Histórico recital de Skay Beilinson en el Cosquín Rock, ante una multitud.
Autor: Diario La Nación, 3 de febrero de 2006. Por Daniel Amiano.

Es cierto que la participación de Skay Beilinson en la apertura del Festival Cosquín Rock, la semana última, fue una noticia inmediata, básicamente, porque la historia dice que los Redondos no formaban parte de ese tipo de realizaciones. De hecho, la única excepción fue el festival que quiso ayudar a la revista Pan Caliente, en 1982. Por supuesto, mucho se habló de la gran actuación del grupo (quizás el más contundente de la actualidad) ante varios miles de chicos que llegaron a San Roque. Es cierto que esos miles quedaron con la boca abierta: muchos, todavía, no lo habían visto como frontman: «Es el alma de los Redondos», dijo alguno de los chicos, hipnotizado, esa noche.
Pero hay algunas cuestiones más para analizar. La más inmediata: su presencia le dio prestigio al festival. ¿Por qué? No se trata sólo de que la banda suena como pocas en nuestro medio. Ni tampoco de que Skay tiene esa mágica forma de deslizarse sobre las seis cuerdas (la guitarra resulta ser una extensión de su cuerpo). O que en su etapa solista compuso canciones hermosamente conmovedoras. O que sus versiones de clásicos ricoteros tienen una vuelta de tuerca más, que los hace más profundos. Se trata de que todo eso sucede a la vez.
No se trata sólo de medir el éxito o los aplausos. La banda de Skay suena diferente. Y, sabemos, el listado de los festivales es más o menos el mismo en Obras, Gesell o Cosquín, sólo que en este último estuvo el guitarrista en el día gratuito (si tenías una entrada para cualquiera de los otros días) y en una fecha en la que sí vale la pena detenerse.
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Más allá del buen show, es necesario destacar cómo se pensó esa jornada, porque no se trató de un día más en cualquier festival, sino de «el» día especial. ¿Cuál fue la razón? La fecha fue diseñada como en otros tiempos proponía la revista Expreso imaginario. Vale decir: expresiones diversas que coinciden en la cultura rock.
Por un lado, la música, con el jujeño Ricardo Vilca (folklore andino con detalles de música de cámara), Xeito Novo (música celta) y Dancing Mood (ritmos jamaiquinos), encargados de dejar explícito que es posible la diversidad; toda una sorpresa para los conceptos que se manejan en este tipo de eventos, en los que uno sabe que si va tal fecha todo va a sonar extremadamente parecido.
Por otro lado, las charlas: Rocambole expuso algunas de sus obras y habló del arte en los discos; Christian Aldana y Diego Boris, representantes de la Unión de Músicos Independientes (UMI, que hoy cuenta con más de mil asociados), hablaron de la edición independiente; Claudio Kleiman presentó el libro «De Ushuaia a la Quiaca», la impresionante obra de León Gieco, y Alfredo Rosso realizó un ilustre recorrido por la historia del rock.
Todo cerró, claro, con la impecable actuación de Skay, pero lo que sucedió durante las horas previas fue una apuesta elocuente: enriquecer a una multitud. Una apuesta que hizo del rock un movimiento cultural decisivo para las últimas generaciones. Una demostración de que se pueden correr riesgos. Y de que vale la pena hacerlo.