Ven a mi casa suburbana 

Carlos Solari está contento, como si se sintiera libre para mostrar todo su abanico creativo y como si por fin hubiera hecho las paces con el personaje del Indio. Su disco -El Tesoro de los Inocentes- muestra una nueva dimensión para viejas obsesiones.

Autor: Anuario Revista La Mano #9, diciembre de 2004. Por Alfredo Rosso, Marcelo Fernández Bitar y Pipo Lernoud

Los perros ya no ladran y estan a buen resguardo, tranquera de por medio. Sólo un leve gruñido protestón despide a la comitiva que invade los aposentos de su amo. ¿Qué pensarán las bestias de ese súbito enjambre de curiosos que en los últimos días ha quebrado la modorra pastoril del apartado barrio del Oeste, entrando y saliendo con sus libretas, grabadores y preguntas? En la planta baja, las consolas del estudio duermen su sueño diurno; sólo alguna caja anvil que quedó en el camino o algún cable viboreando en el parquet, atado a nada, delatan actividad reciente. La cita, sin embargo, es en el primer piso, donde el Indio tiene su sancto-sanctorum. El sol, que ya viene filoso en este final de noviembre, se filtra desde el jardín por la persiana americana, pero el calor es detenido por un fundamentalista del aire acondicionado. Al lado, una mesita sostiene selecciones caseras de CDs y mini-discs de pop, rock y electrónica, armadas de acuerdo a estímulos o estados de ánimo. En la mesa ratona hay un termo de café pesado ¡lleno! y medialunas. Nuestro plan de cobertura periodística cubre audición in situ de El tesoro de los inocentes y una conversación sin límite aparente con el artífice del álbum más esperado del 2004. El Indio no se hace esperar. Usa ropas claras y cómodas. Se lo ve en un envidiable estado físico, con un semblante mucho más relajado que los últimos retratos ricoteros. A pesar de que somos casi una patota, es al Indio a quien las palabras le fluyen naturalmente, mientras empieza a destejer la madeja del álbum.

Todo el mundo te imaginaba solo, encerrado con máquinas y locura, armando un mundo propio…
De algún modo es verdad. Estaba haciendo una cosa tipo The Residents mezclado con Prodigy, pero descubrí que no quería cortar con mi pasado, y lo dejé para la música incidental de un proyecto de animación. Pero sigo trabajando básicamente con máquinas: hago todo con samplers, sintetizadores y teclados. Cuando tuve la maqueta del disco lista, llamé a los músicos, y después de que grabaron los roles que estaban en las maquetas, les hice disparar un par de pistas improvisadas. No conocían el material y no les adelanté nada, pero a partir de las improvisaciones, hicimos lo que quisimos, cortando y pegando. El disco tiene mucha edición. Es como un rompecabezas.

¿Cómo te sentís ahora que no tenes el paraguas de los Redondos?
Yo sigo haciendo lo mismo. Siempre he actuado en primera persona. Skay es un excelente músico, un tipo intelectualmente muy rico, y Poly hacía muy bien las cosas que odio, como organizar los detalles de la producción. Contando los dos últimos de los Redondos, este es el tercer álbum que estoy produciendo desde mi estudio.

¿Cómo era antes?
Durante muchos años, la banda prácticamente acompañaba las canciones. No hacíamos arreglos, entre otras cosas, porque no teníamos grabadores para pasar los temas y hacerles arreglos encima. ¡Yo empecé componiendo con dos radiograbadores y un balde de plástico! Grababa ‘primero un teclado en uno, y después le sumaba la guitarra criolla en el otro. Con los Redondos luego aprovechamos el uno a uno, yendo a producir los discos al primer mundo, con los mejores productores e ingenieros, pero ahora tengo un estudio en casa. Hoy, cualquiera que tenga un bílletito puede comprar una grabadora digital. Quisiera que los pibes no tengan tirria de las máquinas, porque son lo que les va apermitir ser independientes. Sólo hay que aprender las gramáticas de la ingeniería de sonido y de la composición. A eso me dedico, porque es lo que me gusta y lo que me hace bien, aunque ahora tengo ganas de tener una banda. No quiero más esto de estar tres meses haciendo maquetas a solas. Tengo ganas de tararear un ritmo a los músicos y que nos larguemos a tocar e ir componiendo encima. Lo que más extraño de la etapa anterior es la relación con tipos que son inteligentes y creativos. Los Redondos nunca fuimos grandes músicos; fuimos freaks que tocaban e iban aprendiendo sobre la marcha.

