Poly es la que le da coherencia a lo que hacemos. En lo emocional, en lo organizativo. Es la «ingeniera psíquica», como dice el Mono Cohen. La economía del gripo, en lo humano y en lo administrativo. Es la que dice: «¿Y por qué no lo hacemos?», cuando a alguno se le ocurre algo. Y lo consigue. Así es desde que hicimos los Redondos hasta todo lo que hicimos antes». SKAY
Cerdos & Peces #18, septiembre de 1989. Por Carlos Dutill

Alrededor de las siete de la tarde, entramos al departamento que Skay y Poly ocupan en el barrio de Congreso. Nos habíamos encontrado poco rato antes en un bar, donde esperamos que Don Terragno nos devolviera la luz. Algo en todos estos años de morir y renacer en cada recital de Los Redondos, me decía que en Poly estaba la llave, el eslabón que comunica y transforma aquel innominado grupo humano que estremeció La Plata en los lejanos años ’60 y esta cada vez más grande bola de ricota que sacude a Buenos aires al final de los ’80. Fue muy difícil que aceptara el reportaje, rehuido una y otra vez entre excusas amables, humildes, honestas, lapidarias. Ahora había logrado el sí de la niña.
«Los más viejos nos conocemos desde principios de los sesenta, calculo. Algunos de antes, como el Mono Cohen, por ejemplo. Era un estar juntos nomás, los descarriados, los solos. Estar juntos y buscar a otros descarriaditos. Había los que andaban por el existencialismo, los que empezaban a formar comunidades, los que agarraban para el lado religioso, había esperanza. Ya para el ’65 (yo para los años soy un desastre) éramos un montón; aparecen el Indio, Guillermo, el hermano de Skay, Isa Portugueis (una banda). Para esa época el Mono empieza a jugar con el personaje Rocambole, el personaje romántico de las sirvientas, que siempre era otro a través de las cerca de cuarenta novelas que se escribieron de él. Era una especie de Robin Hood de la lacra social; González Tuñon hablaba de él.
Es difícil explicar todo aquello del comienzo; es algo que quiero mucho y puede malinterpretarse. Sabemos como se usaron muchas actitudes sanas, honestas, pacíficas, para matar gente. Bueno, pero no hay nada “raro”, nada misterioso, eran intentos por encontrar caminos alternativos de auto subsistencia. Intentos a partir de la solidaridad. Pero las cosas se distorsionaron tanto que hoy hablas de solidaridad y te miran como si fueras un pescado. Había mucho amor en esa manga de delirantes que no hacían otra cosa que buscar una familia. Una familia para los malucos, una búsqueda pacífica donde la música expresaba la alegría de encontrarse. Se iba tomando conciencia y se exigía a los demás desde el propio ejemplo. Hubo muchas comunidades de todo tipo. A finales de los ’60 La Plata era una bola gigantesca de gente que iba y venía por los caminos más diversos.
Nosotros éramos parte de esa bola. En el ’70 nos fuimos con Skay y otros cinco. A Skay lo conocí un año antes, en el ’69. Nos fuimos para la costa, para gesell, Valeria, y de ahí encaramos para Tandil, finalmente recalamos en Pigué, a la orilla de un río, en el medio del campo, los muchachos hicieron una choza y ahí vivíamos.
