En un reportaje imperdible, el guitarrista “redondo” habla de su nuevo disco solista y permite echar un vistazo a su universo particular, donde conviven Abel, Caín y Katmandú.
FUENTE: Portal Ciudad Abstraska – Mar del Plata (Viernes 14 de Septiembre de 2007) Por Christian A. Masello

–Gracias por hacerla de nuevo, porque ayer estaba con la cabeza en otro lado.
–No te preocupes…
Hace una semana, el diálogo telefónico con Skay Beilinson empezaba así. Con él pidiendo disculpas porque el día anterior había preferido cortar una entrevista que recién comenzaba debido a que no estaba con la mente en la conversación.
Tras aquella primera charla, muerta apenas nacida, pensé que algo de lo que había preguntado le había molestado, que la entrevista no se haría… En fin, que todo se había ido al diablo.
Aquel “mejor llamame mañana, porque ahora la verdad que no sé qué decir…” sonó a certificado de defunción del reportaje. Me preocupó. No sólo por la entrevista. A mí lo que me importaba realmente iba mucho más allá de las preguntas y las respuestas. Temí que se hubiera enojado por algo. Skay es un tipo al que aprecio.
Conocí al guitarrista en un bar porteño. Un muchacho desgranaba versos tangueros y, en una mesa, él conversaba con algunos amigos y con Poli (la hechicera que resplandecía tras bambalinas en la vida “redonda”, la eterna compañera de viaje de Skay). Cuando el recital de tangos terminó, me acerqué y le pregunté a Poli si podía entrevistar a Skay. Me dijo que en ese momento no, pero me dio un número de teléfono para que la llamara. Ya en contacto telefónico, al poco tiempo, se disculpó y me explicó que el guitarrista estaba muy ocupado por esos días, pero prometió que, en cuanto coincidiéramos y tuviéramos un rato, haríamos la nota. Tiempo después, en un hotel marplatense, Skay y yo, JB de por medio, manteníamos una charla extensa.
El músico acababa de sacar su primer disco post Redondos, y si bien los periodistas, al hablar de él, solían resaltar que se trataba de un hombre de pocas palabras, aquella tarde/noche marplatense, el guitarrista se mostraba locuaz. Yo, en tanto, no daba muestras de los nervios que pensaba que iba a exhibir al estar frente a una leyenda (pero con mucho presente) del rock.
–Gracias por la nota –le dije cuando culminamos.
–Gracias a vos. Me sentí muy cómodo –contestó.
La comodidad había sido mutua. Entrevistador y entrevistado conversaron de igual a igual y, de a ratos, parecieron olvidar que había un grabador en medio. Y no había sido porque mis preguntas fueran, por llamarlas de algún modo, agradables, lisonjeras. Hablamos de temas complicados. Recuerdo, por ejemplo, que le pregunté por la violencia desatada en torno a los últimos shows redondos, y él contestó sin pelos en la lengua. Creo que ambos tuvimos la sensación de estar charlando con alguien que entiende lo que decís.
Tras aquella nota, vinieron otras.
Y siempre fue igual. El placer de dialogar con alguien que da gusto. La delicia de intercambiar opiniones con un tipo que atravesó las aguas de la popularidad en una embarcación artesanal, y que, junto a los demás tripulantes de la barca, prefirió evitar pedirle dinero a los reyes para lanzarse a la mar: reunió los troncos con sus propias manos para armar ese navío que llegó a puertos que ni los más osados habían previsto. Pero, también, ese mismo marinero, llegado el momento, decidió, de común acuerdo con quien era la voz de esa nave musical, que era mejor que cada uno siguiera una ruta distinta en ese océano que habían atravesado juntos tantas veces. Y, desde entonces, con la curadora espiritual de la barcaza “redonda”, que ahora dirige sus hechizos en las direcciones que toma el marino Skay, emprende diferentes viajes. Y cada aventura toma la forma de un disco.
Justamente, la excusa para una charla nueva con Skay era el flamante cd del músico: La marca de Caín.
Hoy, una semana después de que finalmente realizamos la entrevista, puedo decir que Skay no se había enojado, que era verdad que en el momento del contacto telefónico anterior estaba con la cabeza en otro lado, porque pocos minutos después tenía que ir a ensayar con los músicos de su banda, Los Seguidores de la Diosa Kali (nombre que remite a la deidad hindú que, a la vez, representa la destrucción y la regeneración). Así me lo contó Poli, la hechicera.
Por fin, entonces, volví a conversar con tranquilidad con un ser al que lo distingue una marca, tal vez la misma que llevo en mi frente…
(Paréntesis obligado: Cuando desgrabé la conversación con Skay, quise escuchar también ese mínimo intercambio de palabras que habíamos mantenido en lo que yo llamo “la entrevista fallida”. Pues bien, no había nada. El grabador no había funcionado. Eso quiere decir que, si el reportaje lo hubiésemos hecho en el primer contacto telefónico, nada habría quedado registrado. Tal vez los prodigios de Poli hayan tenido algo que ver en todo esto… tal vez fue la hechicera la que, con su magia, postergó la charla… quizá intuyó que algo no andaba bien y mandó sus señales hacia este lado del planeta… a lo mejor mi grabador revivió en el momento justo gracias a la alquimista…)
Ahora sí, escucho en mi grabador resucitado la charla con Skay:
–El título del disco, La marca de Caín, está extraído del tema que cierra el álbum, La doble marca, donde cantás: “Te vi buscando / siempre buscando / a otro paria como vos / otro cainita / tan que no encaja / alguien como vos y yo”. ¿Cuál es la marca que te iguala a los descendientes de Caín?
