El Indio Solari entergó el mejor disco del 2007: más simple que el anterior, se destaca por su potencia y lírica.
Autor: Blog Rock.com.ar, 6 de diciembre de 2007. Por Matías Peluffo

Con autoridad de emperador chino el Indio Solari vuelve a cautivar nuestros sentidos en cincuenta y cinco minutos de melodías sagradas. Sabemos que cada disco del artista es entendido como una fiesta pagana para cientos de miles de argentinos. Y para ellos este 2007 se consuma con un regalo generoso del máximo dios vivo del rock de acá: un disco fuerte, menos complicado que el debut («El Tesoro de los Inocentes», 2004) y con canciones igualmente memorables.
A primera oída «Porco Rex» confunde por su densidad aguda. Quizá por el espeso eco del bombo, la banda parece estar tocando en la bóveda de una caja fuerte. En general los discos nuevos de Solari, tanto en su carrera solista como en los Redondos, requieren una serie de escuchas para analizarlos. Y a medida que «Porco Rex» retumba en el ambiente resulta cada vez más difícil sacarlo de la compactera.
Y las letras… Solari no escribe versos sino más bien frases para ser marcadas a fuego en la piel: «Dios no está en los detalles de hoy», «con todos tus lindos dientes te vas a burlar», «si mi perra maúlla al soñar la consiento» (elegidas al azar). La garganta de Solari está intacta, a los 59 años el hombre se muestra capaz de subir octavas sin despeinarse (¡cuac!). Además, su voz transmite tanta omnipotencia que puede provocar pavor, locura o exaltación con apenas un susurro.
«Porco Rex» arranca con una base densa de hard rock de estadios donde el bombo de la batería marca el tiempo para cincuenta mil personas embadurnadas de pogo hasta las orejas. Pasan unos segundos, se escuchan ruiditos en stereo y cuando entran las guitarras descargan una fuerza fantasmal. La primer frase que se escucha es «No, no, ciego en la bruma/ bellamente sangra su nariz». El tema se llama «Pedía siempre temas en la radio» y describe a un «infeliz» con»mala señal» que «fue de los juguetones y es el pingüino más gil». O sea: otra canción en la que Solari le apunta a un hombre para arruinarlo con una descripción cínica (ver «Héroes del whisky», «Blues de la artillería» y más).
Le sigue «Ramas desnudas», canción que podremos escuchar mil quinientas veces antes que nos canse. Tiene tanta atmósfera que si se cierran los ojos durante la intro se puede ver una multitud arrodillada ante el oráculo. Musicalmente parece la segunda parte de «Scaramanzia»: mid tempo, batería electrónica, loops biomecánicos, guitarras con slide en segundo plano y panderetas secuenciadas. Su letra describe una relación de pareja dañina: «No fue bueno verte de nuevo/ no debió haber pasado nunca/ lo que mejor te sale es provocar». En el clímax del tema un teclado solea recreando el sonido de un bandoneón y después la canción vuelve a ganar intensidad hasta escurrirse lentamente.»Sopa de lágrimas (para el pibe delete)» es un hard rock oscurito, explosivo y con cierta ricota en el saxo procesado (Alejo von der Pahlen). El bajo de Marcelo Torres repiquetea con slap, hay unos arpegios estabilizadores y después todo se torna pesadumbre y desesperación a partir de una letra obsesiva y algo nostálgica.
«Te estás quedando sin balas de plata» nos lleva a una recámara donde los teclados conforman los barrotes de una jaula encantadora; es la más lenta del disco, una balada dark que sirve para tomarse un respiro y se ajusta notablemente al concepto de «canción de amor para dealers» que mencionó Solari para definir el contenido de «Porco Rex». «Tatuaje» eleva las palpitaciones, con una intro de contundencia similar a la «New Year’s Day» de U2. La canción habla de «un sitio donde yo no soy imposible», y en el estribillo el Indio demuestra la capacidad de unas prodigiosas cuerdas vocales que trepan octavas sin problemas. Hay un sólo de piano y después otro de guitarra donde se funde el final del track.