Ellos salían a cazar con arco y flecha y los lugareños nos regalaron una vaca que nunca pudimos ordeñar- Lo único que comprábamos era aceite y harina, pero Skay tenía siete kilos más que ahora. Cortaban leña sin hacha. Un día nos invitaron a un asado en el campo de un amigo del padre de Skay y se pudrió todo. Nosotros charlábamos con los peones, les hablábamos de nuestra experiencia, de la solidaridad, de cómo así nos sentíamos los dueños de todo y ¡zaz! los peones se le dieron vuelta al patrón: le fueron a decir que todo era de todos porque ellos lo trabajaban… A los pocos días vinieron varios autos y médicos con el papá de skay, nos acusaron de neurosis mística y nos llevaron de vuelta a La Plata. Los tipos de rompían la cabeza pero al final nos dejaron porque no nos podían separar. No podíamos dormir separados: si faltaba uno los otros no podíamos pegar un ojo. Tres años vivimos así, juntos. En La Plata ya se había formado La Cofradía de la Flor Solar, con el Mono, Isa y un montón más. Anduvimos con ellos y después vivimos en Tolosa, en una casa con álamos plateados que llamábamos La Casa de la Luna. Los vecinos no lo podían creer. En ésa época conocimos al Hermano John, un jogui sudafricano que venía caminando desde Estados Unidos. Era la primera época de La Cofradía. Todo muy místico, muy ritual. Quemar, escuchar música, cantar, leer, se hacía en conjunto, reunidos, no cada uno por su lado. John nos enseñó unos ejercicios con el cuerpo que nos recarajeaban. Pero no teníamos método ni maestro, íbamos creando un camino. Y no todo era místico solamente, también era racionalizar, leíamos una barbaridad. Formamos una empresa para cambiar el hombre a través de lo estético y nos autoabastecimos siempre. Skay y los otros laburaban como desconocidos: hacían jardines, trabajaban en supermercados. Mi rol fue siempre de reunir y nutrir, agrupar. Siempre intenté que el hombre no esté solo: sufre mucho.»
UN VERDADERO DESPELOTE
La charla a esta altura se había convertido en un desborde de anécdotas. La Negra, Skay y yo, los tres instalados entre carcajadas y cervezas.
En el desfile aparecen las andanzas de Guillermo Beilinson y el Indio, las películas que ellos hacían, a las que contribuían todos los demás, en especial “Ciclo de Cielo sobre Viento”, de la que participó Bernardo Rubaja. Y aparecen las tres reuniones en el teatro Lozano de La Plata: el delirio se sube al escenario.
«Eran grandiosos, un verdadero despelote. Ahí todos hacían de todo y en la banda eran como veinte músicos sobre el escenario. La cosa era estar juntos y la pelota seguía creciendo. En Buenos Aires pasaba otro tanto y tipos como Pipo Lernoud, Claudio Kleiman, Miguel Grinberg, Bassabru, Rosso, empiezan a ir a La Plata. Al Mufercho se le ocurre lo de la materia blanda, modelante: la ricota y hacen los redonditos, unos bocaditos que cocinaba el Doce y repartíamos entre todos los presentes.
En el ’74 el Mono tenía una deuda con una imprenta y le proponen que la pague comprando unos pasajes a Salta para ir a tocar a lo del Polaco, un boliche donde se reunían poetas y tangueros. Había que ponerle un nombre al despropósito y surge Patricio Rey, el que está y no está el que se corporiza cuando nos reunimos. Pero para hablar de Patricio mejor el Indio, nosotros los malucos éramos los Redonditos de Ricota. Así fuimos a Salta, como veinte, en colectivo. Después hubo uno o dos Lozanos más con suelta de gallinas, efectos especiales que rara vez funcionaban y mucha locura, linda locura, mucho desparpajo.
Al tiempo, no es que nos separamos, nos dispersamos nomás, cada uno fue tomando su propio camino. Las cosas se ponían muy difíciles en La Plata, pero no fue ése el único motivo. Era tiempo de irse. Skay y yo en el ’75 nos fuimos al Chaco, el Indio a Valeria, Guillermo a Venezuela… Rocambole se quedó.
Un breve regreso y en marzo del ’76 partimos a Salta, a trabajar en la producción de porotos, en el desmonte».
Debemos andar cerca de la medianoche cuando recorremos el comienzo de la historia más conocida de Los Redondos. En el ’77 están otra vez en La Plata, aparece Jean Gabriel Jollivet; Monona, Silvia, Cecilia e Isabel forman el ballet Picotero, debutan en el Teatro de Arte y Música.
«Fue un grotesco total, con la banda tocando a mil, con los platenses y los efebos del Doce. Los dueños se volvieron locos, estaban espantados, nos prohibieron repetirlo al día siguiente. Como suponíamos que muchos de La Plata irían –ya que la bola se corría como reguero de pólvora- me planté en la puerta con un cartel que decía “Patricio Rey prohibido”. Ahí conocimos los chicos de la revista “La Ballena: Noya, Darío, Pettinatto, Jorge Naser.
