Huracán Redondo: Hasta las manos

Las páginas de Gloria nos cuentan algunos detalles del recital de Los Redondos en Huracán. Hubo una multitud que colmó el estadio. Pero no fue una fiesta completa, porque hubo problemas de sonido.

Autor: Revista Humor, mayo de 1994. Por Gloria Guerrero

Con las banderas colgando de los alambrados, con todos los trapos sagrados de todos los barrios y con los «alpinistas» también colgados, entre bandera y bandera, de los mismos alambrados, el césped de baile lucía decorado, fulgurante… y escaso. Más de cien mil pies (dos por persona, como suele suceder) malambeaban el pasto del Globito como elefantes en celo y levantaban los brazos y las manos -las manos con todos los dedos bien abiertos, o con un índice apuntando al cielo- en una suerte de aerobics coreográfico multitudinario y escalofriante. Y rodeándolo todo, el grito cantado: cada verso, cada letra, cada solo de viola o de saxo (porque ahí van las palmas rítmicas, como se sabe), atiborraban el aire, ensordecedores. Nadie se movería de ahí en años, en siglos, nunca. ¿Para qué?

Allá en la otra punta (porque a menos que estés adelante-adelante, sentado sobre la valla, siempre es «allá en la otra punta») la banda relucía y relucía y no dejaba de relucir.

Si no hubiera sido porque se escuchaba poco y no se veía nada, diríamos que fue perfecto.

Después de seis meses, Patricio Rey volvió a dar misa durante tres horas. Y si no hubiera sido porque se escuchaba poco y no se veía nada, diríamos que fue perfecto.

Porque en fin, tampoco era que no supiéramos qué estaba tocando, si desde allá en la otra punta llegaba la información en una ola  gigante que que avisaba, aullido a aullido, qué había que empezar a cantar. Y ver…, bueno, las pantallas gigantes (dos de cada lado) ayudarían bastante, siempre y cuando esas 50.000 cabezas que uno tiene delante, dejaran de saltar…

Mariposa Pontiac, Superlógico y El Conejo Jollivet fueron el brillante viaje de visita al brillante pasado. Todo lo demás, seguramente, sigue siendo el brillante futuro.

Pero le hacen falta un par de metros más de altura a ese escenario. Y hacían falta muchos watts más para llegar a acariciar las orejas que estábamos al fondo de todo. Ni qué decir de la popular del otro lado, para los que el sonido debe haber quedado reducido a una Spica sin pilas.

Se sabe que eso es lo de menos, total, si cantamos todos. Pero si hubiéramos escuchado y hubiéramos visto algo de lo que pasaba en el escenario, todo lo maravilloso que sucedió esa noche hubiera sido perfecto.

(¿Y ahora hay que esperar seis meses más…?)



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