Dice que la escena del rock actual es un cambalache y que no se puede repetir lo que pasó. Entusiasmado con su etapa de solista-en-banda junto a Los Fakires, el mítico guitarrista de los Redondos no vive de recuerdos y deja sólo en manos del tiempo la posibilidad del tan anhelado reencuentro.
Autor: Diario El Día, 8 de noviembre de 2014. Por Maria Virginia Bruno

Un teléfono en La Plata, el otro en Capital. Son las dos de la tarde. La que atiende es Poli, la Negra, mito viviente y alma máter de la banda más importante del rock nacional. Habla modulado y pausado, da indicaciones sobre cómo conseguir fotos actualizadas, antes de despedirse con “besos” y pasarle el llamado a él, dueño de la mitad de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: Skay Beilinson.
Apodado Skay por su amiga Marta Minujín quien alucinó con sus inexistentes ojos azules, nació en La Plata en 1952. De chico se relacionó con la música pero nunca estudió formalmente porque prefirió que la música lo busque a él, de forma natural, como ocurrió.
Influenciado por Los Beatles y el llamado “Mersey beat” de la época, el guitarrista y compositor viajó a mediados de los 60 a una Europa convulsionada por el Mayo Francés, donde pudo presenciar en vivo un show de Jimmy Hendrix. “Eso me partió la cabeza”, aseguró, y relató que volvió a una Argentina “no tan diferente” con una mochila cargada de ideas artísticas revolucionarias. La Plata lo recibió con el esplendor de La Cofradía de la Flor Solar, una comunidad contemporánea al movimiento hippie que, con una estética similar, respiraba el aliento del siglo. La idea que movilizaba a estos jóvenes artistas de diferentes disciplinas era “construir una expresión cultural nueva, que rompiera las reglas y proyectara a la creatividad permanente”.
Siendo parte de Diplodocum Red & Brown, participó del primer megarrecital que se ofreció en la Ciudad en 1970 en el Estadio Atenas, en el que más de 200 grupos tocaron sin parar durante tres días. Claro que este evento, llamado “Las 30 horas de rock” -aunque fueron muchas más-, tuvo para Skay una connotación especial porque fue ahí donde se conoció con Carmen Castro, la Negra Poli, una mujer de la que nunca se separó y que fue indispensable en la fundación de la banda que, años después, comenzara a gestarse junto a Carlos Indio Solari, socio artístico de los Redondos, un proyecto que se convertió en una leyenda inmortal. Con el cambio de milenio llegó su disolución y el mito ricotero creció. Desde entonces, una legión de fans que trasciende las generaciones se ilusiona con su posible regreso cada vez que el rumor se instala en los medios. Sin embargo, sus dos líderes tomaron caminos diferentes y por esta vía van, en paralelas.
Skay, junto a sus Fakires, recorre con asiduidad la agenda cultural de diferentes rincones del país, y se prepara para cerrar el año el próximo sábado en La Plata, antes de meterse a grabar lo que será el sexto disco de esta nueva etapa. En diálogo con EL DIA, recordó anécdotas platenses, habló de música, amor y convicciones, además de reflexionar sobre la posibilidad de una segunda oportunidad para Patricio Rey y su Redonditos de Ricota.
-¿Cómo vivís cada vuelta a La Plata?
-Siempre es una sensación extraña caminar por esas calles que tanto me marcaron. La Plata es una ciudad en la que tuve las alegrías más grandes y también las revelaciones más oscuras. Por eso estuve un tiempo ‘peleado’, pero nada que el paso de los años no cure. En realidad, pude reconciliarme y volver a quererla de nuevo, tengo muchas ganas de volver, muchos amigos, historias, y gente que sé que me espera.
-¿Qué recuerdos tenés de la época de la Cofradía de la Flor Solar?
– Sólo tengo hermosos recuerdos porque fue una época de despertar mío y de toda una generación, en la cual los cofrades estaban haciendo una experiencia muy interesante. Eso nos abrió un poco el camino a todos los demás, sobre todo a los de La Plata.
-Y en ese momento conociste a la Negra y nunca más te separaste…
-Sí, desde ese momento estamos juntos. Poli es mi opuesto complementario perfecto. Es una persona brillante, súper inteligente, de un corazón gigante, y una compañera de vida con quién vivimos las aventuras más alucinantes.
-¿Con qué relacionás las mejores y las peores cosas de tu vida?
-Creo que la música ha sido un punto de unión entre las dos, de alguna manera me permitió alcanzar alturas que no sospechaba y también llegar a abismos bastante oscuros.
-¿Qué significa la música para vos?
-Es un puente hacia el infinito.
– ¿Y el rock?
-El rock hoy en día ya no sé qué significa. Creo que se ha convertido en una especie de cambalache muy difícil de entender.
-¿Creés que es posible que se de otra vez aquella escena que había en tus inicios?
-Nada puede volver a ser como era antes. Yo creo que lo único que se puede hacer es encontrar una nueva manera de expresar.