–Cuando Caín mata a su hermano Abel, Dios lo expulsa de su presencia y lo condena a vagar por la tierra, como un extranjero, siempre errante, sin encontrar su lugar. Y, para que nadie le haga daño, le pone una marca. Entonces, de alguna manera, todos somos descendientes de Caín. Él crea la primera ciudad, que se llama Enoch. Con Caín, de alguna manera, empieza la civilización. Y aquí vamos, con la civilización a cuestas, con todo este drama encima. Además, entre su descendencia está Tubal-Caín, que es el padre de todos los artesanos que trabajan el hierro y el bronce, y también Jubal, de quien provienen todos los músicos. Y lo del título también viene de lo que yo llamo la doble marca, aquella que hace que reconozcamos algo distintivo en esos personajes que encontramos cada tanto, una señal que nos hace sentir que pertenecemos a una misma nación o a una misma familia.
–Cuando reconocés a un igual, por más que sea la primera vez que lo ves…
–Exacto. Esos encuentros en los que te das cuenta de que hay una manera de mirar la vida, una manera de sufrirla, una manera de entender la existencia, que de alguna forma nos hermana. A veces pasa con los locos, los poetas… algún tipo de dolor parece que nos hermana, y esa sería la segunda marca.
–Vos decías que Dios le puso la marca a Caín para que no le hicieran daño, para que no lo mataran, como una defensa a pesar del castigo, en lo que sería una forma de misericordia. Pero también se podría pensar que Dios lo marcó para que todos lo identificaran como el asesino de su hermano.
–También podría ser… lo que pasa es que yo veo a Caín y a Abel como dos aspectos de lo humano. Abel sería la parte que se conecta con lo más sutil, con lo trascendente, lo espiritual, y Caín es esa parte a la que le toca lidiar con el mundo. Y la que nunca puede morir es la parte del ser humano que tiene que lidiar con el mundo. El asunto es cómo conciliamos esos dos hermanos que todos llevamos dentro. Por eso en el disco aparece la cita “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”, porque justamente se trata de uno mismo, todos tenemos un Caín y un Abel, nadie es más ni menos. En cada una de nuestras elecciones se vuelve a plantear el mismo drama, o se repite el asesinato o hay una reconciliación entre los hermanos, entre los dos aspectos de cada uno. En realidad, se trata de un conflicto que nunca se resuelve, es una lucha permanente.
–¿Cómo tomás lo que está escrito en la Biblia?
–Todos los textos sagrados tienen interpretaciones infinitas. A mí me atraen sobre todo por esa posibilidad: siempre hay alguna lectura diferente que se puede aplicar para desentrañar el misterio de nuestra existencia.
–¿Más allá de la religión a la que pertenezca el texto?
–Sí.
–Lo importante es lo que se puede interpretar de ellos…
–Claro. Me parece que todos los textos se han escrito con un lenguaje simbólico. No creo tanto en el relato literal de lo que se dice, sino en esa otra lectura, quizá más esotérica.
Lo que dicen las cartas… y las canciones
El quinto tema del disco lleva por título el nombre de una de las cartas del tarot, Arcano XIV. En esa canción, Skay canta: “Si vos sos las ramas que miran al cielo / yo, las raíces que a la tierra van / si vos sos la noche, yo soy el día / si vos sos el fuego, la leña yo soy”.
–Llama la atención el título Arcano XIV. ¿Por qué esa referencia al tarot?
–Durante un tiempo estuve tentado de investigar ahí, porque creo que en todas esas escuelas o disciplinas siempre hay alguna posibilidad de acercarse al misterio.
–Arcano XIV es la figura que representa el equilibrio, la seguridad…
–Otra lectura que hago yo es sobre cómo conviven los dos opuestos. Una vez más vuelve a repetirse lo mismo: los opuestos complementarios.
–Yo había interpretado el título en el sentido del equilibrio, y eso me había llevado a pensar en Poli y en vos, como dos personas que se equilibran a la perfección…
–Las canciones hablan por sí mismas. De todas maneras, yo te estoy tirando algunas puntas de las cosas que me resuenan a mí, pero creo que es más rica la interpretación que cada uno haga de cada tema.
–Es extraño, ¿verdad?, porque a veces el oyente puede tener una interpretación muy distinta de lo que, en realidad, llevó al autor a escribir una canción.
–En esto de componer, uno no está queriendo exponer algo que ya conoce, sino que, muchas veces, intenta descubrir aquel secreto que está oculto; se trata de cosas que uno no termina de descifrar. Y, a veces, la mirada del otro es la que ayuda a comprender.
