Se refiere a «La marca de Caín», su tercer disco solista. Asegura sentir malestar cuando le piden «un parte sobre Los Redondos». «No me interesa reunir al grupo», expresa.
Autor: La Voz del interior, 23 de julio de 2007. Por Por Germán Arrascaeta

Skay está feliz. Esta frase en tiempo presente se corresponde con lo que sucede en el lobby de un hotel cuatro estrellas del centro. Hay un café de por medio, tiempo disponible para hablar de lo que sea y un disco recién editado que genera la sensación del deber cumplido. Se llama, el disco, La marca de Caín y tiene una fundamentación que el ex Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota desarrollará más adelante. Afuera, en tanto, hace un día hermoso. Y nadie maldice por ello.
Los modos de Skay son tan amables, que no conviene empezar la entrevista sin preámbulos. De ser así, se rompería ese hechizo del que se valen las charlas sobre música, plenas de asociaciones libres y sentencias que se creen categóricas aunque son siempre discutibles. En primer lugar, responde con una sonrisa ante un «felicitaciones por el disco» para luego acordar que «está bueno eso de no hacerlos con una duración superior a los 40 minutos».
Está bueno, adhiere, porque los pibes tienen menos tiempo para desmenuzar una obra sonora, dadas la fragmentación que proponen las nuevas tecnologías y la amplia oferta de productos que, aun cuando uno no se lo proponga, son competidores.
La entelequia «los pibes» condiciona en tiempos de rock «enfocado». Pero en este caso, siempre se intenta aclarar que la intención del mensaje está por encima de todo.
La marca de Caín dura 36 minutos, en los que se respira una diversidad que no llega a neutralizar ese estilo tan distintivo de este instrumentista y ahora cantante de 55 años. «Cada tema me propone un juego diferente, así que no me ato a un esquema fijo», dice sobre el disco que en el packaging reproduce el pasaje bíblico «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?».
«No hago referencia a mi hermano, puntualmente», aclara el protagonista de varias leyendas con el Mayo francés como telón de fondo, hacia donde fue arrastrado por su hermano, precisamente. «A lo largo de la historia se impuso la imagen de los dos hermanos: Rómulo y Remo, Cástor y Póllux. En varias culturas se plantea el conflicto entre hermanos. No está referido a mi hermano físico, sino al mismo Caín y Abel que viven en mí. El hermano, en definitiva, es como el prójimo. ‘¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?’. Eso nos acerca una puerta para conciliar dos mundos. Es aceptar que el otro también tiene que existir. Es una manera de aceptar esta condena que llevamos a cuestas», explica.
–¿Condena?
–Considero que Caín y Abel son dos aspectos de lo humano. A Caín le toca lidiar con el mundo y Abel puede conectarse con lo más sutil, lo más espiritual. En cada una de nuestras elecciones, actitudes, se repite esta tensión, el mismo drama. A los relatos bíblicos los entiendo como simbólicos. Con Caín, además, nace la civilización. Él funda la primera ciudad, y de su descendencia nace Tubal Caín, que es el padre de todos los artesanos, y Yubal, el de todos los músicos.
Dame una palabra. El espectro místico de Skay se completa con la Diosa Kali. Es que el músico tomó ese nombre propio para llamar a su banda: Los Seguidores de la Diosa Kali. A la hora de hacer letras, tanto vaivén conceptual debe resultar complejo para alguien que siempre las delegó en un socio histórico. Y mucho más para quien trabajó con un espía perfecto como Carlos «Indio» Solari.
–¿Cómo trabajás las letras?
–Una vez que están la música y las melodías, lo primero que aparece es una palabra. Después, a partir de ella intento conformar una frase y ver qué sonoridad tiene. Y es esa frase lo que me sugiere el tema de la canción. Este primer proceso es más «del corazón». Luego se viene la cosa más laboriosa. Se viene eso de empezar a trabajar cosas más elaboradas, que dejan de lado el instinto. Cosas más intelectuales, si querés. Una vez que creo conseguir algo, lo abandono. Si el tiempo pasa, la escucho y la tolero, entonces sirve.
–¿Te moviliza algún letrista de acá? Además de Solari, claro.
–Me cuesta escuchar sobre qué se está expresando. Primero me llega la música como un todo. Pensé que esa era una sensación personal, pero me encontré con muchos a los que les pasa lo mismo. ¿Letristas? Todos han tenido grandes momentos. García ha tenido grandes momentos. Fito, también. Spinetta brilla en su registro. Pero no puedo establecer un juicio responsable. Calamaro tiene buenas letras… En fin, me gusta que me sugieran antes que me digan cómo es tal cosa.
–En Los Redondos nadie debía interferir en la expresión. ¿Por qué mantener esa actitud?
–Que otro tenga poder de decisión sobre la expresión me quita la posibilidad de jugar a mí. Es importante, eso sí, encontrar un buen equipo para laburar. Y en esta oportunidad apareció Joaquín Rosson, que figura en los créditos como coproductor. Si uno llama a un productor, es porque quiere delegarle responsabilidades. Tengo una impresión sobre el destino, pero las ideas que se van materializando suelen ser más reveladoras que el fin último que suponía. Es como ese dicho «no importa la meta sino lo que vas encontrando en el camino». Disfruto de esa parte del proceso, que es personal.
–»Canción de cuna» es un blues casi rural. ¿Acaso sos un purista?
–Soy un enamorado del blues. A eso de ser purista hay gente que lo hace muy bien. Mi acercamiento se da con mis propias limitaciones.
–Eso es falsa modestia, Skay.
–(Risas) Quiero decir: al lado de los grandes bluseros soy un nene de pecho, pero concedo que me sale digno.
–En «Los caminos del viento» decís ser un rayo que anticipa lo que vendrá. ¿Tanto te interesa el futuro?
–Basta con ver lo que pasa en el planeta y corroborar que hay pocas señales alentadoras. Es un poco sombrío. Me sigo preguntando cómo es que la especie humana es tan estúpida.
–Siempre planteás que el cambio empieza por uno. ¿No es estéril ese discurso?
–No encuentro otra manera. Si pretendemos que cambie el entorno sin que nosotros hagamos nada, eso es remover en la olla la misma mierda. La única manera de empezar un cambio es haciéndonos cargo de nuestras contradicciones y comprometer a seres cercanos para que tengan una actitud similar.
–La victoria de Macri, la candidatura de Cristina, las próximas elecciones. ¿Sos carne de noticiero?
–Con la política tengo pocas esperanzas porque juega con el miedo. No deposito mis expectativas allí, si no en las ONG. Desde allí se puede cambiar.
Nada más queda
Skay admite que el Katrina de retornos que se manifiesta en el rock lo obliga a oficializar la «nada de nada» que hay en torno al regreso de Los Redondos, cuyo último show fue en Córdoba y data de agosto de 2001. «Me rompe las pelotas tener que dar partes oficiales. Sobre todo porque ya pasaron seis años. No tengo interés en juntar al grupo. Y el Indio tampoco, según parece», refunfuña.
«Y está la reunión de Soda –agrega–, que desató una espiral de especulaciones. Soda siempre me pareció una muy buena banda, aunque me gusta mucho más lo que está haciendo Cerati ahora. Con la nostalgia no me llevo bien…».