Crónica de muertes silenciadas

Un extracto del libro «Crónica de muertes silenciadas», de Elias Neuman, que inspiró la canción «Pabellón Séptimo (relato de Horacio)», de Indio Solari.

Neuman, Elías. Crónica de muertes silenciadas. Villa Devoto, 14 de marzo de 1978, Bruguera, Buenos Aires, 1985, pág, 86 y siguientes.
Extraído del trabajo: «Golpes, agresiones y tortura en las cárceles federales. Una aproximación a la violencia institucionalizada en el SPF», por Ramiro Gual y María Jimena Andersen.

Introducción:

El 14 de marzo de 1.978 dentro del Pabellón 7° de la Planta 2 del, por entonces, Instituto Nacional de Detención de Villa Devoto (U.2) del Servicio Penitenciario Federal, se produjo la mayor tragedia en la historia de las cárceles argentinas. El relato oficial dirá que todo comenzó con un motín, donde los detenidos prohibieron el ingreso del cuerpo de requisa y como estrategia para negarse a la reinstauración del orden, prendieron fuego los colchones. Esta “actitud rebelde” se volvió accidente, y 64 de los 161 detenidos en el superpoblado pabellón murieron. Pero los relatos de los sobrevivientes, principalmente el de Horacio que Elías Neuman inmortalizó en Crónica de Muertes Silenciadas, permiten confirmar que el accidente fue homicidio, consecuencia de la represión brutal atravesada por la utilización de la violencia como fuerza creadora, conservadora y refundadora de derecho, y cuya impunidad se aseguró a través de estrategias cómplices entre la agencia judicial y las fuerzas represivas.

Extracto:

“Cada tanto, sobre todo en épocas de verano de marzo y abril, los celadores habituales que atienden el pabellón, se van de vacaciones, entonces, vienen celadores reemplazantes, nuevos para nosotros (…) Y el celador que había venido ahí, había venido ya por segundo día. Subió a la pasarela como a las diez y media. Estábamos mirando el televisor, con T. y otra gente, y nos dice ¡apaguen el televisor! así, de manera prepotente y entonces T. se para y le dice: ¿Por qué tenemos que apagar el televisor. Si el televisor se apaga a las doce y media de noche como cualquier otro día? En realidad es así salvo que haya algún castigo o mala conducta o algo, pero no había ninguna causa ni nada.

¡Lo apagan, yo les digo y listo, lo apagan y basta!- dijo el tipo (…)

El dormía en el suelo, estaba durmiendo sobre el colchón y entran tres oficiales y el celador buscándolo ¿Dónde está T.?, ¿dónde está T.? Despiertan a uno, le preguntan y al fin lo fueron a despertar y lo quisieron sacar. Y ahí, se armó una discusión. Los oficiales tratando de convencerlo para que salga a hablar afuera y qué se yo y eso ya se sabe… Si él salía, él sabía que iba a ir castigado y le iban a poner en el parte por contestarle al celador y resistirse a las autoridades y, aparte, la paliza lógica que se le da a cada preso que va castigado (…)”

Horas más tarde, el cuerpo de requisa intenta re (fundar) su autoridad ejerciendo una requisa brutal y extraordinaria post-conflicto. Esta requisa, en el relato, es distanciada del modo en que la requisa rutinaria u ordinaria se despliega.

“Sin embargo a las ocho y media de la mañana cayó la requisa (…) No puedo afirmar exacto, pero, por lo menos (eran) ochenta. Era una requisa, ¡no era una requisa normal! Al menos, ¡dos requisas juntas! (Con una requisa normal entran) treinta o cuarenta, nunca uno puede contar porque a uno, vio, siempre, lo ponen de espaldas mirando la pared, cosa de que uno no los vea o los vea lo menos posible cómo se mueven, cómo actúan, o sea, que uno los ve muy poco (…)