En «Porco Rex», un rock and roll con toques surfer, Solari nos habla de los ex Redondos y allí la letra parece marcar distancia con la posibilidad de reunir la banda. «Perdonen mi ocurriencia/ son mis modales así/ ya casi nunca atiendo/ disfruto de mi enfermedad» dice el estribillo antes de que llegue un solo de teclados y se diluya la canción. El siguiente es otro track con pulso lento y texturas siniestras, «Veneno paciente» se llama y transmite una sensación como de fobia social. Allí el Indio canta murmurando como un médium precolombino en una ceremonia bajo la luna llena. Es un tema que le dará marco de ritual a los conciertos de presentación de «Porco Rex», programados para principios del año que viene en La Plata. «Por qué será que no me quiere Dios» es un rock and rollazo festivo, con slap en el bajo y la letra trae esas ironías filosas típicas: «a un perro muerto con un palito molestás / qué precio tienen mis sueños vos ya sabés».
Después nos llega una sorprendente declaración de amor titulada «Y mientras tanto el sol se muere». Habla desde un punto de vista trágico, mezclando el éxtasis del amor con la sensación absoluta de la muerte. «Yo no se si pueda volver a encontrarte amor/ si Dios no me quiere en tu eternidad» dice perturbado el cantante en una composición ultra sensible. «Martinis y tafiroles» es otro rock alegre con teclados vivos en el que Solari parece hablarle al público sobre sus emociones cotidianas y menciona que «mis dados redondos tuercen mi chance» y no quiere «recuerdos lindos». Después llega «Flight 956», canción de amor enquilombado en la que el autor demuestra tener una visión cínica de sí mismo: en ella se describe como un hampón y asegura que «es difícil no ser injusto con vos». Por la contundencia sonora de las guitarras arpegiadas, la armonía épica y la sensación de despegue de la batería remite levemente a U2.
«Vuelo a Sydney» tiene un despliegue de sonidos tan amplios que parece una canción de David Bowie. Se destacan las baterías de Martín Carrizo y Hernán Herramberri, quienes además firman la «ingeniería» del álbum. En el puente la voz del Indio se afina hasta un punto extremo. La letra le habla a una persona que quiere vender «una fruta que no es buena» y los vientos convierten a la banda en una orquesta latina antes de terminar todo en un fade out. Finalmente, la característica épica del cierre se materializa en «Bebamos de las copas lindas», mucho más romántica que otros cierres de discos de Solari o Los Redondos. «Tuve una enfermedad malvada/ y esto no es más que un himno de amarguras mi amor» es la última frase que nos queda en los oídos.
El sonido de Porco Rex nos retrotrae por momentos a la época de «Ultimo bondi a Finisterre» (1998) y por otros a «Luzbelito» (1996). Si bien en la mayoría de la placa la banda de rock está en primer plano también hay momentos donde los arreglos electrónicos y de teclados, magistralmente aplicados, cubren la mayoría de las estructuras. El volumen de la voz en la mezcla final terminó unos puntos por encima de su disco anterior. Y no es que esté baja, sino que son pocas las veces en las que el Indio grita. En general susurra; uno no se lo imagina cantando a pecho hinchado, sino que es más fácil pensarlo sentado en un sillón con un whisky en la mano y con un micrófono frente a su nariz.
Las guitarras presentan un trabajo complejo y bien complementado. Baltasar Comotto (soleos angelicales) y Gaspar Benegas (bases distorsionadas y riffs) llenan de vida a los temas sin parecerse en casi nada a Skay Beilinson. Parecería que los violeros de Los Fundamentalistas son más virtuosos que Beilinson, claro que el ex Redondos tiene un pulso mucho más directo y popular. La diferencia de calidad radica en que estos son sesionistas y la otra es más bien una banda de amigos. Además, en «Porco Rex» las guitarras parecen estar puestas para marcar texturas y no para generar coritos en los recitales. Y con lo que sí puede haber puntos en común es con esos movimientos robóticos que tienen las violas de Bowie.
El nuevo disco del Indio Solari y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado es un eficaz conjunto de canciones implacables y conmovedoras. Se trata de una placa racionalista, ordenada y prolija, más arquitectónica que descriptiva a nivel melódico. No se puede hablar de un progreso visible, sino que parecería que el sentido estuvo orientado a «achicar» lo que se había visto de Los Fundamentalistas en «El Tesoro de los Inocentes». De hecho, tampoco hay acá palabras en spanglish y casi ninguna inventada (apenas un «traviezonzo»), marcando la idea de simplificación palpable también en la lírica.
Este 2007 no nos dejó nada mejor que «Porco Rex» para el arbolito de Navidad. Ricoteros del mundo, levantad la copa y brindad!! Hay motivos.