¿Cómo tiene que ser esa banda?
Yo soy un loco que hace música, y lo que me interesa es llevarme bien con la banda, porque tenemos que estar muchas horas haciendo esto juntos. Si tocan bien, mejor. Lo ideal sería un grupo de amigos que se tocan todo. Quizas ahora estoy en condiciones de hacer una selección de gente con la cual me lleve bien y que se toquen todo. Encontrar un grupo es lo más difícil.

LA ULTIMA BELLA JUVENTUD

Hay una pausa, ruido de pocillos, olor a café y el rock expansivo del tema Nike es la cultura, que invade el cuarto con guitarras filosas. La letra dibuja un mental-clip de carteles luminosos escritos en el esperanto de los logos. La goma de la zapatilla y la de las balas represoras son hermanas. Una ayuda a correr y la otra a frenar la carrera. Pero hay una sorpresa: el relator se ubica en otra generación que la del protagonista y hasta intuye una indiferencia social, hecha de adolescencia y afán de consumo: «Operarios con salarios de miseria, dirás ¿qué me importa eso? tengo trece o quince años… las Jordan’s son para mí». El diálogo flota hacia la brecha generacional.

Joni Mítchell dice que la vida del rock se siente rara después de los cincuenta, porque es un medio obsesionado con la juventud, mientras que en su otra actividad artística -la pintura- es la edad en que apenas se está madurando. ¿Cómo te sentís frente a ese síndrome Peter Pan del rock?
El otra día se me llenaron los ojos de lágrimas hablando de mis coetáneos, porque, independientemente de los motivos que nos hacían porfiarle al poder establecido, ya sea los jóvenes que se levantaron en armas o los que hicimos experiencias no ordinarias para ampliar el campo de la conciencia, todos tuvimos víctimas. Demencias y muertes de un lado, y crímenes polítícos del otro. Y el simple hecho del envejecimiento de las ideologías no nos permite recuperar imágenes tentadoras y hasta tutoriales para las nuevas generaciones, como el entusiasmo vital que uno tiene que tener por un ideal. No estoy hablando de ideologías; estoy hablando de ideales, de estar motorizados por algo… Para mí, toda esa juventud fue la última bella juventud que hubo, y el compromiso vital de ir a pelear por un mundo que no les gustaba es una cosa que no sucede más. Cuando el tema dice «Vos gritas ‘No Logo’ o gritas ‘No Logo… no», lo que interesa es la sinceridad y la calidad espiritual del reclamo. No me interesa tanto de qué manera está forjado tu pensamiento, sino la calidad de tu ser que quiere rechazar todo aquello que está por debajo de la condición humana. Y eso, desgraciadamente, está perdiéndose.

En el libro 1984 de George Orwell, el torturador del gobierno le decia al antihéroe disidente: «Te vaciaremos de todo y te llenaremos de nosotros». Y al predicador rebelde que arenga a los televidentes contra la venta del país en Network, poder que mata, los ejecutivos del canal le dicen: «Entérese, ya no existen naciones, sólo corporaciones». ¿Qué pasa, entonces, con los movimientos anti-globalización y las ONG?
Creo que estamos al final de una etapa imperial, y que en consecuencia hay un poco más de liviandad con respecto a esos movimientos. Pero no sé qué va a pasar cuando a las grandes corporaciones les convenga traducir sus capitales a otros productos y esas banderas ecológicas y sociales se vuelvan productos, como pasó con el rock. Porque el rock fue la música de fondo de una rebelión mucho más rica que el género rock and roll, y nada indica que la música no se vuelva definitivamente un producto de entretenimiento puramente vendible. Este imperio nos invadió a todos con la transculturalización, porque todos tomamos lo que pasaba en la capital del imperio y generamos la cultura rock en todo el globo. Pero esos movimientos suceden porque el Dueño de la Vida esta decayendo y el imperio está llegando a su fin. Se están agotando las razones que hacen a este imperio. Habría que ver qué poder tienen todos estos movimientos cuando las grandes corporaciones vuelquen sus capitales a las nuevas tecnologías y aparezca una nueva cultura; ver si realmente lo que prospera es esto, o son apenas permisos que nos dan para calmar el ansia del planeta.

Al ser padre hace bastante poco, ¿caíste en el cliché de preguntarte en qué mundo va a vivir tu hijo?
Cuando sos padre de grande, quiere decir que hasta ese momento no estuviste seguro de tener chicos. Vivo permanentemente pensando, como los viejos hippies, de qué manera formar a mi hijo, y te entra la duda cuando ves que el vecino le enseña a tirar con una pistola y vos le enseñas conceptos de amor universal.