Entraron como entran siempre, con palos de un metro y medio más o menos, con los que golpean incluso cuando requisan, vio, golpean con tanta fuerza que se escucha hasta en planta baja (…) ¡Golpean las baldosas, los barrotes! A ver si están flojas, con esos palos. Y con esos palos fueron que entraron a pegar palazos a todos y fue una cosa… vio cuando brota una chispa que…, brotó de golpe y ¡no lo paró más nadie! (…)

Yo estaba en la mitad, en la mitad casi al lado de la puerta, y lo veía y sentía los disparos y los veía (…) (el ametralladorista) apuntaba y tiraba a matar. Yo me acuerdo por ejemplo, o sea, yo sé que a uno de los primeros que le pegó un tiro fue a un muchacho que se llamaba P. estaba hacía bastante tiempo, se ve que era conocido porque siempre es el mismo ametralladorista (…) los tipos buscaban. Ellos a los que van castigados, ¿no? Ellos los conocen, los conocen a todos y el tipo apuntaba y tiraba (…)

¡Y ahí viene la desesperación! Era una desorganización grandísima, la primera reacción fue poner las camas contra la puerta, cosa que no volvieran a entrar y después empezaron a gritar, unos una cosa, otros, otras: algunos querían hacer una cosa y otros, otras, imagínese, pero, ahí fue el fuego. ¡Hay que prender fuego! ¡Hay que prender fuego! Para que se fueran de la pasarela porque aparte la policía entra a subir y es cuando vienen varios con lanzagases y escopetas ya eran tres o cuatro los que venían a los cinco minutos y meta tirar y eso es una humareda. ¡Ya era una humareda, un pandemonio! (…)

Entonces eso prende de golpe y ahí fue donde viene el humo negro, ese… ¡Se nubló todo el pabellón! ¡Fueron segundos!, ¡qué se yo!, desde que se prendió el fuego hasta que cubrió todo el pabellón completamente, habrán sido cinco o diez segundos una cosa así, rapidísimo un humo denso, denso, denso, negro ¡petróleo puro hirviendo! Yo estaba en la mitad queriendo respirar y no me entraba el aire. Atiné para subir a la ventana y ahí fue donde me quemé la mano y siento el grito: ¡ventana, a la ventana! Y entro a sentir los tiros de afuera; ¡entraron a tirar contra las ventanas! ¡Cantidades!, pero fue, ¡era una explosión! ¡Pa!, ¡Pa!, ¡Pa! (…)

Cuando entramos en el baño cuando ya se había terminado el incendio, vuelven los policías, volvían por la pasarela otra vez tirando con las escopetas, con gases. Ya ahí no dábamos más pero siguen tirando gas en el pabellón, así que era… Estábamos desesperados ya ahí nosotros, ya estábamos… Lo único que queríamos es salir del pabellón pero ellos no nos abrían la puerta tampoco (…)

Entonces hasta que a la media hora abren y allí se dieron cuenta que estábamos rendidos completamente y nos entraron a hacer salir de a uno. ¡Bueno, salir! Cada vez que salía uno se sentían unos gritos de los palazos que le daban y cuando salí yo tenía las manos todas quemadas y me agarró uno, me torció un brazo atrás y… bueno, eso era ¡correr, correr y correr! Porque cuanto más rápido llegamos a planta baja menos golpes íbamos a recibir. Pero era correr entre la fila doble de guardias y nos iban pegando uno tras otro (…)

Hubo quince, que estuvieron… en la celda de abajo o sea, quince murieron en la celda de abajo (…) Murieron por todo junto o sea porque estaban quemados y el castigo ese que recibieron (…) salimos quemados y la intención de ellos es castigarnos como ante cualquier problema o amotinamiento en que íbamos derecho al castigo (…)”


Por último, Neuman relata en su obra las intervenciones de las agencias penitenciaria y judicial una vez producido el hecho que dan cuenta de ese complejo de discursos y prácticas puestos en marcha con la finalidad de asegurar la impunidad por los crímenes cometidos, aval concomitante y posterior al despliegue de violencia que funda y conserva derecho.


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