Beilinson y sus Bipolares estrenaron un tema, y repasaron su repertorio, que incluyó clásicos de Los Redonditos de Ricota.
FUENTE: Rollingstonela.com (Lunes 11 de Septiembre de 2006) Por Humphrey Inzillo
Los cantitos previos al show de Skay, el viernes pasado en El Teatro de Colegiales, creaban un clima de reencuentro. Parecían esas fiestas de aniversario del egreso de la secundaria, con la evocación de rimas costumbristas de un tiempo que pasó. Los cantitos pro Redondos y, principalmente contra Soda Stereo, son una muestra perfecta del más puro anacronismo puro. Un viaje temporal, acaso emotivo, a los comienzos de la última década del siglo pasado con una expresión de deseos que acaso sea el único anclaje en la realidad: «¡Mire mire qué locura; mire mire qué emoción; esta noche toca el Flaco y el año que viene tocan los Redó…!».
Skay se plantó en el escenario con la tranquilidad que le otorgan sus Bipolares. Claudio Quartero (bajo), el Topo Espíndola (batería), Oscar Reyna (guitarra) y Javier Lecumberry (teclados) constituyen una de las mejores backing bands del país. Con su vincha, ya emblemática, y sus características gafas oscuras, Skay, el Flaco, construye un personaje que se asemeja cada vez más a un Keith Richards vernáculo.
El repertorio, sólido y eficaz, se basó en A través del Mar de los Sargazos y Talismán, los dos discos solistas hasta aquí, del ¿ex? guitarrista de los Redondos. La primera parte del show, sin embargo, cerró con un clásico ricotero: «Ji Ji Ji», y el pogo más grande de la noche.
Las «Memorias de un perro mutante» abrieron el segundo set. Allí se destacó «Nene nena», un tema inédito de los Redondos, que Skay se reapropió en su etapa como solista. La «Oda a la sin nombre» probablemente sea el hit más redondo de carrera en solitario. Aquellos que estuvieron presentes en El Teatro, tuvieron el privilegio de ser testigos de un estreno. El tema probablemente sea bautizado «Caminos cruzados» y es una cruza tan insólita como efectiva entre Black Sabbath y… ¡Babasónicos! La letra, un juego de opuestos, encaja perfectamente con la propuesta musical.
El tándem «Mi perro dinamita» y «El pibe de los astilleros» sumó nostalgia ricotera a la misa solista, y la épica de «Astrolabio» marcó el broche de la segunda parte, con un aplauso cerrado y efusivo. Pero, claro, faltaban los bises. El «Síndrome del trapecista» y «El Golem de Paternal» fueron el broche energético de una noche que entregó un estreno con clásicos añejos, pero por sobre todo la gratificación de ver en escena a una de las mejores bandas de rock de la Argentina.