VIOLENCIA ES MENTIR 

La sensación de escuchar un disco con el artista presente es extraña. Las reglas de etiqueta impiden pedir la repetición exhaustiva de un tema, por lo que hay que aguzar la concentración. El Indio está descontracturado y receptivo, baja la guardia, y la charla fluye. El álbum también transcurre, y su marea de electro-rock quemante no da tregua. Es muy temprano para decantar las capas de significados de las letras, pero remontando este Yang-tse sensorial de El tesoro de los inocentes nos topamos con varios personajes familiares a la jungla cosmogónica del Indio, de curiosa correspondencia tanguero-fellinesca. Gente que esconde el barro de sus orígenes para vestir el barniz de algún disfraz mediático, juega a la comedia chulo-gato en algún putidub, adopta alias y títulos nobiliarios sólo reconocidos por sus tribus y anestesia la angustia de vivir en algún agujero urbano ó paraíso tropical. Al final del río de Bingo fuel, sin embargo, aguarda el alter ego del coronel Kurtz, la Vieja Cosechera, en un tema sin filetear, La muerte y yo («Me he puesto grande, ya ves, sólo le pido a la vida que no me duela, y no estar aquí si cae más mierda del cielo» ). Dos temas después viene Pabellón séptimo, otra fotografía del país que queremos barrer bajo el felpudo, basado en una tragedia ocurrida en la cárcel de Devoto.

¿Qué es esto de pensar en la muerte o en el más allá?
No tengo una religión en especial y no he tenido revelaciones que me hagan creer que cuando muera voy a ir a algún tipo de paraíso. Cuando este velador Carlitos Solari se apague, creo que se apaga y chau. Entonces necesito justificar mi vida aquí, ser honesto y leal acá. Todas las cosas que me gustan, las que elegí como tutores de mi vida, quiero que me pasen acá, para que mi vida tenga un valor. No se trata de si vivo bien o no. Si hay dinero, bienvenido sea y lo disfruto y utilizo para hacer mis cosas, pero m¡ máxima ambición no es ésa. Es sentir cierta gratificación en el momento en que me tenga que apagar, y eso no tiene precio. Poder relacionarme con afectividad y cariño, poder emocionarme con alguien por descubrir su calidad de ser, y no por sus aptitudes o destrezas.

Cuando el país vivía la década menemista, decías que no podías bajarle línea a los pibes por la violencia en los recitales, porque la vida que vivían era totalmente «desangelada». ¡Y eso era algo que todavía no se notaba, no era la marginación que todos vemos hoy!
Lo que demuestran todas las estadísticas del mundo es que el índice de delincuencia es más bajo en aquellas sociedades donde el derrame del producto bruto interno llega a los de más abajo y se reparte en la sociedad. La pauperización de la educación y de la cultura tienen una inercia igual que la ecológica: son dramas que se van a volver cada vez más graves. Es una tarea de todos y es donde hay que poner el acento, y no en los batallones de la muerte y la mano dura y todas esas mierdas que ya sabemos en qué resultan. Está claro que los chicos no nacen malos, pero se degradan si saben que el viejo está sin laburo hace diez años, que el hermano mayor dejó de hacer changas y se afanó una moto y ya le gustó… Lo difícil es volverlos a otro tipo de cultura. Es igual que la corrupción: cuando es estructural y ya no afana sólo el político, sino que la gente se lleva las resmas de papel de la oficina y todo el mundo chorea porque ése es el modelo. Desgraciadamente, toda la sociedad en este momento está aterrorizada y no propicia el reclamo de decir: «Bueno, repartamos un poco mejor la torta que eso va a bajar el nivel de delincuencia».

Y la sociedad no quiere hablar de las chicas que empiezan a tener hijos a los catorce, ni de las familias pobres con diez hijos porque el aborto y la educación se­xual están prohibidos…
¡Y lo que pasa en las cárceles! Borges dijo que se puede hacer cualquier cosa con un caníbal, menos comérselo. ¡No podes combatir el canibalismo con canibalismo! El estado no puede cometer las mismas tropelías que alguien que está «descarriado». He visitado bastantes cárceles, para visitar presos políticos o comunes, porque tengo amigos en el cielo y también los tengo en el infierno, y si hay un horror que debería ofendernos es la vida en las cárceles.

Todo lo que se les ocurre es bajar la edad de imputabilidad…
Sí, como si hubiesen nacido en vano y entonces hay que extirparlos de la sociedad. Lo mismo se puede decir de los loqueros y todos esos lugares que están olvidados porque no ameritan la preocupación social. Y eso me ofende.

