El ¿ex? guitarrista de Los Redondos presentó en Buenos Aires “A través del Mar de los Sargazos”, su primer disco solista. Además, tocó clásicos ricoteros con el espíritu de Patricio Rey rondando en el ambiente.
FUENTE: Portal «Ciudad Internet» (Martes 11 de Marzo de 2003)
Hacía tres años que Skay Beilinson no se presentaba en la ciudad de Buenos Aires, al menos en shows oficiales. La última vez había sido en abril de 2000, junto a Los Redondos, su banda de toda la vida, en la cancha de River. Luego tocó varias veces con amigos, en lugares muy pequeños, para una suerte de cofradía. Y, a fines del año pasado, presentó a su nueva banda en Mar del Plata y en la provincia de Santa Fe. Así, el reencuentro con el público porteño no pudo ser mejor.Las casi 5000 personas que agotaron las entradas para viernes y sábado en El Teatro gozaron con dos shows condenados al recuerdo eterno (fue la primera vez que las canciones de su disco solista sonaron en Buenos Aires) y marcaron un récord de convocatoria para el reducto de Federico Lacroze y Álvarez Thomas.
La grabación de «Kazoo», tema instrumental que en «A través del Mar de los Sargazos» oficia de separador, hizo las veces de introducción para un arranque demoledor.
Skay se plantó en el escenario con su sombrero à la Humphrey Bogart. La fuerza de «Gengis Kahn» encendió la primera bengala de la noche entre la gente y contagió un pogo frenético que sólo se interrumpió en preciosas gemas lentas (los ya clásicos temas para chapar).Pasaron nuevas canciones, como «Síndrome del trapecista» y «Kermesse», y llegó el primer tema de Los Redondos «Roto y mal parado». Fue, para muchos, la primera oportunidad de escuchar el clásico ricotero en vivo y en directo. En «Alcolito», Skay se mostró histriónico y se animó a un scat etílico, emulando a Tom Waits. El riff de «Oda a la sin nombre» desató la segunda bengala de la noche y confirmó su destino de hit. «Con los ojos cerrados», lenta y melancólica, deja versos para el recuerdo: «Cada uva un día que ya no vuelve; cada racimo, una uva en la eternidad»… El cierre de la primera parte llegó con otra gema redondita: una versión bluseada de «Caña seca y un membrillo».
Diez minutos más tarde, la versión electro-remozada del viejo inédito «Nene-nena», no dejó a nadie sin poguear. Algunos, incluso, lloraron de felicidad.
Se lo ve cómodo a Skay, en su nuevo rol de líder, cantante y protagonista. Tiene una tremenda banda en la que apoyarse, y jugar a ser, por momentos, un villano de dibujitos animados. Los temas nuevos se potencian en vivo y los de ricota no pierden la frescura. La banda es un relojito. El Negro Colombres, en la batería, es pura potencia. Claudio Quartero lleva los graves con justeza. Oscar Reyna sostiene, desde la segunda guitarra, los solos de Skay. Y Javier Lecumberry se luce en las teclas y en presencia escénica (el que más transmite el goce desde el escenario).
Las expectativas no sólo estaban puestas en lo que ocurriría sobre el escenario. Y la comunión del público con Skay fue total. Banderas de Patricio Rey (esta vez, la cara del Indio estuvo ausente), cantitos (por Skay y por los Redondos, claro) antes y después de cada tema y una alegría popular en ese infierno encantador de calor y humedad ricotera. «Criminal mambo», la melancólica «Lagrimas y cenizas» y «Nuestro amo juega al esclavo» cerraron la velada. Pero faltaba más, claro.
Una introducción jazzera, para presentar a los músicos, abrió la sección bises. «La bestia pop» llegó con síncopa y ritmo. Al final, se escuchó el grito cerrado y gutural de la gente: «Ji, ji, ji; ji, ji, ji». Los primeros acordes del emblemático tema ricotero (que en River provocó «el pogo más grande del mundo») desató el desenfreno e inauguró un popurrí, que siguió con «Imperialismo espacial» (uno de los inéditos más viejos) y culminó a puro rocanrol con «Ñam fri frufi fali fru». Las tribus emprendieron la retirada con la plegaria beatle «Give peace a chance» sonando a través de los parlantes. Afuera, esperaba la policía, que esta vez sólo se dedicó a prevenir. El debut porteño confirmó que Skay también es Patricio Rey: jugó, ganó, rió y ahí va…