–Además de los temas bíblicos y la referencia al tarot, en otra canción, Meroe y los sortilegios, aparece una bruja.
–Hay un libro de Apuleyo, titulado El asno de oro, que cuenta las aventuras de un personaje que se transforma en asno. Ahí se habla de los sortilegios de Meroe, que es una bruja que atiende en una cantina. Es una obra muy recomendable.
Espíritu que camina la tierra
Las referencias a textos bíblicos y temáticas misteriosas no dejan de lado los problemas terrestres y palpables, como evidencia Ángeles caídos, tema que abre el disco, donde se retratan las penurias de un muchacho de bajos recursos que camina la calle en busca de su salvación, con la cara del Che en la remera como escudo, una remera que también podría tener una estampa ricotera. “Con una mueca de sonrisa / cerrabas la puerta de tu corazón / secaste las lágrimas / el pibe que fuiste dejó de jugar”, así Skay pinta a un ser al que la desigualdad le roba la inocencia.
Y llegado el track séptimo, Tal vez mañana, espiritualidad y problemática terrena confluyen en una letra que demuestra que Skay no sólo sobresale como guitarrista, sino que su calidad como letrista merece tenerse en cuenta. Como ideal de escape, recurre a Katmandú, la ciudad de Nepal, con sus templos budistas e hindúes, que en los sesenta y setenta fue vista por el movimiento hippie como una especie de paraíso, con toda su cultura milenaria y la utilización de drogas como medio para trascender lo terrestre, como forma de evadir la opresión occidental, no como luego las impulsó el capitalismo más cruel (incluso por medio de sus prohibiciones, no seamos necios), dejando la experimentación de lado para sólo ofrecer una manera de mayor productividad, como el caso de la cocaína, polvo rey de los yuppies (no dormís, más trabajás), y también como forma de llevar al ostracismo a las clases bajas, alienadas por sustancias químicas que las arrinconan en callejones sin salida, transformándolas en una masa “quemada”, incapaz de levantar la voz contra un sistema disfrazado de cordero que, tras la máscara, esconde un lobo hambriento con instintos homicidas.
Claro que también muchos de los hippies que fueron a Katmandú tras los sueños de libertad terminaron desbarrancados, porque pasaron de la experimentación a la adicción sin regreso.
Pero, pese a esos “cerebros” que quedaron en el camino, Katmandú permaneció, para los que alguna vez soñaron con un mundo sin guerras, sin represiones, como un mojón de libertad.
En ese sentido es que Skay utiliza a la ciudad.
Y la persona que desea escapar hacia ese sitio donde le permitan ser libre es alguien a quien, hasta ahora, la vida ha tratado bastante mal; un ser que vaga por los andenes, que por las noches busca refugio en algún vagón… “Ve la luna en la ventana / y se acurruca en un rincón / va quedándose dormido / y entre los sueños / siempre está buscando / un tren para Katmandú”…
–¿Estuviste alguna vez en Katmandú?
–Físicamente, no.
–¿Y en algún momento te gustaría ir?; físicamente, digo.
–Claro que sí.
–Pero ya no sería el viaje que se podría haber hecho en los sesenta o setenta…
–Bueno, uno nunca sabe. Los viajes tienen esa virtud, ese privilegio, te llevan a un lugar desconocido, a una aventura desconocida.
–Igual, en Tal vez mañana, Katmandú es una metáfora, representa una salida; quien piensa en aquel lugar como sitio de salvación podría ser el mismo muchacho de Ángeles caídos, como una forma de escapar de las cosas negativas que le toca enfrentar…
–Exactamente, siempre hay un lugar donde se puede resolver el conflicto, como refleja esa especie de esperanza de la que habla Tal vez mañana.
–Si bien vos no estuviste físicamente allá, ¿qué momento de tu vida podrías definir como tu viaje a Katmandú?
–De movida, viajes he tenido muchísimos, y aventuras también (ríe). Creo que en cada una de mis aventuras he encontrado una parte de Katmandú. Y, aun así, supongo que todavía hay un Katmandú posible por descubrir.
Epílogo:
El misterio de la música
Años de atravesar distintos mares con la guitarra por timón. Ahora, en un viaje solista pleno de espiritualidad, Skay navega sin miedo a las bestias oceánicas, porque los hechizos de Poli lo protegen. Y, en su camino, cada tanto, en algún puerto que no figura en los mapas, encuentra un ser en el que distingue una marca que habla de una hermandad en el modo de ver el mundo. Entonces, el músico sonríe. Y, al retomar la ruta de navegación, sobre cubierta, extrae sonidos de un sitar. Va como en trance. Como un chamán marino.
–Después de tantos años de relación con la música, ¿cómo definirías lo que sentís cuando estás sobre el escenario?
–Tocar en vivo, para mí, es una especie de ritual chamánico. Sucede algo que nos trasciende tanto a los músicos como a todos los que están participando de ese acontecimiento. Durante un instante, el tiempo se detiene y, en esa situación, se tiene que revelar algún misterio. No hay que pensar, se debe permitir que la música fluya. Creo que de eso se trata.
