Algunos sólo lo reconocen como el bajista de Los Redondos, pero detrás de eso existe un artista íntegro y variado. Mientras dirige cuatro muestras hasta fin de mes, recalca sus diferencias con el Indio y con Skay.
Autor: Diario Clarín, 8 de abril de 2005. Por Juan I. Provéndola

Para muchos era simplemente «ese pelilargo de chivita que tocaba en Los Redondos». Pero cuando se despidió de la melena, la barba y la banda (y del barrio de toda la vida), Semilla Bucciarelli demostró ser mucho más que eso. El divorcio ricotero vino aparejado de muchas confusiones, no sólo por el prolongado silencio del Indio y el debut solista de Skay, sino también debido a las (inesperadas) apariciones públicas del bajista como animador digital de Divididos y como expositor de sus propias pinturas. Es que «las bandas» desconocían el carácter poliartístico de Semilla, quien exhibe sus obras hasta fin de mes simultáneamente en el C. C. Recoleta, la Quinta Trabucco (Vicente López), y las Universidades de Lanús y La Matanza.
«Empecé con la pintura y con la música al mismo tiempo: dibujaba con el hijo de una vecina, pero también estaban los instrumentos porque un hermano de ella tenía una banda de rock», dice.
En tercer año del secundario logró que su mamá lo autorice a dejar el colegio para entrar en Bellas Artes. Pero desistió ni bien consiguió el permiso. ¿El motivo? «Toda la gente que conocí de Bellas Artes aprendía mucha técnica, pero medio que les cortaban la imaginación».
Fue el trabajo lo que lo terció en favor de la música, cuando entró en una empresa de sonido top de la época y se codeó con Charly y Spinetta. Lo demás fue historia conocida: se convirtió en aquel pelilargo de chivita que tocaba el bajo en Los Redondos.
—¿Por qué nunca pudiste tocar y pintar en simultáneo?
—Siempre pinté, aunque nunca hice exposiciones cuando estaba con Los Redondos. Ellos sabían eso, así que para Lobo suelto, cordero atado me propusieron hacer la gráfica. Acepté, pero me demoré tanto en hacerlo que un día tuvieron que meterse en mi casa y sacarme las cosas de golpe para publicarlas. El resultado final nunca me gustó, pero ellos tampoco jamás volvieron a pedirme nada (risas).
—¿Aprovechás este tiempo libre para estudiar más?
—La única vez que tomé clases fue para aprender a usar el aerógrafo. Con la música pasó lo mismo: estudié acordeón con el Chango Spasiuk. Pero no podía seguir el ritmo de la teoría y el solfeo, así que me puse a sacar cosas por mi cuenta.
—Tras la separación, había calma con Skay hablando alegóricamente de Patricio Rey y con el Indio diciendo que comprendía la ansiedad popular. Hasta que vos destapaste la olla…
—A mí no me cabe esconder las cosas. ¿Voy a decir que está todo bien? Sería un verso, si terminó todo para el orto. Me da vergüenza leer las notas, porque se quieren adueñar de algo que en realidad le corresponde al público. Si Patricio Rey tuviera piernas, los cagaría a patadas en el culo.