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-¿Cómo vivís esta etapa con Los Fakires?
-Estamos pasando un momento buenísimo, ya son muchos años con la misma banda. Siempre digo que no soy solista, yo trabajo en equipo, y una banda de rock es un equipo donde cada uno de los que integran deja su marca personal. A lo largo de todo este tiempo hemos logrado un equipo muy interesante, estamos muy conformes.
-¿Estás preparando un nuevo disco?
-En Atenas hacemos el último show del año el sábado y después me meto en el estudio a grabar. Ya tengo listas las canciones, además de las ganas y el entusiasmo para experimentar con un par de cosas.
-¿Cómo vivís el show en vivo?
-Yo sé que lo que tengo que hacer es entregar lo mejor que tengo, de la mejor manera que pueda. No debo distraerme con los movimientos que hay alrededor. Trato de mirar hacia adentro porque creo que es ahí donde encuentro la llave para dar lo mejor.
-A diferencia de tu etapa anterior ahora tocás con mayor frecuencia…
-La verdad es que era algo que padecía bastante. Yo creo que para un músico tocar cada seis meses es como meterlo en un freezer, es bastante doloroso. Estoy disfrutando muchísimo esta nueva etapa de salir a tocar más seguido y de poder ir a todo tipo de lugares.
-¿Cómo ves tu evolución como cantante?
-Creo que estoy cantando mejor cada vez pero siempre es un proceso. Uno va descubriendo aquellas pequeñas virtudes y sus defectos y de alguna manera empieza a pulir su propio estilo.
-¿Y cómo definís tu estilo como guitarrista?
-Lo he ido encontrando dentro de mis limitaciones. Con el paso del tiempo fui descubriendo la manera de expresarme con mayor comodidad. De todos modos, siempre me esfuerzo en intentar mejorar cada día.
-¿En qué buscás inspiración para no repetirte?
-Uno siempre se enamora de su último trabajo pero creo que para mí el gran desafío es no repetirse. Ya son muchos años de hacer música, es difícil pero creo que más o menos lo voy sorteando. A la hora de componer todo influye. Los viajes para mí son muy inspiradores porque uno cambia la manera de escuchar cuando viaja. El sonido, las voces, la sonoridad del lenguaje, la música que suena en las calles, lo que uno lee, las experiencias. De alguna manera todo confluye en una canción.
-¿Qué principios conservás de tu etapa anterior?
-Hay cosas que me marcaron muy profundamente siendo muy joven y son cosas en las que sigo creyendo. Creo que la vida es una aventura, que vivimos en un estado de inconsciencia parecido al sueño y que es posible despertar. Creo en la posibilidad de una humanidad mejor y en la amistad.
-¿En eso se basa tu propósito como artista?
-Claro. Yo supongo que mi objeto es intentar encontrar el lugar donde uno pueda conciliar todas sus búsquedas, su necesidad, y poder volcarlas en un lenguaje que pueda, por un lado, servirme a mí para expresarme, y, por el otro, encontrar un reflejo o un punto en el otro en donde encontrarnos.
-¿Trabajás a diario buscando tu mejor canción?
-Creo que todos los intentos que uno hace es para tratar de encontrar aquellas cosas que se le escaparon de esa canción anterior.
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-¿Cuál es la importancia que le asignás a los Redondos?
-Los Redondos fueron una etapa muy importante para mí, fue un momento de un despertar de todos en una época muy oscura, difícil. Yo creo que era el más rebelde porque fui el que más impulsé para que nos convirtiésemos en una banda de rock. Eramos jóvenes desaforados sin ningún destino y fue empezar a desarrollar una historia juntos, haciendo nuestra propia producción, buscando encontrar nuestra manera de decir.
-No buscaban la gloria…
-¡Ni sabíamos lo que era! Para nosotros era una cuestión de vida, de exorcizarnos de todo el entorno que estaba muy oscuro. Finalmente se convirtió en un plan exitoso, cosa que ninguno de nosotros creía, y que terminó, para bien o para mal, comprometiendo un poco a toda la cultura de esa época.
-¿Cómo vivís las expectativas que se generan cada vez que surge el rumor de un reencuentro?
-Me asombra que sigan pensando que todavía es posible. Hay que entender que las cosas cambian: lo único constante es el cambio. Y querer que las cosas vuelvan a ser como antes me parece una necedad suprema. Yo creo que a esta altura es como creer en los Reyes Magos. Ya hace muchos años que nos hemos separado, cada uno tomó su camino y está haciendo lo que supone que es mejor para sí mismo.
-Pero más allá de que no fueran lo que fueron, ¿te gustaría poder volver a coincidir?
– Durante todo el tiempo que estuvimos juntos creo que dimos lo mejor de nosotros y si quedó alguna canción que todavía no compusimos, el tiempo dirá si esas coordenadas del destino nos volverán a juntar alguna vez.