estaban más cerca. Hasta ahí, la cosa queda en el baile. Pero cuando alguien de la multitud apretujada sufrió un desmayo, y los Redonditos interrumpieron su actuación pidiendo una ambulancia, la “ricotera” decidió hablar al micrófono, lanzando la sarta de sandeces más increíble de la historia. “Esto es rock and roll -agregó-. No, Cleopatra, una ambulancia no es rock and roll.