En las letras se ven muchas imágenes relacionadas con el consumo, como masturburguer y Nike, y por otro lado hay bastantes referencias escatológicas.
¡A uno se le hace difícil explicar…! Me río cuando dicen que mis letras son crípticas, porque me parece una ridiculez. El arte es simbólico, una representación de la belleza, o de lo que carajo fuera. Por eso funciona proféticamente, como un oráculo al que diferentes personas le preguntan lo mismo, y su respuesta significa una cosa distinta para cada uno. Prefiero no explicar mis motivos, porque le quita enigma, y la poesía tiene que obrar por sugestión y no por definición. Hay letras de García o de Fito donde sentís que hay un fuego detrás, y que no son sólo palabras para cantar lindo, sino para decir cosas. ¡No es sopa hacer letras en castellano! Para mí, es oficio puro, y me cuesta mucho.

Es difícil hacer letras de rock en castellano.
El genero rock and roll me embola. Me gusta lo que pasó alrededor, todo lo que se le agregó a ese latido animal, y eso es lo que está vivo y va modificándose y sigue siendo atractivo. Siempre pasa que «esto ya lo escuché», como todo lo que venden las revistas inglesas y los nuevos movimientos que nacen cada diez minutos, como el rock de garage… ¡ya lo es­cuchamos un montón de veces! Nada de eso nos provoca la misma conmoción que Sargeant Pepper o Pet sounds, esa cosa que estaba, por primera vez en la historia de la humanidad, representando la condición de los jóvenes a quienes no les gustaba el mundo como estaba, y fueron a escarbar en los tachos de basura de la sociedad y se encontraron con Burroughs, los poetas malditos y aviva giles que los despertaron a otras realidades. Eso fue lo rico de la cultura rock que a mí me interesó.

Si el monopolio informativo crea una versión de la realidad para nuestro consumo, ¿cuál puede ser la estrategia para salir de eso?
Una estrategia es conseguir socios, como lo que hacen ustedes con la revista. Yo me veo como un francotirador. Tengo una selección de gente que tiene atributos que califico de importantes para mi vida, como la lealtad y la honestidad. Cuando uno se transforma en una especie de monstruo, es muy difícil hacer amistades nuevas, porque la gente prefiere que vos seas ese muñeco, y se acercan a vos buscando eso y no quien sos en realidad. No quieren que seas menos que el monstruo creado por la necesidad de miles. La gente, gracias a Dios, eligió lo que yo hacía y me permitió tener una vida que me permite cumplir el rol de francotirador independiente. Eso también es importante. Siempre estuve a favor del artista con capacidad de sustento propio, porque el artista pobre es muy fácil de comprar. Cuando alguien te financia, siempre te la pone un poquito. Los Redondos tuvieron una cosa extrañísima: ser una banda al mismo tiempo de culto y masiva, sin el apoyo de ninguna corporación. Y cuando se suponía que no podíamos ir más allá de Cemento, terminamos siendo la banda argentina que más entradas pagas vendió en la historia, con dos River. No me puedo adjudicar la comprensión de la causa de todo eso. Si hay alguien que ignora los mecanismos del éxito de los Redondos, soy yo.

¿Extrañas el escenario?
Extraño estar en el escenario, pero no extraño para nada todo lo que rodea a la preparación del show, que es agotador. Una vez que la banda empezó a sonar, el público está allí y la música pasa a través tuyo sin necesidad de pensar, ese momento es el mejor de mi vida.

¿Es cierto que están escribiendo tu biografía?
Sí, ¡pero mi vida no es atractiva para que alguien la cuente! A excepción de los años de locura que tienen que ver con mi punto de vista sobre la cultura rock, el resto no es interesante. Viví una infancia feliz, mis viejos no se separaron, y encima hace años que dejé la bohemia porque me aburrí de las noches de divague que se transforman en un chusmerío, y las borracheras que se empiezan a poner repetitivas. Tampoco ando demoliendo hoteles ni haciendo locuras. ¡Mi vida es lo más aburrido que hay para novelar! Un tipo que se levanta temprano, escribe, tiene una familia, está rodeado de un grupo de amigos y colaboradores… no hay mucho para contar. Yo mismo no sé cómo mierda pasó todo lo que me pasó. Lo interesante de mi vida, en todo caso, son mis canciones. Lo único real y que para mí es incontestable, es que hoy tengo catorce canciones nuevas listas para el mundo. Nada más y nada menos.


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