Tranquilo y maduro. Desde ese estado ideal, Skay Beilinson asumió la responsabilidad de manejar los destinos de la patria ricotera, una comunidad que quedó huérfana desde que Patricio Rey les permitió a sus Redonditos de Ricota tomarse un largo período sabático. Mientras el Indio Solari, la otra mitad musical del grupo más grande del rock argentino de todos los tiempos se prepara para presentar su disco debut, Skay ya tiene casi listo el segundo capítulo de una travesía heroica que comenzó hace dos años.
Autor: Revista Los Irockuptibles número 80, junio de 2004. Por Oscar Jalil y Nicolás Miguelez

Encuentro exclusivo en su bunker de Palermo.
Con un auspicioso debut solista adentro – A través del mar de los Sargazos, 2002 -, su sucesor a punto del salir horno, y de regreso a los teatros como en los comienzos de los Redondos, el capitan Skay Beilinson experimentó los efectos de un destino circular, volvió a cantar, volvió a reconocer que buena parte de la leyenda nace en sus riffs incendiarios, volvió a oponerle una cuota de fantasía al rock chabacano y previsible de nuestros días. Y a pesar de que no le gusta demasiado hablar, desde que quedó solo en el bondi de la devoción, su gentil timidez resuelve el trance del silencio. Por espacio de tres horas, Skay volverá una y otra vez a los tiempos iniciáticos y no tanto: sus días de adolescente fanático del rock, los años de su juventud en La Plata, los primeros ensayos de los Redondos, a como funcionaba el tándem Solari- Beilinson, a su relación con el personaje que despliega en sus canciones … En cada respuesta no se nota nada de nostalgia. Eso si: de los Redondos ni noticias. Todo esta puesto en su segundo disco, aún sin título y con fecha de edición para agosto de éste año. A Skay, entonces, este año sabático sin fecha de vencimiento le sienta bien.»Soy un hombre grande, así que la etapa solista me agarra bastante maduro y con la posibilidad de hacer las cosas como quiero. Lo bueno de trabajar solo es que no tenés que conciliar con nadie ni dejarle espacio al otro … «
ENTREVISTA
¿Y qué te quitaba vivir «conciliando»?
Con los Redondos teníamos muchas maneras de componer. Una de ellas era que venía el Indio con una idea, y mi manera de incorporarme era agarrándola y viendo hacia dónde podíamos llevarla. Como con el Indio tenemos un universo musical muy parecido, yo terminaba recurriendo a canciones que tenía compuestas o esbozadas hacía mucho, y no me quedaba otra que desarmarlas para ponerlas por partes en esos temas que el empezaba. Y eso muchas veces me producía cierta congoja: estaba cercenando un mundo propio que para mí ya era muy sólido como para insertarlo dentro de otro universo. Otro caso era el de las canciones que partían musicalmente de mí, con la melodía de la voz que era la que para mí debía ir. Pero le cedía el lugar al Indio para que el también pudiera participar y así hacer lo suyo. Igual, las melodías que el ponía siempre estaban buenas: en los Redondos, si algo estuvo claro desde siempre, es que si había algo que a alguno de los dos no nos gustaba o chocaba , no iba. Pero cuando vos solo arrancás de una idea, ya sabés el universo que estás planteando y hacia dónde te interesa ir.
A través del mar de los sargazos salió en un momento muy complicado del país, a fines del 2002, y eso se nota en el disco…
(Interrumpe) Si, es más: no sé si no salió un 17 de octubre … (risas)
Entonces, ¿hasta qué punto tu universo personal se nutre del afuera e influye en la realización de tu álbum?
En general, tengo una visión bastante pesimista del futuro. No veo que las cosas estén mejorando; creo que vamos hacia un colapso general de la civilización, del mundo, y de la condición humana. Tuve una época de optimismo, pero fue hace mucho tiempo… Lo único que encuentro como rescatable en este naufragio general es hacer algo que aporte. Y en mi caso pienso que puede llegar a ser una canción , que es como un acto de belleza para tratar de iluminar un instante en la vida de alguien. La música no puede cambiar al mundo, eso ya lo aprendimos. Pero tal vez, hacer una linda canción justifica mi presencia en este mundo. Y en todo caso, si el entorno influye, lo hace para mal: en este nuevo disco hay una canción, Lluvia sobre Bagdag que habla de lo absurdo de esta guerra ridícula.
Los Redondos nacieron a mediados de los 70. Y planteaban vivir una fiesta propia en el medio de un contexto oscuro y aprovechar los recitales como un espacio de libertad. ¿Sentís que eso ahora se repite?
Eso es algo que nunca se fue. Parte de la motivación que da esto es la enorme alegría de sentir que estoy vivo en el medio de tanta tragedia. Hacer el show más sentido, la canción más perfecta , dar lo mejor que tengo para tratar de entretener a los demás en ese espacio de libertad. El rock, es como el arte en general, es un momento catártico e inspirador que te permite alcanzar ciertas dimensiones a las que sería imposible acceder de manera ordinaria.
