El ex-baterista de Patricio Rey tiene un grupo nuevo y una historia grossa para contar.
Revista LA MANO. Junio de 2006. Por Christian Vitale

LA PAREJA DESTILA AÑOS DE CULTURA ROCK. Ella se llama Haydée, toca el bajo, calza jeans ajustados y habla con naturalidad de Hendrix, Prodan o Cream. El es Juan, pero le dicen Piojo. Tiene el pelo largo y cultiva un poco disimulado argot setentoide. Se conocieron en 1969 en un bar de Haedo, donde nacía el agite. Eran dos hippies de dieciséis años y decidieron casarse. Ella recuerda las improvisaciones del primer Manal en Estudiantil Porteño. El, que una vez le pidió los palitos de la batería a Javier Martínez. «En Ramos estaba Divagario, un lugar para divagar y zapar. Caía la cana y era bajar con DNI en mano y dejar el baño lleno de porquerías. Al que veían de barba y pelo largo, le decían Pappo. Todos éramos Pappo», traza como polaroid de época.
Hoy rondan los cincuenta largos. Pero insisten. Tienen el trío La Banda del Piojo, y el tercero en cuestión, Ciro Di Paolo -guitarrista y cantante-Ios admira: «Juntarse a hablar con ellos es tan lindo como tocar». ¿Hablar de qué? Simple: cuando Ciro tenía diez años, se compró el primer cassette de su vida. Se llamaba Gulp! y en la lámina figuraba el Piojo. «Cuando lo conocí fue una revelación, ¡era el baterista de Gulp, loco!», dispara con entusiasmo permanente. Piojo lo mira y sonríe. Haber tocado con Los Redondos fue el decantar de su historia rocker. «Antes de entrar -se larga- intentaron un acercamiento. Era 1978 y necesitaban un baterista. Los escuché, no me gustaron y me fui».
Pero al final terminaste con ellos. ¿Cómo fue?
Pasaron cuatro años y me llamó Poly. Vino Skay a casa con un Falcon Rural, cargamos mi batería gigante y fuimos hasta la sala. Ensayamos y el Indio me aprobó. Debuté el 8 de julio de 1983 en el Bambalinas, que estaba a pleno y se venía abajo. Irrepetible. Algo anormal.
La transición entre el under y las grandes ligas
… Sí. Me sorprendieron los monólogos de Symms, porque se salía de la dictadura y se metía con Alfonsín y todos. Yo tenía miedo, pero la gente aplaudía a rabiar. También estaban las chicas que cantaban blues, y a veces Alfredo Rosso disfrazado de oso. Fuimos los primeros en tocar en Cemento, cuando era de cemento en serio. Chorreaba agua de las paredes recién revocadas. Eramos la banda de inauguración de boliches: Látex, La Esquina del Sol… con esos shows se juntó plata para Gulp!
Piojo permaneció hasta poco después de Oktubre. Luego detonaron los problemas.
«Un día los encaré y les hice un pedido que no fue contemplado. Decidí irme sin pensar lo que estaba perdiendo-pero convencido por no tener una respuesta sobre no recibir guita de los discos, algo que habíamos producido todos. Me fui, después Tito y detrás Willy. El problema llegó cuando aparecieron el dinero, la venta de discos y la autoría. Hasta ahí, todos participábamos de los arreglos, algo que no fue reconocido. Encima te pedían exclusividad, se rayaban si tocabas con otro».
Piojo trocó el desenfreno redondo por experiencias más subte. Hizo un Obras y dos Cementos con Sumo para Llegando los monos. Después, puso una casa de instrumentos con Ricardo Molió, su amigo de toda la vida, organizó las recordadas fiestas Frankie Pig y siguió curtiendo rock con Haydée. Con ella al bajo, armó una banda rodante que a veces llamó Spaghetti, otras Polvo de Estrellas y ahora, con disco editado, definió su nombre. En la lámina interna del EP, la conjunción de títulos sugiere un broche a esta breve historia: «Todo lo que viene detrás se va derrumbando». Y Piojo, ata el moño. «Mi pasado redondo me premia y me condena».