A fines del ’78 buscando lugares para actuar lo veo a Enrique Symns haciendo uno de sus monólogos. El viejo vivía con Jorge Pistochi (Pan Caliente) y me gustó tanto que un día me fui a verlo con el Indio y Skay. Desde entonces empezó a andar con nosotros: debutó en el Xirgu con su famosísimo monólogo sobre la realidad del hombre intitulado “Las Pelotas de Patricio Rey”.
Poco después lo conocí a Luca. Pobrecito Luca, era tan chiquito en esa época. Tocaba en una discoteca que se llamaba Buenos Aires, por la calle Soler. Yo lo quiero mucho a Luca, fue migran amigo. En un recital en GEBA, que hicimos después de Pan Caliente (memorable tarde aquella en Excursionistas, cuando Monona apareció en cueros sobre el escenario, la cana me para y me dice: o bajan ellos o subimos nosotros. Un bardo). En ese recital de GEBA, decía, el Indio no fue y yo lo invité a Luca. Cantó “Mejor no hablar de ciertas cosas”, “Criminal mambo”, “Para Monona blues”, “Nene nena” y “Blues de la libertad”. Fue un quilombo, no nos pagaron, todo mal. Pero él estaba contento. Tenemos algunas cosas grabadas con Luca».
El revolver de Skay entre casette da pie para un merecido meo del que escribe y para una afanosa búsqueda de fotos que Poly inicia en un cuartito de la casa. Alucinantes registros de la banda me pasean por un mar de imágenes platenses, porteñas.
Un paraíso que crece en el ambiente que generan las caras las caras adolescentes de todos esos nombres que Poly nos enseña a través de decenas de fotos. “Muchos están muertos, mirá, pobrecitos”, dice La Negra cada tanto, en el ambiente que crecen los sonidos desprolijos de grabaciones inéditas: la guitarra de Skay, la voz antes aguda del Indio, solos de la misma Poly, hasta que aparece por ahí una versión de “Criminal Mambo” sobre cuyo final aparece la voz aguardentosa de Loca Prodan vociferando su inglés para rematar en media lengua: “Redonditos, I got you”.
Vamos ahora al presente, al rol que ocupa la Negra en la banda, en lo organizativo…
«Me divierte horrores lo que hago, Lo que más me apasiona es el público, esos chicos grandotes, esas pibas desesperadas por voltearse a estos viejitos, Las historias que me cuentan, las cosas que gritan las pibas en la puerta del camarín: largá uno, Negra, me dicen de todo. Los que vienen a pedir frula convencidos de que en el camarín se están matando. Cuando les digo que lo que toman es glucolin y oxígeno, no me creen. Si los viejitos se darían todo un recital los saco duros como piedras. (… -inentendible-) Lo que empezó como una experiencia psicodélica terminó destruyendo toda una generación (…-inentendible-) Volviendo a lo que decía, me divierto mucho con la gente, me gusta. Toda mi vida viví en grupos, es mi pasión unir a la gente. Yo soy esa. Ya voy a tener tiempo de estar sola, cuando sea más grande. Por ahora sigo aprendiendo, experimentando, haciendo. Yo corro con las tribulaciones deshacer. Y puedo asegurar queme dan mucho trabajo. Esta es mi vida, alguien tiene que cumplir esa función y a mi me provoca mucho placer. Existe el riesgo de caer en el situacionismo, pero siempre hay un riesgo. Las experiencias son parte de lo imprevisto y el unico modo de disfrutarlo es ser fiel a uno mismo. Siempre se está experimentando, pero se puede actuar sobre el devenir. Eso somos los Redondos: un aprendizaje. Jamás un proyecto, un fin a conseguir. Nunca tuvimos un plan, ni un propósito. Simplemente actuamos pasito a pasito, haciendo lo que sentimos sobre el devenir. No hay parámetro ni espejos en los demás».