¿Cómo se siente ser el continuador, al menos por ahora, del rito de «Los Redondos»? Porque en tus shows aparecen las mismas banderas y sigue estando muy presenta la ceremonia de «la misa» …
Ver a todos esos chicos en los conciertos, intuir el sacrificio que hacen para ir a verte y sentir que sos importante en la vida de alguien me llena de orgullo y de satisfacción. Toco, compongo y grabo discos para mí mismo, pero todo se completa una vez que lo que hago le llega al otro; ahi es cuando siento que estoy acá para algo. No sé bien que es lo que realmente van a buscar a los shows, pero si sé que ahí suceden cosas valiosas. Un ida y vuelta que, visto desde arriba, ni de un lado ni del otro, produce una tercera cosa que es increible, un espectáculo único. Ellos tienen sus propias coreografías, sus propios arreglos para los temas. No son espectadores pasivos… Es algo que pertenece al mundo de los misterios, es su propio «acto», un lugar en el que se sienten bien.
¿Pero te sentís un «continuador» de los Redondos?
No, porque esto es los Redondos, el espíritu es el mismo. No estará el Indio, pero sigue siendo lo mismo. Y cuando el Indio grabe su disco, o si llega a tocarlo en vivo, eso también va a ser los Redondos.
¿Cómo te acercaste al rock?
Sacando canciones de los Beatles en la guitarra. Con mi primer grupo, que armé en la primaria, tocábamos canciones de los Beatles pero éramos un desastre. Después en la secundaria, armamos Long Felows, y ahí hacíamos covers de los Rolling Stones y de los Byrds, que era un grupo que me gustaba mucho. Cantábamos muy mal, pero tengo buenos recuerdos de esa época. Me acuerdo, por ejemplo, cuando por primera vez le sentí el perfume a una guitarra eléctrica nueva, o cuando ví una batería de verdad… ¡Una batería! O cuando descubrí fascinado que Twist & Shouts tenía los mismos acordes de guitarra que La Bamba, lo que para mí fue una revelación total: fui corriendo a contárselo a mi profesor de guitarra de La Plata, que me miró y me dijo: «Sí, ¿y?». Claro, él tocaba jazz… Cuando sos músico, esas primeras cosas que te pasan son maravillosas, pertenecen a un mundo mágico. Es más: me acuerdo del primer riff que saqué a los trece años y que hasta el día de hoy me fascina. Nunca pude escribir una canción con esa melodía, pero está en cada uno de los temas que hago, se me aparece todo el tiempo.
Y todo cambia cuando en el 68 viste a Hendrix en vivo…
Si, eso hizo que todo cambiara… Ese viaje a Londres me abrió la cabeza, la forma de pensar, de vivir, de entender el rock, la vida, todo… Era la famosa contracultura, ahí estaba pasando algo. Ahí sí, había esperanza. Ver a Hendrix me despertó una cosa salvaje y animal con respecto al rock, me llevó a otro nivel. Lo que no recuerdo es cuál fue la primera canción que compuse. Sí que al principio, no entendía como hacerlo, no entendía el procedimiento. Hasta que un buen día me puse a analizar como estaba compuesta una canción y lo logré. Pero eso vino después: en Diplodocum, mi primer grupo serio con el que tocamos en salas grandes y grabamos algunas cosas, hacíamos rock experimental, psicodélico.
Para los Redondos sí componías canciones ¿Cómo era el método de trabajo en los comienzos del grupo?
No había ningún método, eran todos unos sátrapas desenfrenados que no sabían tocar nada; el único músico era yo, pero lo que generábamos entre todos era muy divertido. Como yo era el más músico, empecé a dirigir al grupo con un silbato: cuando veía que todo se desbandaba, tocaba el silbato y ahí todos sabían que tenían que parar (risas). Musicalmente, armé todos los grupos en los que estuve.
¿En qué momento dejaste de tocar el silbato en los ensayos y nacieron los Redondos como los conocemos?
Cuando empezó a haber un recambio en los músicos del grupo y podían repetir una parte musical durante dos compases seguidos. Pero aquella época terminó influyendo mucho en lo que después fueron «Los Redondos». El hecho de habernos planteado la música como un juego y no como un resultado que debía ocurrir fue el caldo. Esa fue nuestra escuela: para mí, si la música no tiene ese espacio de juego, es como si estuviera cometiendo una infracción.
En los Redondos eran tres para todo ¿cambió en algo la situación ahora que son sólo Poli y vos?
(Silencio largo) Es mucho más sencillo (risas). Fueron muchos años de estar juntos, y todos estábamos necesitando un cambio. Se nos estaba haciendo muy cuesta arriba. Encima la situación era cada vez peor porque cuando tocábamos había un montón de complicaciones… Así que decidimos seguir el viaje por separado por un tiempo, parar un poco y hacer cada uno la suya. Al principio es raro, te decís: «¿ Y ahora qué hago?». Pero para estar vivo siempre hay que «hacer». Y lo que estoy haciendo ahora me apasiona.
