El fenómeno imparable

Entre temas de su disco solista y clásicos de los Redonditos, volvió a un escenario después de cuatro años.

Autor: Diario Clarín, 14 de noviembre de 2005. Por Mariano del Mazo

Entre las cientos de imágenes que disparó el regreso del Indio Solari a un escenario después de la separación de los Redonditos de Ricota sobresalen dos. Antagónicas, ocurrieron en los extremos del concierto. La primera, en el inicio del show, cuando Solari al frente de su banda apareció con su elegante camisa roja y estuvo más de un minuto cantando sin que se escuchara nada. Ni la voz ni la música. Fue el exacto «des-concierto». Al minuto y pico, el sonido comenzó a aparecer, totalmente desbalanceado, y se pudieron escuchar las estrofas de Nike es la cultura que abre su disco solista «El tesoro de los inocentes», hasta que, por fin, el sonido se estabilizó.

La segunda imagen se definió tres horas después con el estremecedor final: un mar de 48.000 cuerpos electrizados componiendo un pogo descomunal con las estrofas de Ji, ji, ji, el Estadio Único de La Plata convertido en una caldera de locura y esa energía que es como una violencia contenida que, el sábado, se sometió en una rara armonía tribal a ese enigmático gurú de la cultura rock que es Carlos el Indio Solari. En el medio, el recital transcurrió entre las canciones sinuosas, más disfrutables en disco de El tesoro y el rocanroll inapelable de añejos éxitos de los Redonditos. Ese contraste entre el presente y el pasado se desarrolló como una tensión en equilibrio y mostró con nitidez dos de los universos del Indio: el de la búsqueda sonora y de matices, el que tiende a cantar como un crooner áspero, el que se anima a rapear; y el agitador de estribillos de la primera década de los Redondos. Lo que unifica es esa densidad lírica que sigue demoliendo a través de frases que se clavan en un imaginario ricotero que, digamos, goza de rozagante salud a pesar del divorcio con Skay.

De » Y siempre Dios contra todos/ Un pie en el tren y otro en el andén, ardiendo» (La muerte y yo) al «ibas corriendo a la deriva / Los ojos ciegos bien abiertos» de, justamente, Ji, ji, ji, las metáforas de Solari siempre han sido certeras descripciones de la desolación.El primer tema ricotero fue Fuegos de Oktubre. El Indio respetó los arreglos originales y a pesar de que Baltasar Comotto es un guitarrista bien diferente a Skay (más aguerrido y potente, menos económico y melodioso) el fantasma de la vieja banda platense se corporizó en cada tema. Y fue precisamente en Fuegos… cuando apareció otro fantasma: el de Cromañón. Algunas bengalas al cielo fueron encendidas sin que nadie se mosqueara. Aunque utilizadas con prudencia, y al aire libre, no pasaron inadvertidas. Fue otro regreso.

La piba de Blockbuster, la terrible Pabellón séptimo (relato de Horacio) sobre un motín-masacre en una cárcel, la brillante Ciudad Baigón fueron alternándose con clásicos irrompibles como Ropa sucia, Un ángel para tu soledad, Susanita. El concierto tuvo tres intervalos, una desmesura. A nadie le importó. Todos estaban esperando «el montaje final» de Ji, ji, ji. «Yo mucha veces me jacté de ser fiel, tomando la fidelidad más como algo perverso que como una virtud. Les agradezco a todos el grado de perversión que tienen conmigo», dijo Solari al comenzar el show. Ahora, con la garganta gastada, estaba, bajo la luna platense blanquísima de la medianoche, cantando otra vez aquella frase hechicera: «No lo soñéeee». Y esos chicos que son «como bombas pequeñitas» explotando en ese demencial pogo que impacta en el alma eterna de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Ese misterio.


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