¿Sentís que tenés un reconocimiento tardío y que ahora se puede notar de dónde venían muchas de las cosas de los Redondos?
Lo que pasa es que como muchos medios sólo se fijaban en el Indio como si él fuera Patricio Rey, puede dar esa sensación. Personalmente, nunca lo vi así, sé de donde salió cada cosa. Además, eso era algo que sólo pasaba hacia fuera: dentro del grupo cada uno sabía muy bien el lugar que ocupaba. Pero el Indio era el cantante, la cara visible, así que es lógico que pasara eso. Si esto hubiera generado algún conflicto interno ya sería otra cosa; pero eso nunca pasó, sabíamos muy bien qué hacía cada uno.
¿Entonces sos el Keith Richards de los Redondos?
De movida hay ciertas similitudes: dos grupos «grandes» que tienen cada uno dos personajes emblemáticos, uno de los cuales es el guitarrista que se pone el grupo al hombro. Mick Jagger es un cantante excelente, pero hay una impronta que le pone Richards que hace que, sin él, los Rolling Stones no sean lo mismo. En los Redondos pasa lo mismo.
¿Extrañas al Indio?
A veces… Pero estoy tan entusiasmado con esta nueva etapa – y además sé que él también está trabajando en lo suyo-, que por ahora nuestro año sabático se va a extender un poco más. Lo extraño, pero no con pena y angustia. Extraño estar con él, verlo un rato, quedarnos charlando hasta cualquier hora…
¿Te costó poner la cara en los shows?
No, porque aunque sé que no se veía así porque a veces se ponía el foco en el Indio, el que se estaba poniendo al hombro el grupo era yo. Y eso lo supe siempre, nunca me sentí un músico que acompañaba: para mí, el Indio era el cantante de mi grupo, y no al revés. Así que tuve que aprender a cantar, algo que en realidad no fue tan grave porque me gusta mucho hacerlo y lo hice siempre: en muchos shows de los Redondos en los que no estuvo el Indio canté yo.
¿Y ahora te cuesta cantar en vivo las canciones de los Redondos?
No, porque en parte son temas que compuse. Personalmente las disfruto mucho, y como la gente inevitablemente también relaciona este viaje con los Redondos, es una manera de permitirles participar de aquella fiesta que ellos quieren seguir viviendo. De todos modos, no reparo demasiado en ese acto de devoción de los chicos: es su fiesta, yo sólo voy a tocar, como lo hice siempre.
¿Y cuándo te cantan «…sólo les pido que se vuelvan a juntar…»?
Bueno, eso es casi un eslogan… Seguramente les gustaría que eso pasara. Pero si no pasa, no pasa. Además, si lo único que les interesara es que se junten los Redondos, no vendrían más a mis shows.
¿Cómo se maneja el ego ahora que estás solo? ¿Se puede seguir manteniendo el bajo perfil siendo un frontman?
En la medida en que pueda hacer cosas que me gustan, estoy tranquilo… Si en un disco o en un show logro transmitir algo de lo que siento en ese momento, ya me hace bien y me parece que hice las cosas como correspondía; no necesito nada más. Si ahora tengo algún mérito es por lo que hago, y pienso que lo que hago está bien, no estoy recibiendo nada que no «merezca». Si hacés una canción de mierda, y después vas y te exponés, no te podés quejar: estás en falta. Así como si hacés un show horrible y la gente te aplaude igual, vas a pensar que algo no está funcionando.
¿Te ves dentro de poco tocando en un estadio?
No sé, esas cosas tenés que preguntárselas a Poli. A mi me gusta tocar, y en eso no pienso (risas). Igual, no soy muy amigo de los estadios, porque nunca sabés bien a quien estás llegando, no podés verles las caras a todos. Prefiero los teatros chicos.
¿Tenés algún método «Dorian Gray» para mantener la juventud eterna?
La música. Hace poco intenté salir a correr, pero me caí y me lastimé la rodilla; así que nunca más… Lo que sí hago es caminar mucho por el barrio, me gusta el silencio.
¿Tuviste que trabajar mucho sobre el registro de tu voz? ¿O salió así?
Depende de las canciones. Creo que hay algo muy teatral en la interpretación de las canciones; y esa es la magia de estar arriba de un escenario: cuando te subís, te transformás, tenés que salirte de lo que sos y sacar afuera un montón de cosas. Me tengo que hacer cargo de ese personaje que exige la canción, no puedo ser el que habla bajito y parece tranquilo… Soy extremadamente tímido, así que aprovecho cuando estoy arriba del escenario para sacar afuera un montón de cosas. Además, la canción te domina.
¿Y cómo convivís con ese personaje abajo del escenario?
Soy un perfecto esquizofrénico (risas).